El día de ayer muchos se molestaron y otros aplaudieron (yo solo me saqué de pedo) al ver la noticia de la FIFA y las probables sanciones a la selección por motivo de los gritos de los aficionados mexicanos….en específico del grito «puto» que se hace cuando el portero del otro equipo despeja el balón pero ¿es homofóbico este grito?, ¿debería prohibirse desde ahora y para siempre?, ¿por qué hay homosexuales que no tienen bronca con que se utilice esta palabra?, ¿por qué hay gente que sí se siente ofendida? y, sobre todo, ¿por qué #TodosSomosPutos es el mejor hashtag de la historia?

Pues bueno, la respuesta podría tenerla la filósofa Judith Butler, quien hace un estudio sobre los insultos racistas en su texto Lenguaje Poder e Identidad (es un texto increíble) y resalta cosas interesantes. Por ejemplo, un insulto es aquello que decimos con una intención, es decir, esperamos que tenga un efecto en otra persona, la persona que es interpelada (con la que se habla) y esta persona es puesta en una relación de poder con respecto a la persona que insulta. Esto quiere decir que cuando le decimos a alguien «negro de mierda», «pinche naco», «eres una nenita» o «puto» pareciera que lo que queremos es sujetar al otro, interpelarlo en una relación de poder en la cual el otro está por debajo de nosotros. Pero, decirle a alguien «puto» ¿es decir algo homofóbico?

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Bueno, Butler dice que hay que reconocer que el lenguaje tiene una historia de significados y que las palabras siempre pueden apelar a la propia historia que llevan consigo. Puto es una palabra con varios usos (eso lo sabemos todos, puto es el cobarde, el que llora, puto es el que es contrario y puto, además, es un ser letrado porque somos putos los que leemos «puto el que lo lea»). 

Pero que muchos (incluso nosotros los homosexuales) utilicemos la palabra puto en muchos sentidos, no significa que no tenga una raíz homofóbica. Butler lo ilustra con un ejemplo, en una clase sobre el racismo, analizó la manera en que funcionaban varios insultos racistas, habló con palabras racistas para estudiar dicho tema, tal vez la intención no era insultar, pero el significado racista estaba ahí, implícito, y unos de sus alumnos se valió de esos significados para insultar (anónimamente) a toda la clase de la filósofa. Esto hizo que Butler reflexionara aún más sobre el lenguaje de odio.

Si el insulto trata de someter al otro en una relación de poder (como lo hace gritarle puto a alguien), si el lenguaje siempre carga sus significados de odio queramos o no ¿entonces debemos censurar este tipo de lenguaje? Butler diría:

¡No! Nunca, la censura nunca es la solución.

Para Butler hacen falta muchas cosas para que el lenguaje insulte, no solo la carga de la palabra, hace falta el momento, el espacio, el tiempo, la persona indicada y sobre todo, que el otro permita que se le sea interpelado de esa manera. Los insultos son lenguaje y el lenguaje no siempre es eficaz, se presta a equívocos, a juegos de palabras, a fugaz de sentido. El que es interpelado siempre puede hacer uso de estrategias para escaparse de la situación en la que se le quiere encerrar.

Por ejemplo, cuando vamos por la calle y alguien se le ocurre gritar «¡puto!» lo primero que dirían algunos es «¡tu papá!», otros dirían «¡chinga tu madre, güey!», otros simplemente no dirían nada, y tal vez yo gritaría «¿Dónde?» o «¡Quiero!» (es que a veces no sé si me están llamando o me está ofreciendo): hay un sinfín de maneras de responder para contra-atacar la intención de insultar del que habla.

Pero creo que el ejemplo más chido de resignificar esta palabra es cuando vas a un antro gay y ponen la canción de Puto de Molotov. Muchos heterosexuales esperarían que los homosexuales nos molestáramos con esa canción y, de hecho, alguna vez sí fue así, pero ya no. La tomamos, la hicimos nuestra, (y nos mama, nos recontramama que la pongan), porque esa canción habla y no habla de nosotros. Somos putos, pero no cobardes, ni traidores, ni chillones, ni tampoco leemos….¡ah! no esperen, eso sí lo hacemos, o por lo menos yo.

Así que la cantamos, porque estamos bien con ser putos y no nos sentimos mal de cantar algo que no sentimos que describa la manera en que somos.

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Para Butler no hay que censurar el porno, no hay que censurar palabras, no hay que ocultar esas cosas que molestan. Por el contrario, hay que enfrentarlas, tomarlas por los cuernos y hacer otras cosas con ellas: romper el sentido que tenían, desviar los efectos que buscaban. De ahí que me encante lo que ha hecho la afición mexicana con ese insulto en los estadios y en las redes. Crearon un hashtag diciendo #TodosSomosPutos , rompiendo, así, el sentido homofóbico de la palabra (y no es que lo haya perdido, ahí está, pero ellos están haciendo una gran campaña, una gran estrategia que enriquece los sentidos y efectos de la palabra, que los distorsiona).

