¿Alguna de las guerras que forman parte de la historia de la humanidad está meramente basada en preceptos ideológicos? Es decir, alguna de estas se justifica únicamente bajo una idea política, social y/o económica. Es difícil afirmar en su totalidad la existencia de una guerra que se justifique con base en ideologías creadas por el hombre y dejando de lado intereses personales. Pero la mayoría de ellas, al menos en el pasado, tomaron en un principio como bandera un concepto o filosofía para llevarse a la realidad.

La Revolución Francesa es uno de los ejemplos más claros. Escritores, pensadores, pintores, músicos y casi toda la clase intelectual de la época, se puso al servicio de la idea de libertad, igualdad y fraternidad. Los problemas que anteceden la Revolución no sólo vinieron de la incompetencia de la monarquía francesa de adaptarse a las necesidades sociales de su país, el cual en el siglo XVIII era el más poblado de Europa. El comienzo de la lucha se dio también como consecuencia del sistema feudal y las intenciones de las burguesía para formar parte del poder político. Entonces, ¿realmente se pusieron por delante los valores de libertad, igualdad y fraternidad o simplemente fueron las palabras que escondían intenciones alejadas de estas?

Foto: National Geographic

La historia es conocida. Mientras unos ven en Napoleón Bonaparte una de las figuras políticas y militares más grandes de la historia, otros lo señalan como el principal traidor de la Revolución al autoproclamarse emperador de Francia en 1804. Si bien Napoleón abogó por la libertad religiosa y anuló la posibilidad de reclamar poder por méritos divinos y de nacimiento inscritos en el Código Civil de Francia, también es una realidad que violó uno de los principios fundamentales de la Revolución Francesa, y que fue el del poder absoluto.

Para algunos, la Revolución y las Guerras napoleónicas, fueron los primeros indicios de lo que ahora conocemos como socialismo y que representa en la actualidad una “amenaza” para algunas potencias mundiales como Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias se dividieron en dos y comandadas por dos ideologías distintas. Por un lado está Estados Unidos con sus aliados europeos y por el otro la U.R.S.S. (Rusia) con un arraigo al socialismo junto a China. Estas divisiones ideológicas, fueron las causantes de la Guerra Fría y que ve un nuevo sucesor, para muchos, con la situación política de Venezuela. Por un lado, Estados Unidos apoya la proclamación de Juan Guaidó mientras Rusia y China reconocen a Maduro como líder de Venezuela.

Foto: Reuters

Ahora, la pregunta es: ¿Estamos ante una nueva Guerra Fría? Para algunos analistas, esto es casi imposible, pues la primera Guerra del siglo XX se basó en, precisamente, dos ideologías distintas, y esta vez, como ha sido evidente, se trata de dominio geográfico y el valor del petróleo en el mercado actual. Estados Unidos siempre se ha planteado como el enemigo del socialismo y todas las posibilidades que surgen de esta que, a la fecha, se mantienen como meras utopías.

Sin embargo, esta doctrina ha logrado colarse a Estados Unidos no en forma de teorías de conspiración donde espías rusos viven entre ciudadanos americanos, sino en el cine en sus formas e historias más cotidianas. Un gran ejemplo es Modern Times de Charles Chaplin de 1936, una comedia que presenta a un trabajador de fábrica que pierde la razón ante el acelerado ritmo de producción y, de forma más sutil, la precaria situación de los obreros. Al final, el personaje principal se encuentra en situación de calle después de haber sido arrestado por estar en un motín (por causalidad) y “defender” sus derechos como trabajador.

Otra gran película que de forma aún más sutil habló de socialismo, fue ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley) de 1941 bajo la dirección de John Ford. Esta cinta es una adaptación de la novela del mismo nombre de Richard Llewellyn y cuyo guión corrió a cargo de Philip Dunne y la fotografía de Arthur C. Miller. En la edición de los Oscar de ese mismo año, ¡Qué verde era mi valle! se llevó cinco premios de la Academia como Mejor Director, Fotografía, Actor de reparto, Diseño de producción y el máximo galardón para Mejor Película.

En 1941, compitió junto a esta cinta de Ford un clásico del cine, y una de las películas más determinantes. Se trata de Citizen Kane de Orson Welles. Ante su victoria contra esta cinta, innovadora en su narrativa y dirección, además de ser el segundo filme de Welles, muchos críticos no han visto la importancia de ¡Qué verde era mi valle! en cuanto no sólo a la presentación en el mundo de la sociedad galesa, sino de las ideas de libertad, igualdad y humanidad en una historia que involucra a un pueblo minero, las injusticias hacia los jornaleros y la unión entre ellos y familiar.

¡Qué verde era mi valle! nos presenta a los Morgan, una familia tradicional que forma parte de un pueblo minero de Gales. La historia está basada en las memorias del miembro más pequeño de la casa, Huw Morgan, quien a pesar de ser un niño y no comprender en su totalidad la mayoría de las situaciones que se exponen, resulta ser un personaje fundamental en el desarrollo de las mismas. La trama de la cinta comienza con la llegada al pueblo del nuevo predicador y del cual, Angharad Morgan, la única hija de la familia, se enamora. Con la llegada de este hombre, sin tener relación alguna, también se revelan algunos cambios en el trabajo de los mineros que los afectan aún más como la reducción de su trabajo.

Al tratarse de un grupo de personas apegados a las tradiciones, y con un historial familiar dentro de las minas, resulta poco comprensible para Gwilym, padre de los Morgan. Cuando sus hijos comparten con su padre la idea de manifestarse contra las decisiones de los patrones, así como la posible creación de un sindicato que los proteja y les de las armas para defender sus derechos, Gwilym se enoja. Esas ideas supuestamente socialistas, llegan al punto de dividir a la familia y separarla. 

Foto: MoMA

Ante una historia que tenía todos los elementos comerciales para ser un éxito como romance, drama, amor y un final completamente inesperado pero justo, el público casi de forma inmediata se relacionó con la historia de ¡Qué verde era mi valle! y se apegó a los personajes principales. Ante su desgracia, las audiencias de inmediato sienten empatía y las ideas socialistas, por más negadas que fueran en la época, no sonaban nada mal.

Por supuesto, se trata de un filme de ficción, así como el socialismo se trata de una doctrina que en muchas ocasiones parece utópica; sin embargo, el éxito en los Oscar de ¡Qué verde era mi valle! y John Ford, dejó por sentado que el rechazo ante una idea progresista para la época, venía directamente del miedo que las autoridades y la errónea interpretación que se ha hecho de la historia, más no de la esencia misma de la idea. Sí, las ideas son peligrosas, pero cuando resultan inconvenientes para la preservación de un solo poder, o bien, cuando se traducen en intereses personales y únicos.

Foto: IMBD

El romance entre el pastor Mr. Gruffydd, interpretado por Walter Pidgeon, y Angharad Morgan por Maureen O’Hara, desvió en gran medida la atención de los puntos centrales y trascendentes de ¡Qué verde era mi valle!; sin embargo, dan ritmo y continuidad a una historia que si bien no es orgánica (algunos temas han sido resueltos), sí se mantiene presente entre las audiencias en la actualidad. O al menos debería.

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