¿Recuerdan nuestra dinámica del corresponsal de Sopitas.com para cubrir el Corona Capital 15? el día de hoy recibimos con mucha alegría la reseña de nuestro ganador Fernando A. Valencia. Quizá sea la reseña más amplia que hemos publicado, pero vale la pena. En realidad no queremos entretenerlos más, así que a continuación la experiencia nuestro querido lector.

 

Día 1

Luego de más de un año de espera, llega por fin el momento de juntar a nuestros amigos de confianza e ir a disfrutar dos días de música en medio de la ciudad. La primera impresión es horrible. Seis ediciones después, es la primera vez que nos encontramos ante una monstruosa fila para ingresar. La entrada del festival está tan mal planeada que te hacen entrar por Ciudad Deportiva para mandarte caminando de regreso a Puebla. El camino entre acceso y escenarios es mucho más largo que en años pasados.

Cuando por fin logramos pasar, es hora de correr para lograr ver a Wild Nothing. En el último tramo nos acompaña ya el riff de Nocturne. Nos recibe un Escenario Light semivacío, pero la banda hace muy bien su trabajo, y poco a poco atrae a curiosos madrugadores, que comienzan a disfrutar y bailar al ritmo de Paradise. Jack Tatum mide sus palabras, y deja que la música hable por él, funcionando como un perfecto aperitivo.

Toca el turno a Alvvays de inaugurar el escenario principal. Una interpretación sumamente correcta liderada por una bella y carismática Molly Rankin justifica el hype creado por su presentación. El público responde bien, y escuchamos los primeros coreos de la tarde. La banda demuestra su emoción y nadie para de sonreír y agradecer.

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DIIV da inicio a un concierto que parece extraído de una cinta noventera en VHS. Desde el atuendo a lo Clarissa lo explica todo hasta la imagen de Kurt Cobain en las pantallas, la agrupación presume sus nuevas creaciones, complace con temas de su maravilloso Oshin (2012) y deja el escenario con una ruidosa rendición de Doused.

Y de pronto llega la destrucción. Title Fight pisa por primera vez suelo mexicano. Tras un saludo en casi perfecto español, los oriundos de Pennsylvania comienzan su brutal show. Los fans de Muse que decidieron plantarse todo el día huyen despavoridos mientras un pequeño círculo se abre en el frente del escenario. La tierra comienza a sofocar. Una chica de cabello rojo golpea todo lo que encuentre a su paso, algunos se vuelven amigos y otros tantos se dedican a salvar a los caídos. Unos cuantos incluso salen un momento para notar que su ropa se encuentra ahora rota y desgarrada. Para cuando todo termina, se ha formado una pequeña comunidad entre los que entramos al slam, mientras pasan las botellas de agua y se escuchan recomendaciones de bandas similares.

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Tomando un respiro, decidimos acercarnos a la carpa de autógrafos, donde Alvvays consiente a sus fans abrazando a todos, tomándose fotos y firmando hasta los vasos de cerveza. Comienza así el set de Chairlift, quienes en una extraña estrategia deciden no tocar sus más grandes hits. Los pocos asistentes que han acudido a la cita lucen desconcertados y confundidos, y solo responden ante la melosa Bruises. Muchos aprovechan para sentarse en el piso, o irse a comer.

Desde la lejanía de los food trucks presenciamos el espectáculo que ofrece Kygo, lleno de pirotecnia, papelitos y humo. La gente suena muy animada, y honestamente tanta parafernalia impresiona fácilmente. Varios ya duermen sobre el pasto, o molestan vendedores en una actitud claramente provocada por el exceso de cervezas.

Father John Misty es un maniático en traje. Desde su figura extrañamente reminiscente a Morrison hasta su entrenada voz e irreverente actitud, mantiene a todos atentos a cada movimiento. Su set presenta canciones del aclamado I Love You, Honeybear (2015) ante una multitud más sustancial, y presenta un espectáculo que se siente francamente esencial y brillante.

