Es sabido que Brasil no es precisamente el paraíso de seguridad y paz social que se nos pinta en los comerciales del Mundial. Por el contrario, el país enfrenta un enorme tráfico y consumo de drogas y grupos urbanos armados que casi pueden considerarse guerrillas.
El hecho de que Brasil organice al Mundial no sólo responde al objetivo de que su selección se lleve la copa. Más bien lo más importante es dar al mundo una imagen de país civilizado en crecimiento, apto para las inversiones y para tomar un lugar en las mesas de negociación internacionales en las que se toman las decisiones importantes. No obstante, este objetivo puede empañarse no por lo que ocurra en la cancha, sino por lo que ocurra en las calles.
Se sabe que el secuestro, el vandalismo y el tráfico de drogas son un grave problema en el país sudamericano. Brasil es el segundo mayor consumidor de cocaína en el mundo (después de los EEUU) y los grupos de delincuentes cuentan con armamento pesado, como metralletas, granadas, minas anti-personales y lanzacohetes. El comportamiento y los ataques de estos grupos nos hacen pensar más en una guerra civil que en simples crímenes del orden civil.
Para enfrentar esta problemática los gobiernos de Lula y de Dilma Rouseff prepararon un documento titulado “Garantía de ley y orden“. El objetivo es mantener las problemáticas de Brasil como problemas de seguridad ciudadana y que no escalen a convertirse en cuestiones de seguridad nacional. Para ello invirtieron cerca de mil millones de dólares.
Una parte de la inversión se fue para comprar 270 mil granadas y municiones lacrimógenas y 263 mil cartuchos anti-disturbios. Adicionalmente, el plan trata de mantener a la policía en un bajo perfil, por las intensas sospechas de corrupción. Para el mundial, 57 mil efectivos de las Fuerzas Armadas custodiarán las ciudades y 21 mil más quedarán en alerta para una emergencia.
Si todo sale bien, la inseguridad se mantendrá en lo mínimo y no pasará de simples robos. Sin duda alguna el narcotráfico y el crimen organizado en Brasil es un problema de largo alcance, y el Mundial y las próximas Olimpiadas pueden ser catalizadores importantes que cambien la situación para el futuro. Al menos eso es lo que esperamos, y no que simplemente escondan el crimen mientras duran los eventos.