Por: Mariana Torres y Addi Gutiérrez, mexicanas en Múnich
Marzo es un mes que se pinta de morado en todos los rincones del mundo, herencia de una serie de protestas que inició en 1857 con las trabajadoras de una fabrica textil en Nueva York, quienes exigían una paga justa, o por lo menos igual a la de sus colegas masculinos. En ese momento sus salarios representaban menos de la mitad que los de ellos. Parece mentira que —después de casi 200 años— cada 8 de marzo se sigue escuchando el mismo rugido: la exigencia un salario igual al de los hombres y condiciones igualitarias en cuanto a derechos y oportunidades, a nivel mundial.
Pero nos parece aún más increíble que a pesar de tanta lucha y logros de nuestras guerreras feministas, en México debamos retroceder y demandar uno de los derechos más básicos del ser humano: a permanecer vivas, a la seguridad.
¿Cómo es posible que en una cultura reconocida como una de las más cálidas y atentas del mundo, se esté violentando sistemáticamente al 51% de los ciudadanos de este país? Muchas de nosotras encontramos en Alemania un lugar de libertad donde se puede salir a la calle en minifalda, enfiestada y a veces hasta alcoholizada a altas horas de la noche. Donde no se extraña esa mirada incomoda de un “cazador empedernido”, el chiflido por la calle o los acercamiento indeseados en el transporte público.
Sin embargo, bajamos la cabeza al enfrentarnos con la frase que no puede faltar : “¡Ah, eres de México!… Es muy peligroso, ¿verdad?”. Nos gustaría contestar que están equivocados, que lo mejor de México no son sus playas, su arquitectura o la comida si no su gente. Que compren un boleto de avión y vayan, pero luego de un silencio incómodo la respuesta es siempre: “Sí, ese país tan maravilloso es un país peligroso, y más si eres mujer”.
8 de marzo
En México son asesinadas en promedio 10 mujeres al día, 1 de ellas es una menor de edad. Difícil de creer y sobre todo de entender para muchos de nuestros conocidos en países donde las mujeres luchan por la ley de cuotas, la reducción de la jornada laboral a 30 horas semanales o el permiso parental igualitario para ambos padres.
Una utopía aún muy lejana para México. Pero ¿por qué deciden 80 mexicanas, residentes de Múnich, reunirse el 8 de marzo y gritar en medio de una plaza en un idioma que la mayoría de los transeúntes no entiende?, ¿por qué luchar en contra de una situación que ya no vivimos?, ¿por qué demandar los derechos de quienes están tan lejos? Porque no importa de dónde venimos, a qué nos dedicamos, porqué estamos aquí; todas somos una. Pero sin una no somos todas.
A pesar de tener madres, hermanas, primas, amigas o sobrinas que siguen en nuestro amado México y corren el riesgo de ser parte de estas terribles estadísticas, no hace falta tener una conexión de sangre o sentimental para que nos duela y desear que nuestras paisanas gocen de esta libertad que por el momento nosotras experimentamos.
Queremos que cada una pueda caminar libre y segura, a cualquier hora del día y con cualquier ropa que vista. Queremos que el clima dicte nuestro outfit y no el temor de quién nos podemos encontrar por nuestro camino.
Nos encantaría que tengan libertad de dedicarse a lo que quieran y tengan la oportunidad de soñar, de planear su futuro, de querer (o no) tener familia con los integrantes y en el tiempo que ellas decidan. No es necesario ser feminista radical y extremista, haber sido víctima de una violación o conocer a alguien que haya pasado por alguna situación de violencia doméstica.
Se necesita empatía y nada más. Porque la lucha es nuestra y de las que amamos, de aquellas que no conocemos y siguen juntándose en las protestas del Zócalo, de la Minerva o del Barrio Antiguo de Monterrey.
Esta lucha es por las que ya no están, pero también por las más de 63 millones de mujeres que están al límite de ser parte de esas 10 que ya no volvieron. Que a nadie le falte paz y que si por algún motivo somos receptoras de algún acto de violencia no se nos cuestione ni dónde andábamos ni por qué, que los interrogatorios se enfoquen en los victimarios y no en las víctimas.
Queremos protocolos y sensibilización de las autoridades y los responsables de recibir las quejas y denuncias. Exigimos que las niñas y niños puedan crecer libres y felices, que la sociedad condene al padre ausente y no a la mamá luchona; que se celebren y reconozcan nuestros logros, sin poner en duda nuestra capacidad o la forma en que los conseguimos; que no se sobrentienda que si hemos llegado a un buen puesto de trabajo es porque “abrimos las piernas”, que esta sexualidad sea respetada cuando decidamos vivirla con plenitud, cuando y con quién (con nuestro consentimiento) nosotras decidamos.
Sí, es cansado gritar por lo mismo, marchar por lo mismo, exigir los mismos derechos; incluso nosotras llegamos a pensar “ya chole”. Pero cada vez que escuchamos de una Ingrid Escamilla o peor aún de una Fatima Cecilia, nos hierve la sangre y nos motiva a seguirlo intentando, en español, inglés, francés o alemán, porque si hay algo más fuerte que una mujer empoderada, son miles de mujeres empoderadas luchando juntas por lo mismo. “Wenn wir streiken steht die Welt still” (cuando peleamos el mundo se detiene). ¡Fuerza, hermanas. Estamos con ustedes!