Por Diego Castañeda

La reciente decisión de posponer las negociaciones de TLCAN hasta el 17 de noviembre, alegando que existen desacuerdos conceptuales, es una señal negativa sobre los prospectos de supervivencia del TLCAN. En el mejor de los casos, un acuerdo ahora sería posible hasta el primer trimestre de 2018 y debido a los ciclos electorales tanto de México como de Estados Unidos es difícil pensar en su ratificación en el mismo año.

No obstante, aquel escenario se ve menos probable debido a la posición poco razonable que el equipo negociador de Estados Unidos está teniendo. Demandas como la famosa “Sunset Clause” que obligue a revisar el tratado cada 5 años o que al menos el 50 por ciento de todo el valor de la industria automotriz sea de origen de Estados Unidos hace que sea prácticamente alcanzar un acuerdo. Estados Unidos está saboteando, en los hechos,  cualquier acuerdo posible.

Si la posibilidad de un futuro post-TLCAN es más real con el paso del tiempo es importante que comencemos a discutir cómo se vería ese futuro, ¿qué impacto tendría en la economía mexicana?, ¿quiénes se verían afectados?, ¿qué podría hacer México para disminuir los costos de la destrucción del acuerdo?

De acuerdo a Moody’s, en términos de crecimiento el costo de la muerte del TLCAN sería una contracción de 2 por ciento del PIB en el primer año y 4 por ciento del PIB en el segundo; es decir, estarían esperando una posible recesión que podría durar de 12 a 24 meses. Si pensamos en el contexto de otras estimaciones, el número no parece descabellado. Estimaciones similares para Canadá muestran un costo de aproximadamente 2 por ciento del PIB.

Entre los efectos que sería predecible ver en la economía estaría una depreciación del tipo de cambio peso-dólar que serviría como mecanismo de ajuste para compensar parte del impacto negativo. No obstante, una depreciación mayor del tipo de cambio puede traer consigo otros efectos secundarios poco deseables, como un mayor traspaso del tipo de cambio a los precios, causando inflaciones mayores y, por consecuencia, una política monetaria potencialmente más restrictiva con los costos que ésta implica en crecimiento económico por los lados del consumo y la inversión.

¿Qué podría hacer México frente a un escenario de esta naturaleza?

En el corto plazo no existen muchas cosas por hacer, contrario a lo que se suele decir con mucha recurrencia por comentaristas, analistas y toda clases de opinólogos, diversificar las exportaciones no es un asunto de mera voluntad. La geografía importa, la distancia geográfica vuelve a Estados Unidos el socio natural de México y nuestra deficiencia en infraestructura hace el transporte carretero hacía Estados Unidos la ruta más común.  Aunado a lo anterior, dadas las partes de las cadenas globales de valor que operan en nuestro territorio es difícil pensar que puedan cambiarse con tal velocidad que pudieran integrarse a los procesos productivos de otras economías.

Por lo tanto, diversificar es sólo una opción real en el mediano plazo, cuando se cuente con infraestructura portuaria, por poner un ejemplo, lo suficientemente moderna que permitiera menores costos de transporte a otros mercados y una vez que siguiéramos un proceso de transformación industrial enfocado a otro tipo de producción. En el corto plazo parece que lo mejor que podríamos hacer es intentar frenar la incertidumbre con finanzas públicas sanas y un cambio de modelo de desarrollo más orientado al desarrollo regional.

Foto: John Moore/Getty Images

Con suerte, las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) serían respetadas por Estados Unidos en cuyo escenario el comercio entre los dos países no sufriría mayores disrupciones en tarifas de acuerdo al principio de Nación Más Favorecida, ya que serían más que compensadas por la depreciación en el tipo de cambio. Sin embargo, es importante remarcar que esto sería con algo de suerte. En la realidad no es fácil creer que el gobierno actual de los Estados Unidos decidirá respetar las reglas del comercio internacional. El actual gobierno estadounidense parece tener una visión cínica sobre la ley internacional, más correspondiente al mercantilismo de antaño donde “tener poder equivale a tener razón”.

Frente a un Estados Unidos que decidiera no respetar la ley comercial internacional y que, por ejemplo, estableciera de forma unilateral aranceles altos a diferentes productos mexicanos, el comercio se volvería muy poco libre y en ese escenario con mucha probabilidad observaríamos afectaciones económicas muy severas en la economía mexicana.

A pesar de lo anterior, no debemos tomar estos riesgos potenciales como una causa de temor, debemos pensarlos como una oportunidad de por fin hacer algunas cosas en términos de desarrollo económico bien. Cosas que hemos hecho mal durante muchos años, como nuestra incapacidad de hacer política industrial o de integrar al sur del país con el resto de la economía.

Falta aún mucho tiempo para saber con certeza cuál será el futuro del TLCAN, puede salvarse, puede no salvarse, pueden ocurrir muchas cosas que quizá no podemos anticipar en lo absoluto. Pero por estas mismas razones, y por la creciente percepción de un posible colapso de las negociaciones, es muy necesario que tengamos un debate público sobre qué puede ocurrir en México. La única forma de poder prepararnos es estudiar y discutir los escenarios más complicados.

A lo largo de los los últimos meses hemos estado discutiendo el TLCAN como si fuera un proceso relativamente sencillo de negociaciones y como si todo el mundo estuviera más o menos de acuerdo en cuestiones muy básicas. Hoy ya no podemos negar que existen diferencias que parecen irreconciliables, es tiempo de discutir en términos más realistas sobre lo que sucede.  

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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