El encargado de seguir con el frenetismo es un anticipadísimo Richard Ashcroft, quien con una guitarra ofrece una sesión casi íntima ante un público en su mayoría maduro, que ha esperado años este momento. Interpretando parte del catálogo de The Verve, así como sus más famosas canciones en solitario, el ícono del britpop tiene un momento de enojo cuando el sonido de Death from Above 1979 invade su espacio. Justo antes de interpretar Music is Power, aprovecha para llamar el ruido una “mierda espantosa”, y amenaza con volver al festival acompañado de una banda entera para ahogarles el sonido. “No tienen las bolas de subir a un escenario con sólo su guitarra, su voz y sus canciones”, insiste. La multitud aplaude incontrolable, y decide cantar más fuerte. Richard agradece la entrega del público, y corrobora que los mexicanos nos hemos ganado nuestra leyenda.

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En la Claro Música Tent, Run The Jewels tiene a todos desquiciados. El sonido de los gritos y cánticos en la carpa es más ensordecedor aún que los pesados beats que provienen de las bocinas. El-P y Killer Mike hacen que el público repita una y otra vez RTJ, insultan a Donald Trump y felicitan a todos los presentes por ser una audiencia hermosa. Una interpretación espléndida, cruda y enérgica por parte de los estadounidenses.

El camino hacia The Libertines es bastante complicado. Un desconocido yace inconsciente en un charco de su propio vómito, mientras el sujeto a nuestro costado izquierdo grita guarradas como “¡Pete, estás gordo y por eso te amo!”. La banda se presenta muy dinámica. Pete Doherty y Carl Barât presumen su hermoso bromance. Nuestro ebrio amigo grita “¡Ahí va la playera!”, para posteriormente cumplir su amenaza. Todos los éxitos están en el setlist, y la gente de adelante luce emocionadísima. “¡Ahora va el pantalón!”, grita el chico extasiado, mientras todos esperamos que no siga adelante con sus promesas. Una generación entera ve su sueño cumplido, y el escenario Doritos se vuelve una pequeña extensión de Inglaterra.

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Mucha gente reniega actualmente a Muse, pero lo cierto es que sus discos antiguos son joyitas, y sus interpretaciones en vivo son prodigiosas. Si bien Drones no es un gran álbum, su sonido se presta al set que han armado, que incluye varias canciones del Absolution (2003). Los fans que han aparecido casi como por generación espontánea llenan el recinto, aunque sin llegar a asfixiar. Y así, con un show cumplidor, llega a su fin el primer día de la denominada “Experiencia Corona Capital”.

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Día 2

Para el día dos, los rostros de muchos lucen ya fatigados. Somos pocos los que nos animamos a llegar temprano, y son aún menos los que se acercan a los escenarios. Desde la carpa de autógrafos presenciamos a Milo Greene, una banda de la que nunca hemos escuchado hablar, pero que aparentemente cuenta con una fanbase sólida en México. La verdad no lo hacen nada mal, y en cuanto termina el set, una estampida se abalanza para intentar obtener su firma.

El día continúa con The Griswolds, una banda australiana que seguramente me habría encantado si tuviera 15 años, pero que ahora me suena genérica e irreconocible de cualquier otra agrupación “indie”, de esas que rellenan los carteles. No son malos, pero ciertamente no son memorables.

La cosa mejora en cuanto Shamir sube al escenario Doritos. La gente organiza círculos con bailes perfectamente coreografiados, danzando cual ritual primitivo con un entusiasmo tan contagioso que antes de darme cuenta, me encuentro levantando las manos y bailando al ritmo de la música. La presencia andrógina del cantante y su aguda voz despiden una cierta inocencia encantadora muy a su manera, mientras agradece emocionado a la audiencia que, si bien no es muy grande, comienza a corear su nombre.

