En lo que parece ser un panorama irreal pero que, desgraciadamente, es una realidad latente en cientos de prisiones de toda Latinoamérica, una prisión de El Salvador es el hogar de 300 madres que luchan por ofrecerles a sus hijos una visión más “familiar” de la decadencia que las rodea.

Este sórdido ambiente para pasar la niñez pertenece a la prisión de Ilopango, justo en las afueras de San Salvador, capital de El Salvador. El recinto construido para aproximadamente 560 habitantes, actualmente es poblado por 1,700 mujeres, lo que convierte a esta prisión en un caldo de cultivo para enfermedades, riñas y decadencia.

Los niños, quienes se encuentran detrás los barrotes desde que hacen, son cuidados por las madres dentro de la prisión hasta que cumplen 5 años, edad en la que el infante debe ser enviado con algún familiar fuera de los confines de la cárcel o puesto a disposición del Estado.

La sobrepoblación de la Cárcel de Ilopango dificulta las actividades maternales debido a la falta de alimentos, sanidad e higiene del lugar, agentes nocivos para el sano desarrollo de los niños.

Por otro lado, el gobierno de El Salvador proyecta una imagen totalmente diferente de esta cárcel a través de iniciativas que “presumen” las condiciones que este recinto ofrece –Nada más alejado de la realidad.

En la prisión, algunas celdas, diseñadas para una sola persona, son ocupadas por más de seis. Esto genera problemas entre las internas y precarias condiciones de salud.

Ante la dura realidad, las madres luchan por ofrecer un poco de consuelo a sus pequeños mejorando la vista de sus celdas con muñecos y juguetes que los familiares o los grupos de beneficencia llegan a enviar a la prisión.

En la Cárcel de Ilopango se trata de ofrecer una vida digna y un crecimiento sano a pesar de las adversidades. La lucha de las madres por hacer que  sus pequeños ver más allá de los barrotes es una que sobrepasa los límites de la fortaleza humana.

*** Reuters.

 

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