Por Miguel Cane

El mundo que le gusta explorar a Bong Joon Ho es el de la realidad donde lo fantástico es ordinario; así lo vimos en su espectacular cinta The Host — que vino a revivir el género de “monstruos” y es, en cierta forma, responsable del furor que ahora causan en occidente—  y en Snowpiercer, una verdadera joya que no se exhibió en cine en México (lástima), pese a tener al frente de su reparto internacional a Chris Evans himself. En esa cinta, un tren que sirve como una especie de sistema de castas, da vueltas infinitas alrededor de un planeta tierra que pasa por una segunda edad de hielo. Cintas fascinantes en las que explora lo extraordinario desde la sátira social.

En Okja, que se estrena en la plataforma digital Netflix, encontramos una historia que es, por partes iguales, una especie de cuento de hadas y una crítica ácida al capitalismo rampante, el consumismo y las actitudes radicalizadas de los activistas chic. A la cabeza de esta delirante fábula, está su musa (y una de las productoras de la cinta) Tilda Swinton, sencillamente espectacular e indescriptible no en una sino dos actuaciones; la principal es como Lucy Mirando, fresca juvenil y divertida magnate de la industria cárnica, que es una mezcla de Cruella DeVille y Fräulein María (sí, La novicia rebelde), con un toque de alta costura. La acompaña Jake Gyllenhaal como el Dr. Johnny, una parodia de todos los “amigos de los animales” que salen en shows de TV, que en realidad es un pervertido y un ególatra, propenso a la autohumillación (es realmente una sorpresa ver a Gyllenhaal hacer una interpretación cómica y camp, y él parece disfrutarlo enormemente).

La trama gira en torno a la creación de una raza de supercerdos, que son una especie de híbrido gigante del cerdo común, con hipopótamos, reses y otros animales. Estas tiernas y gigantes criaturas son un producto de Mirando Industries (¿un juego de palabras de Monsanto, los creadores del Napalm?), que utilizan promocionalmente en un concurso que durará diez años. Así, Okja crece en las montañas de Corea del sur, al cuidado de Mija (An Seo-hyun), una niña de catorce años, que la adoptó como un miembro más de su familia y juntas juegan en la naturaleza, desarrollando un vínculo tan estrecho que es poco menos que telepático. La bestia, creada exclusivamente por CGI, es una belleza y su aspecto es tan natural que hasta el mismo Steven Spielberg —que hace casi veinticinco años nos maravilló con los dinosaurios de Jurassic Park  seguro está impresionado; Okja es una criatura empática y tierna, con la que es imposible no conectar. Parece casi del todo real, ¿y qué es el cine si no una ilusión de los sentidos para creer en la existencia de un ser semejante?

El lado oscuro (ya se sabe, con Bong siempre hay algo siniestro), se revela cuando Okja deja su vida idílica en la montaña, al ser reclamada por la compañía; Mija trata de recuperarla, y su aventura la lleva a involucrarse con una extravagante organización llamada El Frente de Liberación Animal, liderada por Jay (Paul Dano), un sujeto excéntrico, a veces dulce y sensible, otras brutalmente violento, pero con buenas intenciones. Este grupo pretende utilizar a Okja en su cruzada, para revelar que los supercerdos tienen un destino bastante lúgubre en los planes de la compañía, mientras que la muy chic-pero-insegura Lucy no sólo enfrenta este problema —una auténtica pesadilla de relaciones públicas—, si no que además debe encarar una cruel intentona de golpe de estado corporativo por parte de su aún más codiciosa hermana gemela Nancy (obviamente, la Swinton), que en esta otra interpretación —igualmente magistral— es una cruza de la Señorita Rottenmeier (la de Heidi) y Patty Hewes (la inolvidable abogada malvada de Damages encarnada en cinco temporadas por Glenn Close); en un homenaje digno al género de monstruos, la cinta alcanza su clímax cuando todos los personajes, movidos por sus diversos intereses particulares — amor, negocio, notoriedad, etcétera—, coinciden en un evento público en Nueva York que deviene en zafarrancho, en clara referencia a King Kong, aunque hay mucho más en ella que lo que apenas en estas líneas se esboza (sin que sea spoiler: que la resolución se deba a un acto capitalista es el golpe de ironía perfecto para completar una narrativa firmemente cimentada en la parodia del mismo).

Okja es una película ambiciosa, que le habla a diversos públicos; no es exactamente para niños —aunque los mayores de siete u ocho años seguramente podrán verla sin aburrirse, pero de preferencia con supervisión adulta: hay temas y escenas violentos y muy realistas en este aspecto— y alterna momentos tiernos con otros francamente horripilantes. Es una obra maestra de un autor único en el cinema contemporáneo y es fiel a sus intereses y devociones. Es extraña, pero entrañable y, sin duda, las dos horas que se invierten en verla valen la pena.

Ahora bien, aquí hay un punto interesante abierto a debate, desde la controversia suscitada en Cannes en Mayo, cuando la cinta se exhibió en competencia. ¿Es una película real o un producto para VOD? Se reclama que las películas deben exhibirse en cines y no en la televisión o en una tablet o laptop (o incluso en un teléfono). Pero el punto es, ¿qué estudio habría financiado esta cinta y quién la habría distribuido? ¿Disney? ¿Warner? ¿Fox? ¿Sony? —los estudios parecen desear jugar a lo seguro y el hogar para productos de calidad más arriesgados parece ser el ámbito doméstico mediante la plataforma digital. Ya se ve que ahora los directores que buscan libertad, recurren a estas opciones (¿Han seguido viendo Twin Peaks? David Lynch no habría conseguido que le dieran total libertad en un estudio, y con Bong pasa más o menos lo mismo).  En un sistema convencional, una cinta como Okja quizá no hubiera tenido los recursos de los que goza, o incluso, es posible que ni siquiera existiera, o que su exhibición fuera muy limitada. Es verdad que un trabajo tan bello merece ser visto en una pantalla gigante, pero, dadas las circunstancias, es bueno que exista Netflix, para garantizar que alternativas tan poco comunes como ésta lleguen a un público más amplio, que posiblemente le rinda el culto que se merece.

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Miguel Cane es narrador, periodista cinematográfico, crítico y dramaturgo –desde hace 20 años vive de escribir y no se explica todavía cómo le hace. Es autor de las novelas Todas las fiestas de mañana y Corazón caníbal y las obras Somos eternos, Laura Dieste y Almas perdidas. También del inclasificable Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs. Tiene un gato llamado Llewyn y su película favorita es El bebé de Rosemary (Polanski, 1968).

Twitter: @aliascane

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