Por Contaminantes Anónimus

El modo que como sociedad global hemos elegido para relacionarnos con el entorno es el de la gran escala: grandes proyectos de extracción de ‘recursos’, largos circuitos de transformación y valorización de objetos, y grandes volúmenes de emisiones contaminantes. Además, es normal que se tomen las materias primas y la mano de obra de ciertos lugares y se las lleven en masa a otros, donde hay instituciones e infraestructura poderosas, y esto sucede tanto dentro de los países como entre ellos. 

Por décadas esta manera de ordenar a la sociedad y al territorio funcionó en algunas regiones del mundo para satisfacer sus necesidades. Y es entonces que en el presente nos toca evaluar lo que como humanidad hemos hecho en términos de la gestión de nuestra riqueza planetaria común, para saber qué haremos hacia el porvenir. 

Es en estos nuevos tiempos que notamos las consecuencias de esa manera de organizarnos. Recordemos que en siglos anteriores los cielos parecían infinitos, y ahora hemos visto cómo cada vez hay más dióxido de carbono (CO2) y otros gases acumulados bajo el manto de la atmósfera. Al efecto de esta acumulación se le ha llamado cambio climático, que significa que los patrones climáticos de los últimos 10,000 años se comportaran de maneras poco predecibles. Esto incluye el fenómeno del calentamiento global, pero también otras alteraciones de patrones meteorológicos propios de cada región del planeta —como los cambios en las corrientes de aire que se mueven entre los continentes, la desertificación o las olas de calor.

Una de estas afecciones tiene que ver con el ciclo hidrológico (o ciclo del agua). De manera general, el agua se mueve del suelo a la atmósfera por el cambio de su forma líquida a la forma gaseosa. Cuando el vapor se condensa en las nubes, cae de nuevo a la superficie y en su camino alimenta ríos, lagos y los mantos subterráneos; también seres vegetales y animales. Como la historia de la arañita Huitzi, la energía del Sol le da al agua la fuerza para evaporarse y comenzar de nuevo su subida cíclica. Hay muchos factores que pueden afectar ese ciclo, que el agua no se pueda infiltrar en el subsuelo, o que no hayan árboles guardando agua en su interior y debajo de ellos, o que el agua disponible se utilice de modos que rompan el ciclo y tengan un movimiento lineal.

Foto: Pixabay

Estas afectaciones que realizamos de manera extendida por el mundo generan problemas de sequía e inundación. Aunque pueda parecer contradictorio, estos dos fenómenos son dos caras de la misma moneda. No es una cuestión que deba extrañarnos, parecernos “curiosa” o un tipo de “castigo divino”, que en las regiones donde hay más alteraciones a los cuerpos de agua o donde más fuertes sean los procesos de deforestación, una temporada haya sequía y a la otra el problema sea la inundación. En realidad son consecuencias claras de patrones de gestión del agua que no respetan su naturaleza cíclica y que no la comprenden como un elemento profundamente integrado con el entorno.

El Sistema Metereológico Nacional (SMN) determina la condición de sequía en una zona geográfica determinada a partir de las condiciones de exceso de precipitación, las anomalías de lluvia, la salud de la vegetación, las anomalías de temperatura media y los porcentajes de disponibilidad de agua en las presas del país. En general, las sequías son fenómenos que ocurren con cierta periodicidad —en 2007 y 2012 sucedieron los últimos periodos más intensos de sequía, sumando el actual de 2021. El último reporte del SMN del 15 de mayo de 2021 indicó que más del 85% del territorio del país experimenta algún grado de sequía.

Ciertas áreas son más propensas a experimentarla, normalmente son las zonas donde hay menos índice de vegetación mezclado con altas temperaturas. Existen también distintos niveles de intensidad de sequías, la escala va desde anormalmente seco (D0), sequía moderada (D1), sequía severa (D2), sequía extrema (D3) hasta sequía excepcional (D4). 

Cuando se habla de sequía severa (D2), por ejemplo, significa que afectó ya la producción agrícola del lugar, como hay temperaturas elevadas la vegetación se seca, provocando condiciones ideales para los incendios forestales, la falta de agua es normal y se imponen restricciones al uso de agua. 

En el caso de las inundaciones, el problema no puede reducirse a una cuestión de cantidad de agua, sino de cómo es el espacio al que llega esa agua. Por ejemplo, no es lo mismo una torrencial lluvia que cae sobre una región con mucha vegetación, sin asentamientos humanos y con un suelo sano que absorbe como esponja el agua, a que si esa misma cantidad de lluvia se precipita sobre un territorio lleno de pavimento y concreto, con tuberías de desagüe que se desbordan, con bienes materiales que pueden ser arruinados y vidas humanas que pueden afectarse o perderse con ese fenómeno de lluvia. 

La problemática se profundiza cuando estas mismas condiciones territoriales que hacen surgir a la inundación como problema también agravan la fuerza de la sequía. ¿Cuánta agua puede evaporarse para volver a caer en un territorio que no tiene árboles para capturarla? La retención de humedad es una función clave del suelo y de algunos organismos que en él habitan, como las plantas. Esa capacidad de captar, retener y liberar lentamente el agua tanto hacia el subsuelo como a la atmósfera, es fundamental para que el ciclo ocurra de modo virtuoso para las sociedades. Por eso es urgente estudiar la relación que hay entre la sequía y la severa deforestación en el país, que de 2009 a 2016 fue de más de 300,000 hectáreas anuales.

Cuando el entorno trata a la lluvia con calma, permitiendo que se infiltre pasando por diversas capas del suelo o reteniendo el agua entre las hojas de los árboles, la fuerza del Sol y las características del suelo y los organismos hacen su trabajo para mantener la rueda girando. 

Ya se nos hizo normal recibir a la lluvia con un entorno de carreteras de pavimento impermeable y desagües saturados, y también se hizo costumbre verla llegar con mucha fuerza y volumen a los espacios habitados. Esto provoca ver el agua como un problema de grandes dimensiones del que hay que deshacerse rápida y eficientemente, y por esa misma razón no hay oportunidad para que se den los procesos más lentos de infiltración, escorrentía y evapotranspiración necesarios para restaurar los ciclos hidrológicos en diferentes cuencas. 

En lugar de vivir con el agua, como fue el modo de muchos pueblos originarios del Valle de México, pareciera que la consigna de las autoridades es la de luchar contra ella. Desde el Tajo de Nochistongo, la desecación de Xochimilco, el Túnel Emisor Oriente hasta el Puente Vehicular de Cuemanco, los planes y presupuestos de gobierno en materia de agua son pretensiones vanas de ejercer poder político sobre el agua, olvidando que la corriente siempre encuentra su cauce.

La responsabilidad del presente consiste en recuperar los modos de vida y producción que coexisten con el agua —¡e inventar nuevos!—, recordar nuestra conexión con el ciclo y hacer todo lo posible para facilitarlo. Esto necesariamente significa regenerar los ecosistemas que habitamos, pues la complejidad de relaciones y funciones que en ellos existen son el motor que ha subido y bajado el agua por millones de años. 

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