Por José Ignacio Lanzagorta García

A estas alturas hay quienes dicen que debaten su voto por el menos peor. El chiste sórdido dice que votar es como elegir entre un catálogo de enfermedades venéreas. Esto asume que ningún candidato es perfecto, que todos serán aborrecidos al final –o durante– de su período. Sin embargo, la idea del menos peor asume también una cierta cercanía entre todas las alternativas. La disputa en la sobremesa tendría que ser, en este mundo, cuál de los polémicos fichajes es peor o si la política que propone fulanito es más o menos irresponsable que la de sutanito. El lado optimista de estos electores es el de quienes dicen que esperan escuchar las mejores propuestas. Para quienes hayan estado poniendo atención, vemos que el asunto no ha sido tan así. Quienes dicen que están buscando al “menos peor” o “las mejores propuestas” asumen un tipo de normalidad en la elección. Y el tiempo tendría que habernos enseñado ya que, al menos en la presidencial, no hay elecciones “normales”. Casi nunca nos estamos disputando al “menos peor”.

Al inicio de la contienda apuntábamos una elección en dos ejes: el del priismo y el del lopezobradorismo. Ya avizorábamos los cruces: el antipriísta que es también antilopezobradorista se iría mayoritariamente por Anaya, aunque no faltarían aquí anulistas y ese psicodélico lado del electorado que encuentra en el Bronco una opción. Una elección entre el “menos peor” estaría, en todo caso, en el tablero de aquellos que sólo son antilopezobradoristas. Tendrían que decidir si preferirían dar continuidad a la corrupta y repudiada administración de Peña Nieto o irse con un candidato extraño, sin experiencia, sin una plataforma clara y con alianzas problemáticas. Sin embargo, ante la consistente y hasta creciente predominancia de López Obrador en las encuestas y el estancamiento de Meade, el eje del priismo-antipriismo se volvió irrelevante. O, digamos mejor: quedó resuelto. Esta elección sería entre AMLO y no-AMLO, dando por descontado que alrededor de 20% de los votos serían inevitablemente para el PRI. ¿Es cierto que los electores se enfrentan a una elección entre el “menos peor”? No.

El capital del lopezobradorismo es hoy enorme, como nunca lo había tenido. Se necesitó una administración como la de Peña Nieto, sumada a todos los desprestigios que acumuló el partido en los gobiernos locales, para dejar al PRI fuera de la jugada, pues parece que ni habiendo presentado a la reencarnación de San Juan Diego como candidato, despegaría. El único escenario alternativo de una contienda más competida es aquél de una derecha que no hubiera llegado fragmentada, con un aspirante verdaderamente carismático que se hubiera hecho de la candidatura no a partir de codazos, rupturas, traiciones y alianzas personales en la política de pasillo, sino a partir de la decisión corporativa de la conveniencia de su participación en el proceso electoral. ¿Javier Corral? Quién sabe. A lo mejor no.

No imagino quiénes, entre los electores de López Obrador, lo eligen como “el menos peor”. No faltarán, desde luego. En cambio, y tal vez porque me encuentro entre ellos, vislumbro a quienes lo eligen a pesar de sus alianzas problemáticas, a pesar de algunas de sus camarillas más fanatizadas, a pesar de las dudas y hasta temores que despiertan algunas de sus propuestas y, ¡ay!, incluso a pesar de él mismo. Cada tirón a la rueda de tortura con la que a veces el partido o el candidato somete a sus propios electores abre la fantasía de explorar otras alternativas, de buscar otra cosa “menos peor”. Aparecen de inmediato los verdugos fundamentalistas que censuran cualquier remilgo, cualquier regateo –dicen–, cualquier exquisitez, ante –claman– la posibilidad más real de contar con un gobierno de izquierda.  Estos agentes nos recuerdan que la decisión sigue siendo entre statu quo y otra cosa, a pesar de que ambas empiezan a acercarse a un extraño nivel de equilibrio.

El voto expresa nada más que la voluntad unipersonal de que un candidato sea presidente. Nada más. No hay razones, no hay segundas intenciones. No hay nota de mandato al seleccionado. El ganador no sabrá si fue el menos peor u otra cosa, pero para gobernar le conviene imaginarlo. Entre los electores de Morena no parece estar una selección del menos peor, sino la de continuidad o ruptura, donde la continuidad sería el peor de los males hasta que la ruptura que encabeza López Obrador termine de demostrar lo contrario. Lo que me llama la atención es que entre los antilopezobradoristas la rueda de tortura aprieta y aprieta cada vez que escuchan el acartonamiento de Anaya o la intolerancia de Meade. ¿Será que ellos sí se disputan entre la sífilis y la gonorrea? Un antilopezobradorista que tiene todo mi afecto me dijo apenas ayer: “no pienso votar por AMLO jamás, pero empiezo a pensar que él es el menos peor, no sé qué hacer”. Ésta no es una elección normal (ninguna lo es).

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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