El pasado miércoles arrancó en la Cinetaca Nacional el Festival Viva Perú que tiene como eje temático la literatura de Mario Vargas Llosa llevada al cine.

A la inauguración del evento asistió el Premio Nobel de Literatura 2010. Después de unas palabras aclaratorias en torno a la película con la que comenzará el ciclo, La fiesta del chivo, basada en la novela homónima del homenajeado, el propio autor peruano dirigió unas palabras a la prensa.

Vargas Llosa contó un par de anécdotas en torno a su “escasa” experiencia con el cine. Entre ellas, destaca particularmente la que explica cómo llegó a dirigir la primera versión fílmica de Pantaleón y las visitadoras, basada también en una novela suya.

En resumidas cuentas, todo ocurrió así: mientras se encontraba escribiendo en Cuernavaca, Vargas Llosa recibió una llamada telefónica de un hombre que, hablando en francés, se identificó como productor de la Paramount. “Queremos que dirija la película” le dijo. El escritor le contestó con una sencilla frase que, palabras más, palabras menos, decía así: “Es usted muy amable, pero yo no sé ni siquiera cómo es una cámara de cine.” “Usted no entiende -dijo el hombre del otro lado del teléfono-, hacer una película es muy difícil. Implica contar con actores, locaciones, técnicos, tiempo… todo eso se reduce a dinero. Lo que yo le estoy diciendo aquí es que para esta película hay dinero, así que va a ser muy fácil.” El hombre explicó que era por orden del dueño mismo de la productora que la película debía ser dirigida por él, pues escuchó el argumento de la novela durante algún vuelo y decidió que aquello debía llevarse a la pantalla en forma de una película de autor. Cuando el escritor estaba apunto de decirle que todo aquello era francamente ridículo, un pensamiento súbito le vino a la cabeza: “Yo dirigiendo cine sin conocer si quiera una cámara…¡Esta puede ser la aventura de mi vida!”. El peruano termina su anécdota de la siguiente manera “El resultado es una cosa horrible.”

Aquél primer Pantaleón forma parte del ciclo de cine que tendrá lugar hasta el domingo 1 de diciembre y que será clausurado por la versión más reciente (1999) de la misma historia.

Algo interesante fue también aclarado por el novelista antes de la proyección de La Fiesta del Chivo. Vargas Llosa afirmó que aquella novela le resultó particularmente difícil de escribir por una razón muy singular: es complicado hacer verosímil al mal. Las atrocidades cometidas por el dictador Trujillo en República Dominicana durante su mandato resultan tan graves que un lector, dice, las hubiera encontrado increíbles e incluso irrisorias. Así, debía encontrar una forma de contar los acontecimientos de tal manera que, gradualmente, llevasen al lector a las más absurdas pero temibles situaciones, colocándole en un punto de no retorno y de inmersión total en la narración.

Aquella observación sirve de pretexto para una reflexión: la mejor forma de combatir el mal es encontrarlo verosímil. Es probable que la normalización mediática de la violencia se deba más a su inverosimilitud que a su constante aparición. En efecto, lo verosímil nos arroja de lleno al compromiso narrativo, a la empatía y conmoción por los personajes y situaciones. Lo inconcebible, por su parte, nos deja inmutados y sobre todo, permisivos. Paul Ricoeur señala que ser es ser narrado. Por su parte, Alain Badiou nos recuerda que el mal no es lo absolutamente otro inentendible, sino justamente, una abierta posibilidad humana. En breve: debemos poder creer vívidamente (y no sólo conocer conceptualmente) el mal para ponerle una solución.

Vargas Llosa, acusado constantemente de tener un pensamiento conservador por no celebrar los movimientos de izquierda socialista que en mayor o menos medida han tenido éxito en latinoamérica, se reunió el día de hoy con Enrique Peña Nieto. Antes del encuentro, declaró a los medios que él mismo no hubiese votado por el PRI, pero que el partido no le parece, definitivamente, el mismo que en otro tiempo calificara de dictatorial. Haciendo alusión a aquella frase que décadas antes le hiciera famoso en nuestro país, “México es la dictadura perfecta”, el día de hoy corrigió “¡Era imperfecta! La prueba es que (hoy) no hay una dictadura en México.”

Algunos podrán suscribir aquella afirmación y unos más negarla. Con todo, no está de más reflexionar si los problemas que hoy aquejan al país consisten ciertamente en la simplicidad de una dictadura o si tienen una naturaleza mucho más compleja.

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