Por José Ignacio Lanzagorta García

El trauma de la pasada elección estadounidense, como no hemos dejado de notar, será uno que estaremos analizando y al que estaremos volviendo una y otra vez. Fueron tantas las alertas que ahí se encendieron, tantas las interrogantes que nos dejaron perplejos, que, además de comprenderla en sí misma, conviene tomar algunos de sus elementos más intrigantes para pensar otros contextos democráticos. Especialmente cuando tenemos en puerta la elección mexiquense como esa “joya de la corona” y, el próximo año, nuestras elecciones presidenciales. La pregunta central que hasta hoy se sigue respondiendo fue la sorpresa: el triunfo del que “todo mundo” daba por muerto.

Se ha dicho que los estadounidenses “no vieron venir” a Trump porque, en realidad, en sus medios de comunicación de mayor reconocimiento no podían ver reflejados la magnitud de los otros estadounidenses que votarían por él. La “burbuja mediática”, la llaman. Un tipo de votante con un tipo de ideología sólo lee los medios que concuerdan con él. Pero esto es más profundo. Politico publicó una interesante nota en la que confirma hasta qué grado es real esta burbuja: el grueso de los periodistas y los medios estadounidenses, aquellos, además, con más recursos económicos, están situados en ciudades donde el voto de Trump fue minúsculo. Es decir, al margen de si tenían una agenda contra Trump y a favor de Hillary, su distancia con el universo cultural y social de los votantes de Trump era inmenso. No se acercaron a sopesarlo, a dimensionarlo correctamente. La distancia entre “ellos” y los “otros” creció más que nunca o, al menos, se organizó como nunca, alrededor de dos alternativas electorales. Esto, sin duda, representa una reflexión importante sobre la manera de hacer periodismo en Estados Unidos.

Pensar la burbuja mediática en el caso mexicano representa otros retos y dos pasos para atrás. Para nadie es una novedad que el grueso de los medios y periodistas de este país se concentran no sólo en la Ciudad de México, sino sólo en sus zonas centrales. Otras ciudades cuentan también con alguna producción de prensa y alguna producción local para Televisa. Medios más especializados o pequeños rara vez se conocen fuera de su ámbito local y, en algunos casos, viven amenazados por las satrapías estatales o del crimen organizado. Si en el caso estadounidense el sesgo de producción periodística se limita a una ideología liberal urbana, en el caso mexicano, con una ideología más bien oligárquica -aquí hay un paso para atrás-, esto podría ser mucho más profundo.

A esto hay que añadirle el intenso papel que juega la publicidad oficial o de plano el desvío de recursos para comprar línea. Ahí nos vamos el otro paso para atrás. En 2012 marchaba YoSoy132 por la imposición mediática de Enrique Peña Nieto: llevábamos años de ver una presencia noticiosa favorecida y conducida para darle a él la Presidencia. Veíamos, además, la marginación de otros políticos de las dos principales televisoras y de un buen número de periódicos impresos: más allá de si los medios mexicanos tienen la capacidad de reconocer y analizar realidades con las que tienen otros sectores de la población, el tema es que aún existe un casi consenso entre estado, medios y probablemente parte del sector empresarial, por controlar el mensaje.

El giro de esta historia es, si como en Estados Unidos, este sesgo noticioso, en cualquier caso, no sirvió para colocar a Clinton. En 2012 ganó la elección Peña Nieto. Podríamos decir que ese inmenso pacto mediático funcionó. Y también podríamos decir que la distancia entre quienes hacen periodismo, con todo y sus compromisos editoriales, no fue tan amplia con el universo electoral representado por otras candidaturas que los medios no apoyaron. ¿Y si deja de funcionar? Yo sospecho que eso ya está ocurriendo.

A lo largo de este sexenio vimos pactos mediáticos como –sobre todo al principio– la desaparición casi total de notas sobre violencia, inseguridad y crimen organizado. No dejamos de ver publirreportajes presidenciales disfrazados de noticias y primeras planas. A pesar de eso, la aprobación presidencial llegó a bajos críticos e históricos en México. A pesar de que se encargaron los medios de contarnos lo “bueno que poco que se cuenta”, nos empeñamos en ver lo malo. El desvío de recursos en publicidad oficial más ineficiente de la historia. Tal vez la fórmula del “candidato Televisa” se extinguió ya o, por lo menos, no funcionará esta vez.

En el caso estadounidense, más que si los medios “fracasaron en imponer a Hilton” la cuestión parece ser que no pensaron que tuvieran que imponerla, que ganaría en cualquier caso. Los medios mexicanos, ante la próxima elección, están mucho más cautos a las alternativas que, desde las élites, no son deseables. Es claro que no ven inviable una eventual victoria de López Obrador. Ya no es tan claro como en las dos elecciones anteriores, pero parece que tiene al grueso de la prensa en su contra. La pregunta es si la prensa sigue teniendo, al menos en el contexto de 2018, la misma capacidad de meternos a todos a la burbuja.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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