“No” es una de las películas que más hemos disfrutado de los últimos meses, y junto con “Amour”, es una de las contendientes a ganar el Oscar a mejor película extranjera el día de mañana.  De ahí, que decidiéramos rescatar la entrevista realizada por nuestra querida Elvis, al director Pablo Larraín y que publicáramos hace algunos meses. 

Por Elvira Liceaga (@shubidubi):

En 1980 Pinochet se autoproclamó presidente de Chile después de llegar al poder con un golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende en 1973. Ante la presión de legitimizar su régimen, en 1988, la dictadura pinochetista convocó a un plebiscito en el que los chilenos votarían SÍ o NO a su permanencia en el poder por ocho años más.

Esta es una muy buena ficción sobre la campaña del NO, hecha de verdades, es una de las mejores actuaciones de Gael García Bernal, y es también una lección de historia, porque es un reciente capítulo en la historia de Chile y de las dictaduras de todo el mundo que es conocido popularmente sólo como una votación pero que aquí es contada a través del publicista que creó, contra todas las tendencias de la manipulación política, la campaña del NO.

Cinematográficamente, se arriesga y cumple. Es una película que recrea la época, hecha en formato U-matic ¾ que empata lo filmado con el material de archivo, entonces, uno no está seguro de qué es archivo o nuevas tomas. Al principio, sorprende la textura granulada de la cinta, pero esa es una decisión del tratamiento formal y estético que se transforma en una decisión narrativa que reubica al espectador, quien pronto deja de notarlo.

Creo que, desde los puntos de vista político, sociológico, mercadotécnico y dramático es interesante: un país en dictadura, a finales de los ochenta, da quince minutos diarios en la televisión abierta a cada campaña para convencer, a su manera, al pueblo chileno.

Porque se ha contado de muchas maneras cómo llegó Pinochet pero no cómo salió, es importante ver “NO”.

Una entrevista con el probable ganador al Óscar de mejor película extranjera:

¿Cómo interpretas esta tercera película en tu trayectoria cinematográfica, como un quiebre entre dos apreciaciones previas o dos lados de la dictadura, o una continuidad y por qué?

Son tres películas sobre el mismo tema pero no es algo que yo haya planificado.  No hice cada una pensando en qué haría después. Nunca pensé que haría tres películas sobre el mismo periodo, sin embargo, es interesante lo que pasa con las tres juntas. Me interesa cómo dialogan, cómo forman parte de un mismo cuerpo. Porque si bien con “Post Mortem” (2010), ambientada en Santiago de Chile en 1973, es una película que habla sobre el inicio de la dictadura y antes; “Tony Manero” (2008) en plena dictadura; y, por último, “NO”, sobre el final de la dictadura, se fue armando un cuerpo, digamos, político, histórico y ciertamente ideológico que jamás pensé. Es interesante y estoy contento pero por otro lado terminé con la dictadura. No quiero volver a meterme con el tema. No es una materia a la que volvería. Ya estuvo, ya hice tres películas con las preguntas que me hice para entender por qué pasó eso en Chile. Intenté contestarlas a través del cine y la verdad es que las repuestas que tuve son… no malas pero no me responden lo que yo estaba preguntando.

Me quedé con todas las preguntas que me hice. No fui capaz de contestarlas.

Pasaste de los misterios y la ambigüedad, del ambiente oscuro de la dictadura de Pinochet, mental o gubernamental a las ideas de un publicista responsable de la democracia en Chile, ¿cómo decides hacer esta película y pasar de la oscuridad a la emotividad?

Yo he tendido a hacer un cine apesadumbrado, oscuro, pero cuando decidí hacer la película del “NO” me di cuenta de que tenía que ser noble con la historia para contar una victoria, de cómo la gente se organizó para derrocar a un dictador. Había que hacerse cargo de una historia optimista y había que hacerse responsable de qué es más alegre. Es una historia muy épica pero no es una historia épica inventada por un guionista sino por un pueblo entero que fue capaz de organizarse y derrotar al villano. Fue necesario ser responsable y prudente con el pueblo para contar una historia que fuese alegre pero que también deje un poquito de gusto amargo porque hay algo que no cambió, que nos quedamos y que hace que hoy Chile sea un país que tiene ocho dueños o diez. Chile es un país que tiene un Estado muy pequeño y las empresas son muy grandes, donde la educación de calidad es cara, donde la salud es cara. Abusamos del modelo y esta película de alguna manera intenta asistir al momento cuando se sella el pacto con ese modelo y creo que eso tiene que ver con el alma de la película.

Esta película tiene que ver con una obra de teatro que se llama Plebiscito de Antonio Skármeta, que no se ha mostrado nunca pero que se ha leído mucho. Me pareció muy interesante ese otro punto de vista [del publicista] porque la historia del NO se puede contar desde muchos lados: desde el Sí, desde lo político o lo popular. Es algo muy extenso que cala muy profundo porque es una metáfora muy grande de lo que pasó. Porque si bien sacamos a Pinochet y ganó el NO, algo del Sí también ganó. Y eso tiene que ver con haber negociado con él y haberse quedado con su modelo económico. Con haber permitido que nunca fuese juzgado [Pinochet]. Fueron las mismas herramientas, las de su modelo económico, con las que lo sacaron. Esa paradoja es muy interesante. Creó su propio veneno sin darse cuenta.

Entonces, desde ese punto de vista, desde el publicista, es muy interesante trabajar porque es más subversivo, muy agudo.

Te ocupaste de que aparezcan las personas que participaron en la campaña original. También filmaste de manera que las tomas conjuguen con las imágenes de archivo. Hacen apariciones los autores y protagonistas reales de la campaña, por ejemplo, vemos en una escena a Patricio Alwyn, 24 años después de los hechos, llegar a grabar un discurso para la campaña del NO, corte, y vemos el spot original de Patricio Alwyn, de 1988. ¿Hasta dónde esta película es un discurso consciente a manera de homenaje y hasta donde es ficción?

Es una película que juega con todos los elementos, que tiene mucho material de archivo de época pero también la película se hizo, es decir, fue rodada en el formato en el que se realizó el archivo hace más de 25 años. Además, invitamos a las personas que participaron en el archivo a que volvieran a hacer lo que ellos ya habían hecho. Volvieran a vivir lo vivido, volvieran a estar donde estuvieron, a pensar lo pensado, a actuar lo actuado, a imaginar lo imaginado y a soñar lo soñado. Eso permite que, en el fondo, nuestro material se transforme en documental y que el archivo que usamos como documental se transforme en ficción.

Más allá de tus alcances como cineasta, ¿imaginaste que la película tendría importancia en la reflexión sociopolítica actual?

Me cuesta mucho contestar. No sé mucho, la verdad. La película se ha distribuido en muchas partes y pareciera ser que a mucha gente le hace eco con lo que está pasando en muchos países del mundo. Por supuesto que nosotros jamás lo medimos ni tuvimos la intención de que fuera así pero es interesante. Es bonito pero no depende de mí. Nosotros tratamos de hacer la mejor película que pudimos. Empezamos a hacerla en el 2008 y resulta que hoy día, cuatro años más tarde, hay movimientos importantes de indignados, movimientos estudiantiles, Occuppy Wall Street, la Primavera Árabe, por ejemplo. Hay mucha gente que está saliendo a la calle a decir que el sistema no funciona. Esta intención, ese desasosiego que tiene una parte significativa de la sociedad está en la película.

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