Este 26 de agosto, es el cumpleaños de uno de los escritores más reconocidos de Argentina; del autor de cuentos como “El perseguidor”, “La isla a mediodía” y “La autopista del Sur”: Julio Cortázar. Sí, y lo recordamos sumergiéndonos en su infancia, en su niño interior y en sus historias que, quizá, estaban destinadas más a un público infantil.

Y aunque tal vez no tuvo una grata infancia; en sus textos, en sus intereses, e incluso en las anécdotas de su manera de actuar, en un ambiente más natural; se puede notar que atrás de esos enormes ojos seguía existiendo un infante tímido e introvertido en ocasiones, bastante imaginativo y apasionado de los juegos mentales.

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Una melancólica infancia

Julio Florencio Cortázar nace el 26 de agosto de 1914, en Bruselas, Bélgica, justo cuando empezaba la Primera Guerra Mundial. En efecto, no nació en Argentina, sino en un lugar lejano donde ni el tango ni el box tenían tanto protagonismo, pues su papá era diplomático del país sudamericano en este punto del planeta.

Ante el conflicto bélico, él y sus padres llegaron a Suiza, donde nació su hermana Ofelia. Luego a Barcelona, ciudad en la que sólo permanecieron dos años, y después, cuando termina la guerra en 1918, por fin se trasladan a Argentina, al barrio de Banfield.

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De acuerdo a Guadalupe Loaeza, en su texto “Julio, el niño triste”, de su primer paso por Europa se quedó con una característica particular: su manera de pronunciar “las erres”, como lo hacen los franceses.

Sobre su infancia, en el barrio argentino, llegó a comentar: “Crecí en Banfield, en una casa llena de gatos, perros, tortugas y co­torras. Era el paraíso”. Pero fue, también, el lugar donde ocurrió algo que lo marcaría toda su vida: poco tiempo después de haberse instalado, su papá se fue, aunque su mamá le dijo que simplemente había desaparecido.

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Por esta razón, se mudan con su abuela y de su papá no volvió a saber nada; hasta que, según el libro “Julio Cortázar. La biografía”, de Mario Goloboff, en una ocasión le llegó una carta de él para prohibirle que usara su nombre. A pesar de esto, según sus familiares, el autor de “Rayuela” nunca lo quiso, nunca lo trató y nunca se refirió a él.

“Tuve una infancia en la que no fui feliz y esto me marco muchísimo”, contó alguna vez el argentino. Aunque debe a esta etapa su encuentro con los libros, pues aprendió a leer desde los dos años; con lo que, también, se llevó un gran susto su madre, pero luego comenzó a leerle novelas de Julio Verne e historias que seguramente influyeron en su literatura.

El niño interior de Julio Cortázar

El escritor creció, estudió Letras, trabajó como profesor y luego voló a París, Francia, donde escribió varias de sus obras más reconocidas; convirtiéndose, después, en uno de los principales representantes del Boom Latinoamericano. Pero no, nunca dejó de ser aquel niño un tanto introvertido, imaginativo y curioso que creció en Banfield.

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De hecho, en el libro “Revelaciones de un cronopio. Conversaciones con Julio Cortázar”, de Ernesto González Bermejo, llegó a contar que todas las mujeres con las que había estado, siempre le dijeron que lo terrible en él se debía a que seguía siendo un niño: “Y es que ante cierto tipo de situaciones en que los adultos reaccionan naturalmente como adultos, mi reacción suele ser pueril, de juego”.

También, en este mismo texto, reveló que se sentía un tanto como Peter Pan: “En momentos en que hay que adoptar una decisión de adulto, muchas veces yo me refugio en un estado de espera, realmente infantil, como si la solución fuera a venir de otro lado, como si yo tuviera un padre todopoderoso que me va a sacar las castañas del fuego”.

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Sin embargo, él nunca sintió que esto fuera algo negativo, pues pensaba que, a cambio de esta actitud un tanto infantil, obtenía una capacidad de captación propia de los niños y que los adultos van perdiendo.

Por otra parte, para él siempre tuvo mucha relevancia el juego, lo lúdico como una actividad importante como escribir: “En ese sentido, la literatura siempre fue un ejercicio lúdico para mí. No creo haber cambiado de actitud entre aquel niño que construía un mecano y se pasaba horas inventando una nueva grúa y el hecho de inventar un ‘modelo para armar’ en la escritura”.

“Discurso del oso”: El cuento infantil de Cortázar

De acuerdo a la Editorial Libros del Zorro Rojo, este cuento, que se encuentra dentro de “Historias de cronopios y de famas”, es el único texto que se sabe que el escritor escribió especialmente para niños. Sí, para los hijos de su amigo Eduardo Jonquières, pintor argentino.

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Incluso, éste se escribió en 1952, diez años antes de que se publicara en el libro que todos conocen. Al respecto, la casa editorial señala: “¿Pero es razonable pensar que quien fue capaz de escribir instrucciones para subir una escalera, matar hormigas en Roma o llorar es un autor que no está al alcance de los niños? Cortázar juega y crea textos que parecen destinados a horadar toda clasificación, incluso la que se empeña en dividir a los lectores por edades”.

Este cuento, es la historia de un pequeño oso que se pasea por las viejas tuberías de un edificio, descubriendo la vida de sus vecinos; de aquellas personas solitarias y que sólo gruñen por el mal estado de las cañerías. Él, mientras tanto, vive feliz subiendo y bajando por los tubos, lavando su cara y lamiendo las narices de quienes se paran frente al grifo.

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Pero este no es el único texto que podría estar destinado para niños. En “Historias de cronopios y de famas”, podemos encontrar más de un cuento donde Julio Cortázar invoca a su niño interior, como: “Instrucciones para subir una escalera”, “Aplastamiento de las gotas”, y algunos relatos de los cronopios, las famas y las esperanzas.

Sí, Cortázar se tomaba su propia escritura como algo lúdico, como una actividad donde podía reflejar a ese pequeño escritor que siempre estuvo dentro de él; aunque la literatura, como juego, siempre le pareció el más serio de todos.

*Con información de Universidad Veracruzana, “Revelaciones de un cronopio. Conversaciones con Julio Cortázar”, “Julio Cortázar. La biografía” y Editorial Libros del Zorro Rojo

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Me llamo Erick Ponce y trabajo en Sopitas.com desde el 2020. De hecho, entré justo un mes antes de que se decretara la pandemia de COVID-19; pero bueno, este no es el lugar para deprimirlos. Antes colaboré...

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