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Mientras tanto, en el Escenario Light, alguien ha rejuvenecido a The Kooks y los ha puesto a tocar canciones inéditas de los Arctic Monkeys en 2006. La banda se hace llamar Circa Waves. Kieran Shudall es una mezcla entre Alex Turner y el protagonista de Submarine, pero aunque su sonido no ofrece nada nuevo, siempre es agradable encontrar una banda joven y enérgica con un sonido tan profundamente británico. Al menos para quienes todavía extrañamos las épocas de Dancing Shoes.

Las filas en las activadades son ya una locura que demuestra que este año, la música pasó a segundo plano para muchos de los asistentes. Miami Horror irradia alegría, aunque por momentos se siente que lo intentan demasiado. Una interpretación de lo más hiperactiva, que incluye a Benjamin Plant trepando por los costados del escenario mientras mueve el trasero, y a Josh Moriarty haciendo stage dive. Pese al frenesí que los más jóvenes han desatado, una chica visiblemente ebria canta al oído de su incómodo novio Love Like Mine, con los ojos cerrados y apretándose cada vez más. La banda sale del escenario más tarde de lo planeado, pero deja un buen sabor de boca, equiparable con haber visto un blockbuster veraniego satisfactorio.

Poco a poco, entre bailes, nos hemos abierto paso hasta las primeras filas. Resulta que Mew es uno de los actos más esperados del Corona Capital 2015, con una cantidad bastante respetable de Frengers que comienzan a llenar el campo abierto. Cuando los daneses por fin aparecen, el público se deshace. La voz de Jonas Bjerre es simplemente celestial, y la música despide una estela de sentimientos que enchinan la piel, dejando a más de uno totalmente derrotado y apabullado. Se forma una conexión especial entre audiencia y banda. Ellos no pueden parar de hacer reverencias y sonreír, y a cambio nosotros cantamos, bailamos y movemos los brazos al ritmo de sus canciones. Mew saca a relucir lo mejor de su catálogo, y para el instante en que las primeras notas de Comforting Sounds anuncian el final, el vínculo ya está en su punto. Las lágrimas caen por las mejillas de miles, mientras una sola voz retumba al ritmo de las armonías de la canción. Cuando los chicos dejan el escenario entre aplausos, los pañuelos desechables hacen su aparición.

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Existen decisiones difíciles, pero elegir entre Sleater-Kinney y la dupla de Spoon y Primal Scream es demasiado. Al final, nos inclinamos por la banda de féminas, quienes hacen honor a su status de culto al juntar un público muy reducido, entre los cuales se encuentran fans de Pixies esperando las 9:25 de la noche. No obstante, las señoritas se enfrentan estoicas a esta difícil labor, y en poco tiempo se han ganado a la audiencia con su demostración de poder y actitud.

Cinco años después, Pixies vuelve al Corona Capital con una posición más discreta en el cartel. La congregación fue menor en esta oportunidad. Black Francis y compañía, haciendo gala de su característica discreción y sin mediar palabra alguna dedicaron su tiempo a lo que mejor saben hacer: tocar. Pese a todo, en 2010 la banda se notaba un poco más alegre, y aunque no quisiera reconocerlo, se siente la ausencia de un miembro vital.

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Con la noche ya bien entrada y la gente muerta por doquier, Ratatat demostró que la electrónica y los instrumentos no son enemigos naturales, realizando una interpretación arriesgada y perfecta, acompañados de visuales extraños e iluminación imponente.

Así, al borde del colapso y con muy poco interés por Calvin Harris, decidimos poner punto final al segundo día, sintiendo que vivimos una buena experiencia musical, con deficiencias en su nuevo acomodo. Los asistentes fueron probablemente uno de los públicos más apagados que ha tenido el festival a lo largo de su vida, pero quienes aún vemos la música como la parte más importante pudimos presenciar algunos actos que probablemente pasarán a la historia y que dejaron una huella permanente en nosotros.

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T: Fernando A. Valencia

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