A causa del efímero ciclo de vida que tiene una noticia estos días, nos puede parecer inverosímil que solo han transcurrido un par de semanas desde la muerte de Gustavo Cerati. Recordemos que la noticia empezó a circular por las redes sociales en la mañana del 4 de septiembre, creciendo como una avalancha de nieve hasta que el fallecimiento fue confirmado por fuentes oficiales. El integrante de Soda Stereo no fue asesinado como John Lennon en 1980 ni murió en un accidente como Jeff Buckley en 1997, sino a causa de un paro cardíaco tras un coma que lo mantuvo en la cama de un hospital por cuatro años. Se trataba de un obituario que varios medios de comunicación en los países de habla hispana tenían preparado desde hace tiempo, pero de cualquier forma, fue una noticia que obligó a mucha gente por todo el mundo a detener sus quehaceres y entrar por unos segundos en ese estado melancólico de parálisis reflexiva que ocurre cuando alguien llega y te dice de la nada que un conocido está muerto.

La muerte no es un estado de ánimo. Es el punto final que tenemos en común con todo ser vivo en el planeta. Pero a veces caemos en la ilusión de que ciertas personas logran alcanzar un grado de semi-dios, como el músico. Escuchamos y memorizamos sus letras como las lecciones de un profeta, adornamos nuestras paredes con posters que retratan su imagen, llevamos con orgullo su rostro en nuestras playeras negras. Si el escenario está construido de uno a dos metros sobre el nivel de la pista no es precisamente para que los de atrás puedan ver, sino es el pedestal sobre el cual adoramos a nuestros becerros de oro que son los profesionales de la música. Solo checa cuando un artista deja el escenario para acercarse a sus fans y decenas de manos se levantan en el aire para tocarlo como Cristo entre los leprosos. Por eso es fácil olvidar que estos tipos son seres humanos que duermen, comen, ríen, y cagan como cualquiera de nosotros. La muerte, por supuesto, es el aguafiestas que jala el telón y nos revela la humildad del artista: su cuerpo inerte.

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La inmortalidad es el máximo anhelo del Hombre, y aunque nuestros cuerpos no están diseñados para existir por los siglos y los siglos (como el Highlander), podemos sobrevivir a través de los demás. Al heredar los genes de nuestros padres, y a su vez, transmitir los nuestros a la siguiente generación, es como la naturaleza nos permite -a su manera- “sobrevivir” sin que haya ancianos corriendo por todos lados. Nada conforme con esa solución, el Hombre se las arregla de otras maneras con tal de vivir para siempre, no como el Highlander, pero de una manera más “poética”. Por ejemplo, nuestras propias acciones pueden acercarnos a la inmortalidad a través de la memoria que reside en los otros y las emociones que despertamos en ellos. En el caso del músico, mientras su obra perdure en el inconsciente colectivo de todos aquellos que fueron conmovidos por su trabajo, él seguirá presente al ser evocado en el mundo de los vivos, como un fantasma que te susurra por los audífonos.

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Para volver a la muerte de Gustavo Cerati como ejemplo, quizás algún cínico haya tuiteado (ya que en Twitter el cinismo es todo una religión), “¿Para qué lamentar la muerte de Cerati si de todas formas no iba a poder seguir haciendo música en caso de que fuera a despertar?” Bueno, es que nadie lamenta la muerte de un artista por lo que pudo haber hecho o por su potencial artístico, sino por lo que hizo en vida. ¿Tocar canciones? ¿Grabar discos? Tampoco. La principal función de un artista, su razón de ser, es la transmisión de emociones a través de su obra. No es cosa fácil provocar una emoción por medio de una canción, una película, una novela, o una pintura. Se requiere oficio, talento y una cierta necesidad urgente y humana por expresarse. Por eso lloramos la muerte de un músico, porque existe un vínculo emocional que circula en doble sentido: el artista inicia el diálogo con su música, y el público responde con aplausos, risas o lágrimas; son reacciones que agradecemos porque no cualquiera puede despertar esa pasión que duerme en nosotros. Si la muerte provoca el llanto de sus fans es porque la muerte en sí es su última obra.

Razzmatazz, una columna escrita entre las horas de ocio que separan el sábado del domingo. Por: @ShyTurista

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