La Carpa Intolerante en el día inaugural del Vive Latino XV fue escenario de siete bandas. La carpa es pequeña, sencilla, propicia para dar una experiencia íntima a los espectadores.

Si algo une a los grupos que se presentaron es que no entran fácilmente en el mainstream musical; la carpa durante seis años ha funcionado como un experimento que ha dado muy buenos resultados. Aclarado esto, es necesario decir que la intolerancia no podría venir desde el punto de vista musical, ya que pudimos escuchar desde son jarocho hasta postrock pasando por surf, blues y rumba. Interesante mezcla de géneros no sólo entre bandas, sino al interior de las mismas canciones.

Los Choclok abrieron la Carpa Intolerante. Una alineación de doce personas que tocan trompeta, trombón, bajo, guitarra, un sintetizador, etc., promete un resultado interesante y el resultado no fue desalentador. El setlist fue muy bien planeado; se alternaron ritmos de reggae y de ska. Aquellos que sabían cómo, no dudaron en sacar el clásico pasito skatero mientras que el resto del público observaba con atención y no podía evitar mover aunque fuera un poquito los pies. Fue lindo ver a una pareja de alrededor de 60 años bailar al ritmo de las canciones de esta banda veracruzana. En la segunda mitad del setlist, el vocalista, Jacobo J. Grajales, nos anuncia “ahora una cancioncita de conciencia”. Se trató de un reggae muy suave en el que los instrumentos estaban al servicio de la voz. Nos regalaron un bello poema en el que se hacía un ejercicio de memoria y se denunciaba la situación de “infamia” que atraviesa una buena parte de la población mexicana. La música se muestra como un agente político. Hacia el final de su presentación, se hizo patente que música, baile y el mensaje político se hermanaban y creaban una comunión ideológica con el público que se fue acumulando y al final posiblemente alcanzó 200 personas aproximadamente. Excelente forma de empezar el Vive Latino.

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La segunda banda fue Komodo. Dos guitarras, bajo y batería nos regalaron piezas de excelente postrock cargado de fuertes tintes de psicodelia; no extraña que hayan llamado la atención de Alejandro Otaola. Mientras que el bajo y la batería marcaban el ritmo, una de las guitarras creaba armonías atmosféricas y la otra se dedicaba a explorar melodías, dentro de las que destacaban las dulces y cadenciosas. No tomemos esto de manera rígida, el mismo bajo sin abandonar su papel, a menudo también hacía vistosas melodías. Sus piezas oscilaban entre, digamos, cuatro ejes: distorsión y delay, atmósferas y melodías dulces. La focalización entre cada uno de estos se ligaban con progresiones muy afortunadas, nunca se le vieron las costuras a las piezas. A ratos se me antojaban como el hijo que tendrían Maybeshewill y Spokes. El público permaneció atento y disfrutó de la ejecución. Un detalle agradable fue que preguntaron si estaba Ángel. Cuando éste levantó la mano le dijeron que no iban a  tocar “Tren”, pero que iban a tocar algo mejor, “Sentido”, y que se la dedicaban. Definitivamente una banda atenta que conoce bien a su público que fue de aproximadamente 150 personas.

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Copper Gamins fue la tercera banda de la tarde. Iniciaron su set con mucha fuerza y desenfado. Los Niños de Cobre tocan algo que navega entre rock y blues con sólo guitarra y batería. Tienen un sonido pesado, son una expresión muy pura del rock que a ratos puede recordar a Jack White. La comparación va más allá (hasta cierto punto porque la voz no es sobresaliente) ya que White dice que le gusta pensar que hay que doblegar la guitarra cuando se hace música; el guitarrista y vocalista, J. Carmen, no utiliza plumilla, su mano le es herramienta precisa para dominar las cuerdas metálicas de su guitarra eléctrica. Lamentablemente debo decir que la actitud de una banda muchas veces no es suficiente. Tuvieron problemas con al afinación de la guitarra y con el tom de piso, pero más allá de eso, sus estrategias de composición son predecibles y sus canciones monótonas. Ahora explico por qué, por ejemplo: cuando la guitarra hace arpegios o acordes con palm mute, en la batería sólo suenan los tambores; en cambio cuando la guitarra toca acordes sueltos cargados de overdrive, en la batería suenan excesivamente los platillos (el crash, vaya). Esto ocurre en todas las canciones, por lo que a pesar de la energía de la banda, la presentación se volvió plana. A pesar de ello, los asistentes escuchaban con atención y ninguno pudo evitar head bangear al menos en una canción. En fin, yo opino que por lo pronto The Black Keys no tienen nada de qué preocuparse.

