La muerte del periodista de Proceso y Cuartoscuro ha despertado la indignación de la mayor parte de la sociedad en las redes sociales, sin embargo no es la primera ocasión en la que enfrentamos una situación como esta en el País.
El pasado viernes 31 de julio fue hallado muerto el foto periodista Rubén Espinoza Becerril, colaborador de los medios Proceso y Cuartoscuro. El cuerpo fue encontrado en un departamento de la colonia Narvarte al lado de otras cuatro personas. Con su muerte, suman ya cuatro periodistas asesinados en lo que va del año y 13 durante el actual gobierno de Javier Duarte en Veracruz.
Rubén Espinoza había sido amenazado en reiteradas ocasiones, por lo que el periodista cambió su lugar de residencia al Distrito Federal, se había venido desempeñando dando cobertura de los movimientos sociales, y ello le valió varios desencuentros con elementos de la fuerza pública. En 2013 fue agredido por policías estatales durante un desalojo de la CNTE en Plaza Lerdo.
Desde entonces, se dice que la relación con el gobierno fue tensa y que, incluso, no se le permitió cubrir diversos eventos oficiales. La muerte de Espinoza despertó una alerta fuerte en las redes sociales sobre lo que le ha venido sucediendo a los periodistas que ejercen su profesión en este estado. En especial, se ha resaltado las limitaciones a la libertad de expresión por parte del gobierno.
Estos hechos han abierto una una profunda reflexión sobre el ejercicio del periodismo en nuestro País, no es casual que el asesinato de Rubén Espinoza se de en un país en donde el Relator Especial para la Promoción y Protección de la Libertad de Opinión y Expresión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Frank La Rue ha señalado: “Veracruz es el estado más peligroso para el ejercicio de la prensa en uno de los países de mayor riesgo a nivel mundial.”
Sin embargo, entender este asesinato, así como el de otros tantos periodistas en México, debe llevarnos a una revisión histórica, es decir, el asesinato de Espinoza no es el hecho que desvela una espiral de agresiones hacia la prensa, es la repetición de una práctica instaurada desde tiempo atrás en nuestra sociedad.
Para comprender esto, es necesario recordar el caso que quizá goza de mayor conocimiento en la sociedad mexicana sobre el asesinato de un periodista, el de Manuel Buendía. Fue uno de los periodistas de mayor reconocimiento a nivel nacional por su columna Red Privada, la cual llegaba a sus lectores a través de la distribución de más de 60 medios. Los temas que Buendía trató en su ensayos y que lo llevaron a tener problemas fue la corrupción, la policía secreta de México y los nexos del gobierno con la CIA. Publicó entrevistas con diversos personajes que acusaban conexiones del narcotráfico con diversos grupos políticos del país.
En mayo de 1984, Manuel Buendía fue asesinado de varios disparos sobre la Avenida de los Insurgentes. Según los datos que se tienen, la complicidad recayó en un Agente de la entonces Dirección Federal de Seguridad Juan Rafael Moro Ávila, sobrino nieto de un expresidente de México, el asesino material fue encontrado muerto a los pocos días.
Traer a colación el asesinato de Buendía es tan sólo para entender que lo que ha sucedido con Rubén Espinoza no es, como han dicho algunos, la gota que precipitó el vaso, es una reafirmación de los grandes retos a los que se enfrenta el periodismo en México. Asimismo, para comprender que los sistemas políticos no necesitan exclusivamente de elecciones medianamente cuidadas y de libertades económicas para decirse democracias, es necesario que construyan y diseñen los mecanismos que garanticen la libertad de ideas y su expresión. Sobre todo, cuando se trata de una profesión que tiene como principio y fin informar en un país tan complejo como el nuestro.
Jesús Rivero C.
Politólogo