Jeff Koons es una de esas mentes que han continuado la revolución que Marcel Duchamp iniciara en 1917 con La fuente, el famoso mingitorio que marcó un antes y un después en la historia del arte. Si ahí nacía el readymade, fue en las manos de Jeff Koons que éste alcanzó dimensiones monumentales. Literalmente.
Jeff Koons es uno de los más importantes, influyentes, populares y controvertidos artistas de la era de la posguerra. A través de su carrera, ha sido pionero e inventor de múltiples aproximaciones al readymade, ese experimento del siglo XX al que ni el propio Duchamp supo dar definición y con el que han trabajado brillantes cerebros, desde Warhol hasta el propio Borges, en su excepcional cuento Pierre Menard, autor del Quijote.
Y a todo esto, ¿qué es un readymade? Para dar una idea vaga, podemos decir que se llama así a la obra que construye una pieza con el material del contexto antes que con el de la sustancia. El readymade transforma un objeto común en arte al colocarlo con malicia en el corazón de las instituciones del museo, de la crítica y, por supuesto, del dinero.
Esto es precisamente lo que Jeff Koons ha perfeccionado a través de los años y lo que hoy le hace merecedor de la más nutrida exposición retrospectiva que el Museo Whitney de Arte Estadounidense haya presentado, la primera en su carrera.
Los extraños (y a la vez cotidianos) objetos de Koons son inolvidables para el espectador, ya por considerarlos un escupitajo en el rostro o bien, una verdadera revolución estética. Montañas de Play-Doh, un poodle de globo, pinturas inverosímiles que combinan lo digital con la empolvada técnica de óleo sobre lienzo y, cómo olvidarla, aquella sesión fotográfica tan egocéntrica como fascinante de desnudos kitsch con su exesposa, la famosa actriz porno italiana Ilona Staller “Cicciolina”, son sólo algunas de las expresiones con las que el artista ha hecho historia.
Las piezas de Koons no son sólo caprichos. Con ellas ha logrado afianzar un proyecto propio del arte (quizá el único proyecto posible de la contemporaneidad) tras dos guerras mundiales y la Guerra Fría: el de desenmascarar la supuesta autoridad del fantasma al que alguna vez llamamos “la cultura” o “lo culto”, en el que se cifraban esperanzas efímeras de paz y bienestar violentamente masacradas por un lado más nutrido, voraz y absurdo del espíritu humano. En efecto, Koons no ensalza el sinsentido: nos recuerda que éste habita en el corazón mismo de todas las construcciones del hombre, desde las más abstractas (como una figura de porcelana) hasta las más concretas (como el propio concepto de arte).
Cachorritos, juguetes, desnudos superficiales: con todo ello, Koons confirma una sospecha que con la entrada del siglo XXI cobra más fuerza: somos absurdos, monumentalmente absurdos. ¿No estás convencido? Échale un vistazo a la más concurrida de las salas de exposiciones del planeta, Facebook, al que bien podríamos llamar “la base de datos mundial de gatitos”, como bien señaló John Oliver.
Mientras son peras, manzanas, tiernos animalitos o una terrible frustración lo que te tenga ocupado al reflexionar sobre las posibilidades del arte contemporáneo, acá te dejamos algunas muestras de la obra de este excepcional sujeto, con la esperanza de que tu relación con el sinsentido se vuelva algo ligeramente más placentero pero sobre todo (y no sin cierta ironía) algo menos banal.
Por cierto, es probable que las ruinas de nuestra moral sean todavía lo suficientemente altas como para obligarnos a advertirte que, en algunos planetas, esto podría ser NSFW.
Vía: Whitney Museum of American Art, New York Times