Una película honesta. Nunca había entendido qué quería decirse al llamar “honesta” a una película de magnitudes monumentales. ¿Honesta con qué, honesta cómo? Ser honesto es enunciar la verdad porque el deber, aquel que se ha elegido seguir, así lo exige para lograr el bien, la redención, la salvación. ¿Cómo puede una película expresar tal cosa? La ficción puede ser verosímil hasta la perfección, puede imprimir una marca indeleble en nuestro espíritu, ¿pero puede ser honesta? Pues bien, tras ver Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu, la única palabra que me viene a la mente para describirla es ésa: inesperada, brillante, bella y abrumadoramente honesta. 

González Iñárritu logra romper con los viejos esquemas que alguna vez significaron la marca definitiva de su cine. Reinventa su estilo de forma tan radical, que la película vibra toda ella con la fuerza de quien ha descubierto cómo volar sin poder dejar de hacerlo ni siquiera por un instante. El complejo juego de montaje basado en el zigzagueo temporal que caracterizara a cintas como Amores perros, 21 gramos y Babel es sustituido por el extremo opuesto: un ambicioso plano secuencia (artificial, por supuesto, pero increíblemente bien logrado) de ritmo in crescendo que explota en el rostro en el corazón en el momento preciso del clímax.

El viejo y consagrado estilo fotográfico de Rodrigo Prieto, fiel compañero de Iñárritu hasta Biutiful, se va de vacaciones para ser sustituido por uno de los más impresionantes trabajos en la carrera de Emmanuel “El Chivo” Lubezki, quien merece con creces el Oscar tras una labor acaso mejor que la realizada en Gravity, que le valiera la estatuilla el pasado febrero.

El guión, obra del propio Iñárritu y Alexander Dineralaris por un lado, y de los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo (con quienes trabajara en Biutiful) por otro, es impecable y constituye una soberbia columna vertebral bien revestida por las virtudes técnicas de la película.

La anécdota de Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) acompasa la comedia y el drama para retratar los vertiginosos días en los que Riggan Thomson (Michael Keaton) ha de culminar el montaje de su propia adaptación de What we talk about when we talk about love (de Raymond Carver). Con esta obra, Thomson que busca demostrar que es un verdadero artista con el talento suficiente para penetrar en el exigente mundo de Broadway y por fin ser reconocido por algo más que el personaje que en los noventas le diera fama: el superhéroe Birdman.

Birdman es para Thomson mucho más que una vieja gloria: es un peso condenatorio y la voz oracular que susurra a su oído la cruda verdad. Continuamente, Birdman le revela el fétido olor a pretensión que hay en sus ambiciones filosóficas y teatrales; lo hace escuchar el sonido de los perdidos aplausos y presentir el dulce sabor de la antigua fama, de la acción, la aventura y el goce.

El tópico es reconocible y nada nuevo: el artista en busca de la perfección y del amor de todo aquel capaz de admirarlo: en busca de la verdad, de la creación de una obra perfecta que lo conduzca a la redención. No es la originalidad temática, sino el brillo en la realización lo que convierte a Birdman en la obra maestra de Iñárritu. Dirige con soltura un peligroso argumento librando constantemente el oscuro abismo del cliché, en cuyos bordes no deja de hacer impresionantes malabares técnicos y narrativos para arrancar del público sorpresa y maravilla.

La comparación del personaje de Thomson/Birdman con Michael Keaton es fácil. La revista Variety no dudó el calificar su actuación como “el regreso del siglo” de un hombre que alcanzara uno de los momentos más altos de su carrera embutido en el traje de Batman. No obstante, una comparación quizá más escondida pero también atinada es la que contrapone a Thomson con el propio Iñárritu. “Estaba aterrado, pero pensé que si después de tantos años no hacía algo que me aterrara, significaría que estaba muerto”, afirmó el director mexicano en Venecia. Comparar las hipotéticas películas de Birdman con la vieja carrera de Iñárritu no suena descabellado cuando se piensa que ambas representan duros cascarones difíciles de romper para renacer.

“Cinta febril que roza la obra maestra. [Iñárritu] logra el mejor filme de su exitosa carrera” (El Mundo); “Birdman vuelva muy muy alto” (Hollywood Reporter); “Una comedia salvajemente divertida, extrañamente dulce, triste y absolutamente genial de Alejandro González Iñárritu” (Time Out); “Es una maravilla técnica que será examinada en las próximas décadas” (CinemaBlend.com); “Una exploración fantástica de diálogo interno y pavor existencial” (Movie Mezzanine): son sólo algunas de las críticas que, tras Venecia y la edición de este año del Festival Internacional de Cine de Morelia (donde sirvió de cinta inaugural), ha cosechado a pulso.

Una merecida obra de arte para la década. Una lección sobre la agonía de la autodeterminación y el límite de la creaciónBirdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es una película imperdible y sí: irresistiblemente honesta. 

 

José Manuel de León Lara

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Tú puedes ver Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) a partir de hoy en las salas de cine mexicanas.

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