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The Burning of Rome fue la banda que más me impresionó. Seguramente son músicos del espacio exterior. Francamente no sé explicarles qué tocan: he leído opiniones como esta “imagina que una banda de rock gótico choca con un carnaval judío (si es que tal cosa existe)”. Eso sí, nadie puede ser indiferente ante lo que hacen: una excelente mezcla de géneros. Si algo puede definir a la banda es su limpidez y precisión. El setlist fue enérgico en todo momento, pasión desbordada por cada uno de los miembros de la banda y por la hora del día, el juego de luces complementario logró en conjunto una presentación impecable. Los atuendos de los integrantes también eran peculiares: Aimee, vocalista y percusionista, traía un vestido negro de noche, el guitarrista Joe en cambio, traía un traje de neopreno amarillo con negro digno de un buzo que teme perderse. Son un grupo divertido que se permite ser caricaturesco en las voces y con el sintetizador. La gente del público, calculo de 250 a 300 personas, no se movía mucho: estaban impactados por lo que estaban viendo y prestaban profunda atención. Si alguna vez he sentido que la gente aplaude sinceramente ha sido en esta presentación. Escuchen por favor aunque sea las canciones que Spotify pone como las más populares, les aseguro que no se arrepentirán.

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Jessica Hernández and the Deltas tiene un sonido muy interesante y pasional. Con la sensualidad de la que el soul es capaz pero con alegría de trompeta y trombón, esta presentación que también rosó el pop fue muy sastifactoria. Lo cierto es que Jessica Hernández tiene una voz privilegiada y todos los músicos crean una base a la medida para que luzca. La vocalista no pasó desapercibida, el público la conocía y fue a verla. No faltó el grito que más que enfocarse en sus habilidades musicales, se refería a su atractivo (estoy siendo muy educado), aún así esto no enervó a la vocalista que no dudaba en responder gentilmente con un saludo o incluso un beso dirigido a aquél que de pronto gritaba “Jessica, I love you”. Tuvo un guitarrista invitado, Marcelo Lara, que le daba el toque rockero a las canciones pop. Canciones como “Caught up” agradaron a todos. Hubo un momento penoso para la organización en que no pudieron colocarle la guitarra, ella se hartó y dijo “Fuck the guitar!” y ejecutó esa canción sin su instrumento. A pesar de eso, gestos como el que tuvo el guitarrista que dijo “Nosotros somos los Latin Deltas esta vez” o esa canción que incluyó un fragmento de Gimme the power de Molotov, tuvieron un efecto muy positivo en la gente que bailaba esporádicamente.

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The Cavernarios tuvieron una presentación sumamente emotiva y completamente centrada en un tema: la libertad de los presos políticos. Su guitarrista y vocalista, Daniel Palacios, está preso desde octubre del año pasado por participar en una marcha del 2 de octubre. Mientras el surf daba la base, su actitud de banda de garaje daba la flexibilidad para ahondar más en el mismo tema desde la música, su ejecución fue enérgica y libre; el bajista rompió uno de sus bajos y curiosamente uno de los pedazos de madera contenía la palabra “libertad”. En el público se armó el slam de un lado, del otro bailaban pero todos expresaban exactamente lo mismo que entre canciones gritaban: “libertad, libertad, libertad”. La pantalla mostraba un performance en vivo de un diseñador que alternaba la foto de “Danny Lobo” tras las rejas con la foto de Díaz Ordaz que lucía una swástica en la frente entre otras cosas. Canciones como “No voy a cambiar” emocionaron a los espectadores que estaban completamente entregados. Tuvieron un invitado especial al que referían como Casco e interpretó con ellos “Susy baila”. Lo que lograron The Cavernarios esta noche no tuvo igual, no sólo casi llenan la Carpa Intolerante, sino que llevaron su mensaje político con mucho éxito a cada uno de los asistentes.

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Por último Onda Vaga cerró el escenario. Con un setlist muy bien planeado que fue in crecendo, este grupo argentino logró emocionar a un grupo de fans, en principio, reducido pero muy sólido y fiel. “Tataralí”, canción que abre su más reciente disco, fue uno de los primeros temas, y para cuando tocaron “Jovens” escuché más de un grito de emoción. Su sonido que se mueve entre la cumbia, la rumba y el rock, ejecutados con guitarra, trompeta, trombón, cuatro venezolano y cajón flamenco etc., logró poner a bailar a casi todos los integrantes al menos durante un momento. Canciones como “Te quiero” lograron que el público se uniera para corear la canción con ellos, ya sea porque se la sabían o bien porque aprendieron ahí mismo algunas líneas. El trompetista casi al final se paró sobre los monitores y este tipo de gestos ante un público satisfecho siempre logran una reacción positiva. Para la última canción, la carpa de nuevo estaba casi llena y emocionados, los integrantes de la banda hicieron una dinámica con el público en la que tocaban un riff y al final de éste se pedía a los asistentes que gritaran “hey” y brincaran al mismo tiempo. La presentación terminó con sonrisas en el rostro de banda y público, que ya se preparaba para la presentación de NIN en el Escenario Indio.

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La Carpa Intolerante tuvo un muy buen día para aquellos que están interesados en conocer música nueva y qué mejor que escucharla en vivo, justo donde se puede poner realmente a prueba la calidad de los músicos.

Por: Adam Vázquez

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