Por Guillermo Núñez Jáuregui

La productora neoyorquina A24, fundada en 2012 por Daniel Katz, David Fenkel y John Hodgers, se ha enfrentado de manera desigual al género del horror. Aunque han tenido puntos bajos (como El monstruo de 2016, de Bryan Bertino, donde fungieron como distribuidores). Con “desigual” quiero decir que lo han hecho sin encajar con las convenciones ya no digamos del género, sino del género como lo entiende Hollywood, a menudo entre lo tremendista y lo espectacular (como muchas de las películas palomeras que ha presentado Blumhouse, más preocupada por crear “franquicias” sobre actividades que son paranormales, siniestras, conjuradoras o insidiosas…). Los filmes de horror que ha distribuido o producido A24, en cambio, han sido híbridos difíciles de roer, por más categorías que el público sofisticado mastique. Esto no se refiere, por supuesto, sólo al horror. En otros géneros de consumo popular, como la ciencia ficción, han operado de manera similar. Una de las obras más exitosas de la compañía, Ex Machina (2015, de Alex Garland, que recaudó a nivel mundial más de 36 millones), es un thriller psicosexual que recupera tópicos de la ciencia ficción. También La langosta (en la que A24 sólo fue distribuidora), de Yorgos Lanthimos, planea por la ciencia ficción, así como por el drama y la comedia. Es claro, la compañía se enfrenta al cine homogéneo que se muestra dócil con las convenciones. No debe sorprender que uno de sus filmes más recientes, It Comes at Night (o Viene de noche) de Trey Edward Shults, no haya encajado en el ambiente  de remakes y secuelas al que las carteleras ahora nos tiene acostumbrados.

El filme, que sigue en la cartelera comercial mexicana, merece atención. Sus elementos más reconocibles provienen del cine de sobrevivencia y de desastre, pero su interés está en otro lado. La catástrofe, sea inmunológica, ecológica o apocalíptica (en su sentido material), ha tenido una presencia en el cine contemporáneo robusta, por decir lo menos (y también en otras producciones de A24, como la masculina y pesimista The Rover de 2014 o la femenina y esperanzadora Into the Forest de 2015; ambas están disponibles ahora en Netflix). Viene de noche se resiste al cine espectacular (que ha entregado bodrios como 2012 de Roland Emmerich e incontables películas derivativas sobre zombis). Mientras una “amenaza no natural aterroriza al mundo” (como se lee en la sinopsis de A24), una familia (como es de imaginarse) intenta sobrevivir al interior de una cabaña oscura, ubicada en algún lugar recóndito de un bosque. Hemos visto esto antes, ¿no es cierto? La cabaña retirada que sirve como último refugio, la familia que se cuida de la desesperación. Pero Viene de noche no sólo aprovecha las sombras largas y tenebrosas que puede ofrecer una cabaña sin luz eléctrica, algunos de sus fragmentos se desarrollan al interior de la psique de uno de los personajes principales (a saber, las pesadillas de un joven de diecisiete años), que destacan por presentarse en un formato que evoca el Cinemascope. La idea es clara: los horrores que nos atrevemos a soñar e imaginar pueden ser más amplios que las amenazas encontradas en los espacios cerrados de una cabaña.

Pero lo realmente sorprendente (y chocante, en el mejor de los sentidos) de Viene de noche es que es más cercana a la tragedia (en su sentido clásico) que al horror de sobrevivencia. La amenaza no es natural, cierto, ¿pero significa que es, entonces, sobrenatural? Obviamente, la cinta no ofrece respuestas y como en El resplandor de Kubrick, las únicas respuestas disponibles están fuera de este mundo; en ambos filmes, por ejemplo, una pregunta queda en el aire: “¿Quién o qué abrió la puerta?”. Discretamente, Viene de noche apunta hacia tópicos apocalípticos pero en su sentido espiritual. Cuando el hombre miente, asesina y desea a la mujer de su prójimo, ¿merece un castigo?, ¿el triunfo de la muerte? Es raro y refrescante ver una película que, en nuestros sacros tiempos seculares, se atreve a preguntar algo por el estilo.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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