¿Entonces por qué la FIFA se enoja? Bueno, hay que entender que la FIFA ha enfrentado situaciones muy difíciles, sobre todo por el racismo. Muchas veces los aficionados gritan insultos terribles contra los jugadores de las diferentes selecciones y equipos locales y las cosas pueden llegar a ponerse violentas. La misma FIFA ha dicho que este tipo de estrategias (sancionar a la selección por el comportamiento de sus hinchas) les han funcionado antes. Pero los mexicanos no gritan «puto» a los porteros porque sean homosexuales (bueno, tal vez algún homofóbico trastornado lo haga), el problema con el grito de los mexicanos es que gritar esto puede reactivar el sentido homofóbico (ya vimos que queramos o no la palabra lo tiene). Pero si la FIFA quiere acabar con la homofobia una sanción de este tipo no  es suficiente (debería hacer algo más, una campaña permanente, tener políticas claras al respecto). La sanción debería darse si, por ejemplo, la afición le gritara «¡Puto!» a un jugador que decidiera salir del closet y besar a su pareja. De hecho, ya van varios jugadores que salen del closet y no han tenido grandes problemas. La verdadera afición califica el desempeño de los jugadores en la cancha, no lo que hacen en sus camas.

Otro caso preocupante sería que gritaran o agredieran a gente del público que sí fuera homosexual. En ese contexto también podría entenderse la sanción.

Si la FIFA quiere acabar con la homofobia, lo que debería empezar a hacer son campañas de concienciación sobre este tema. Utilizar a sus jugadores para que los aficionados vean los problemas que esta comunidad enfrenta y cómo es aplastada en el mundo. Debería quitarle la sede a Rusia o a otros países claramente homofóbicos. Debería, en fin,  apoyar con campañas positivas, no con sanciones ingenuas.

(Esta imagen reactualiza el sentido homofóbico de la palabra. Es a lo que nos arriesgamos cuando la utilizamos).

Pero bueno, al final, la FIFA es una organización privada y puede hacer lo que quiera con sus eventos, solo hace falta que su público lo permita.

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Las palabras cambian y toman nuevos significados (como bien lo explican en cierto capítulo de South Park en donde, precisamente, resignifican la palabra Fag). Pero no hay que olvidar que muchos homosexuales han sufrido humillaciones y golpizas escuchando esta palabra, en muchos casos fue lo último que escucharon antes de morir. Así que no nos sorprendería que haya gente que se siente incómoda con ella, la cosa no es callarnos y no decirla, sino hacernos responsables de ella a la hora que la proferimos y pensar en este tipo de situaciones.

No hay que hacernos tontos, la sociedad mexicana aún es muy machista, y si insulta con esta palabra es por algo.  La palabra refleja mucho la manera de ser de nuestra sociedad, siempre cabe preguntarse ¿son sinceros aquellos que dicen que usan la palabra sin apelar a su significado homofóbico?

Lo que menos debemos hacer es decir que esto es folclórico o una tradición, también lo sería el machismo, el sacrificio humano, y muchas otras cosas más que, por hacerse durante mucho tiempo, no significa que por eso debamos seguirlas haciendo. Hay que buscar nuestros argumentos por otro lado, no podemos instituir este tipo de cosas como algo cultural que nos caracterizaría, gritar puto fue una decisión que un grupo de personas tomó, y así uno sabe si repite y toma la misma decisión o no.

Al final, decir «puto» en la cancha es responsabilidad del que lo dice (ya sabrá en qué sentido lo hace, aunque recordemos que decir este insulto o uno racista siempre puede dar lugar a reactualizar sus sentido homofóbico o racista – cosa que seguro pasará con esta nota-). Pero no se debería censurar a la gente. La censura nunca trae los efectos que busca. Como vimos, ahora todos usan «puto» en Twitter, lo bueno es que muchos lo usan de una manera inteligente y diferente.


Los que definitivamente no podrían decir tal palabra (por su situación de poder) serían los políticos, los jefes, los funcionarios. Ahí sí, es muy distinto el lenguaje y lo que este hace. Pero este artículo no habla de esos casos, sino del uso de puto por el ciudadano común con otros.

Butler hizo una crítica sobre el insulto racista y la manera como podemos enfrentarlo y al hacerlo la gente se limitó a utilizar el sentido racista de la palabra (empezaron a querer insultarse)…. eso pasará también aquí, porque puto tiene en su historia todas las veces que ha sido utilizada para denigrar. Las palabras dependen de ciertas relaciones de poder, y podrán apelar a sus usos homofóbicos y racistas, mientras existan esas relaciones de poder. Los mexicanos dejarán de escucharse homofóbicos al usar esta palabra cuando dejen de ser una sociedad homofóbica. No hay que prohibir palabras, hay que cambiar la manera en que no relacionamos con ellas y entre nosotros (y sí, eso es responsabilidad de todos nosotros).

@Filosofastrillo (el becario gay de la sopicueva….. y no, no soy el del Ternuringa, ese ni siquiera es gay)

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Recomendamos nuestro artículo: ¿Por qué la Comisión anti-gay y contra aborto del Senado nos recuerda tanto a los nazis?

 

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