Ayer se llevó a cabo la marcha conocida como #VibraMéxico, en la que distintos sectores de la sociedad empresarios, medios, organizaciones no gubernamentales, y universidades, entre otros– llamaron a protestar, en un inicio, en contra de Donald Trump.

En un carril paralelo –separado por granaderos–, la activista Isabel Miranda de Wallace, con algunas docenas de personas, se inventó propia marcha. Ésta, a favor de Enrique Peña Nieto.

Entre ambas protestas había personas que no sabían muy bien en dónde estaban, como el decadente Juanito, quien aprovechó las cámaras para ondear una bandera cuyo único propósito era insultar a Donald Trump y atraer reflectores hacia él.

La marcha de #VibraMéxico en la capital, según las cifras oficiales, alcanzó los 20,000 asistentes. En Guadalajara también llegó a los miles, pero en el resto de la república no pasó de las decenas, al grado de que varias ciudades como Tijuana o Tampico incluso cancelaron los eventos por falta de manifestantes.

Más allá del éxito o del fracaso de la marcha de #VibraMéxico, algo que nos mostró (en particular por toda la discusión previa a la protesta) es que México es un país polarizado.

¿Por qué marcharon?

Los convocantes, según su página, buscaban alzar la voz en defensa de los mexicanos en Estados Unidos frente a las amenazas de Donald Trump. También tenían exigencias directas hacia el presidente mexicano, como llevar a cabo una negociación transparente con Estados Unidos y que tomara medidas inmediatas para resolver los principales problemas del país.

La idea era buena y, ante todo, necesaria: mientras que en Estados Unidos y en muchos otros países la Women’s March, o Marcha de las mujeres, convocó a millones para mostrar rechazo a Donald Trump, en México fueron apenas unos cuantos los que se manifestaron frente a la embajada estadounidense el 21 de enero.

Entonces, una marcha nacional hubiera mostrado que los mexicanos no se quedaban callados cuando Trump lo único que ha hecho es pegarles una y otra vez. Pero eso jamás sucedió. Al final participaron muchísimas menos personas que las que protestaron el 20 de noviembre de 2014 en conmemoración de los 43 estudiantes desaparecidos, muchísimas menos que las que salieron a la calle hace 13 años para exigir la disminución de secuestros en la capital, y sólo apenas unas cuantas más que las que caminaron por reforma bajo el siniestro “Frente Nacional por la Familia”. Fue una marcha como tantas otras que ocurren diario en la Ciudad de México.

Un motivo por el cual no funcionó es la confusión que se generó durante los días previos a la marcha: ¿sería en contra de Donald Trump? ¿Eso implicaba que sería a favor de Enrique Peña Nieto? ¿A quién se le exige qué? ¿Hay que exigir o no? ¿Cómo hacerlo? ¿Para qué?

¿Por qué no marcharon?

La marcha tuvo desde un inicio una gran cantidad de críticos que expresaban argumentos que iban de lo personal–como sentirse agraviados porque los sectores sociales que marcharon el domingo no han marchado para otras cosas– hasta la logística –cuál era el objeto de la marcha–.

El conflicto principal entre quienes marcharon y quienes no lo hicieron fue en particular sobre el primer punto y se resume en la otredad de los mexicanos: es inútil lograr que marchen por una causa en común, dado que, por un lado, el país es tan complejo que no todos los mexicanos tienen el mismo objetivo. ¿Qué buscamos? ¿Quiénes somos? ¿Qué es un mexicano?

Estas tres preguntas, por ejemplo, no se responden de igual manera en los distintos grupos sociales: no hay un solo México y eso hace cada vez más difícil encontrar terreno en común.

Por otra parte, hay dos factores más que complican un llamado a unidad frente a Trump. El primero es que, aunque el presidente de Estados Unidos sea una verdadera amenaza a México en distintos frentes –económicos, sociales, y en un extremo hasta de guerra–, muchos mexicanos tienen tanto aprecio por Estados Unidos y están tan acostumbrados a la buena relación que había prevalecido antes entre ambos países, que en cuestión de meses resulta complicado pensar que ese sentimiento mute (que pase del cariño al odio) y que esa mutación genere acciones concretas de manera rápida (un repudio abierto a Trump).

De hecho, el sentimiento anti-estadounidense está, de acuerdo con las encuestas más recientes, a sus mínimos históricos, en particular entre los jóvenes. Según el Pew Research Center, en 2015 el 74% de los mexicanos entre 18 y 29 años tenían una opinión favorable de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, según Consulta Mitofsky, el 77% de los mexicanos odia a Trump. Hay un choque entre ambas creencias. Se quiere al país pero se detesta al presidente. ¿Qué hacer cuando ambas cosas ocurren de manera simultánea?

El segundo factor por el cual no ha habido marchas masivas en contra del presidente de Estados Unidos es que unirse para ello implica respaldar a quien nos gobierna. Y esa persona, Enrique Peña Nieto, tiene, al día de hoy, más rechazo entre los mexicanos que el propio Trump.

¿Unidad?

He ahí el principal argumento de quienes no marcharon. Más allá de los dimes y diretes sobre quién siente que tiene derecho a marchar y quién no, la idea de que la marcha, inevitablemente, pasara por Peña, fue el principal obstáculo entre los distintos grupos.

Por más que los organizadores aseguraran que la protesta tenía una agenda que involucraba exigirle cosas al presidente, mientras más grupos fueron alzando la voz –aunque no estuviera involucrados con la organización, como Isabel Miranda de Wallace, pero que contaban con poder mediático al fin–, más claro quedó que para unirse, los mexicanos tenían que hacerlo en torno a algo. Y ese algo es el presidente, dado que es el jefe de Estado. Y ese papel le corresponde hoy a  Peña: es el último responsable de defender a los mexicanos frente a cualquier amenaza.

¿Y con qué legitimidad puede hacerlo? Si algo ha demostrado es que dista de ser la persona idónea para el cargo. Cuando se comprobó que su esposa y que su ahora canciller habían adquirido propiedades de un contratista gubernamental en el escándalo más grande del sexenio, nunca se disculpó del todo. Cuando desaparecieron los 43 estudiantes, tardó más de dos años en visitar Iguala, el lugar donde sucedió el secuestro. Cuando fue, lo hizo para participar en un acto militar; los militares son y serán de los más cuestionados por su papel en la desaparición de los 43.

Esa unidad, entonces, se pide que sea alrededor del presidente que menos confianza y menos apoyo histórico tiene de los mexicanos.

Ese simple hecho hace imposible que haya algún tipo de solidaridad nacional en estos momentos. Tal vez en otros tiempos, a pesar de las creencias de los distintos grupos que integran este país, algo se hubiera podido resolver aunque no se tuviera un acuerdo básico. Pero lo que vimos en la última semana fue a mexicanos boicoteando a otros mexicanos, y a esos otros mexicanos llamando desde cobardes hasta colaboracionistas a los primeros.

Tampoco es de sorprenderse. Peña está tan descalificado –lo dicen las encuestas, no lo decimos nosotros–, es tan odiado y su imagen está tan vinculada a la palabra “corrupción” que para muchos la idea de que exista una obligación de apoyarlo resulta insultante. Al grado de preferir no marchar frente a una amenaza palpable porque significaría legitimarlo a él.

Y es que, si vemos su presidencia hasta ahora, también es entendible que mucha gente haya decidido pasar el domingo en su casa en lugar de en la calle, donde debieron haber estado.

Esteban Illades

Facebook: /illadesesteban
Twitter: @esteban_is

***Fotos: Santiago Arau, Miguel Lozano, Sopitas.com

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios