Por Paloma Villagómez

El talento de una provocación se mide siempre en razón de las reacciones que genera. Las hay ágiles e ingeniosas, infames o abiertamente burdas, que producen respuestas de distintas magnitudes y calidades. Lo interesante es que ambas, provocaciones y reacciones, dejan ver idiosincrasias y códigos morales que a veces dicen más del provocado que del provocador.

El pequeño escándalo desatado por el ridículo intento de hacer pasar como noticia la rutina de compras de la señora Juana Cuevas (JC) reveló no sólo de qué están hechos los medios sino también de qué estamos hechos sus consumidores y cuán dispuestos estamos a seguirles el juego. Después de un par de días de encabezar las tendencias en las redes sociales, aún no estamos en capacidad de determinar si el movimiento fue increíblemente torpe o brillante, y si debemos abonar a la provocación reproduciéndola, o dejar que nos pase por encima guardando silencio. Reaccionar, aun a costa de seguir alimentando una estrategia barata, fue para mí un debate personal sobre el que decido pronunciarme desde el punto de vista de nosotros, los provocados.

¿Qué sabemos? Lo único que tenemos por cierto es que el hecho captado en la fotografía no tiene valor informativo alguno y ni siquiera puede considerarse un hecho como tal, es sólo el registro de una ficción calculada, materializada en una imagen meticulosamente descuidada. También sabemos que la señora Cuevas ha mostrado con mucha claridad que pretende tener una participación activa en la campaña política de su marido, como se puede ver en su cuenta personal de tuiter, en la que promociona las actividades del precandidato y destaca el acompañamiento que ella misma  le proporciona.

Es claro que JC ha sido un activo crítico para la precampaña de su marido, a quien incluso ella se adelantó a destapar “por error” ante los medios de comunicación. Desde entonces, buena parte de la promoción política del precandidato ha consistido en asentar en el imaginario público una representación de su relación sentimental. Tanto en entrevistas como en fotografías, es clara la intención de proyectar que son un matrimonio estable, consolidado y amoroso. Transmitir este mensaje era sumamente importante después del estrepitoso fracaso de la pareja presidencial actual, que nunca logró trascender los rumores que la consideran una fabricación plagada de intereses turbios e historias escandalosas. Urgía posicionar a una pareja no sólo “normal” sino destacadamente armoniosa, feliz, amorosa y, no se tenga duda, anclada en los valores de la bonita familia mexicana.

Ahora que nos hemos visto forzados a conocerla, sabemos que JC es economista, que tiene una trayectoria de trabajo en el voluntariado público, que pinta y que a su marido le gustan sus pinturas. Ok. Este tipo de semblanzas al vapor, todas con la misma información, comenzaron a pulular desde el destape (como podemos ver aquí, acá y acá también), pero no tuvieron mayor impacto. Nada fue tan extraordinario como exhibirla haciendo cosas absolutamente ordinarias.

Porque si algo dice la fotografía, difundida por este periodismo de revista de peluquería que nos sale tan obscenamente caro, es que la imagen de JC conviene mucho a una publicidad neoconservadora que quiere demostrar que, lejos de la espectacularidad y sensacionalización de la primera dama actual, ella es una mujer ordinaria, sonriente y diligente, guapetona de ese modo sutil en el que son guapetonas las señoras decentes, que hace cosas propias “de su sexo y condición”, que es efectivamente “una señora de su casa” que hasta va al supermercado.

Foto: cunadegrillos.com

Ése es, creo, el mensaje que se quiso transmitir a una audiencia generalmente ávida de consumir información sobre la vida privada de personajes públicos. El problema es que el gran público no quiere saber cosas ordinarias sobre personajes prácticamente desconocidos. ¿Una mujer yendo al supermercado?, ¿eso qué? Más de uno se sintió casi ofendido por lo que parecía una burla al morbo del respetable.

Y ahí comenzó lo verdaderamente interesante: las reacciones a la provocación. Si bien una buena parte del alud de memes y condenas a la difusión de la imagen fueron dirigidas al periodismo chayotero (que, con todo y reportaje del NYT, no entiende que no entiende ni le interesa entender), otra gran cantidad de comentarios más bien denigrantes disfrazados de “humor” e “ingenio” se referían a la mujer fotografiada. Y ahí es donde, me parece, la reacción perdió altura y alcanzó la bajeza de la provocación.

El castigo por querer hacer pasar a JC como lo que sin duda es, una “mujer normal”, produjo toda clase de burlas que revelaban lo que entendemos por ello. Una “mujer normal” no es sólo la que va al súper, sino también la que se sube al metro –ese pókemon democratizador de la clase política- en hora pico, vende tamales y gelatinas para “ayudarse”, cuenta las monedas para sobrevivir, trabaja como despachadora en perfumerías populares, es mesera de Sanborns (porque usa blusas bordadas y todos sabemos que las blusas bordadas y Sanborns están asociados de manera natural), limpia retretes que le explotan en la cara y, ¿por qué no?, muestra y ofrece el trasero desnudo si se le mira por detrás. Una búsqueda rápida de “Juana Cuevas” en Twitter arrojará toda esta lotería de imágenes.

Es decir, que una mujer vaya al supermercado es tan anodino como muchas de las otras actividades anodinas que hacen las mujeres normales cuando se hacen cargo de lo que les corresponde –incluyendo ser objeto sexual. Parte de la burla a la fotografía se centra en la actividad de la fotografiada; son cosas irrelevantes, desacreditadas. Además de condenar que ser una persona normal no es motivo de mérito, lo que se dice es que esa parte de la normalidad lo es todavía menos, son trabajos sin valor que sólo resultan atractivos cuando alguien verdaderamente extraordinario desciende del pedestal y se ensucia las manos.

Ahora, ésa es nuestra “picardía” popular, machita y groserona. Pero, ¿qué tal las mentes brillantes y progresistas? Hubo quien no hizo distinción alguna entre la maniobra política y la mujer de la foto y, al querer comparar estrategias, terminó comparando mujeres. Uno puso a competir a JC contra Merkel (captada en una foto similar): la primera es “la mujer más poderosa del mundo”, la segunda “un marketing sin chiste”. También compararon a la pareja de “ya saben quién” con la del precandidato priísta: la primera, una mujer inteligente y crítica del poder; la segunda, sólo una mujer dispuesta que acompaña a su marido. ¡La primera canta canciones de Silvio Rodríguez! La segunda es “tan cursi” que seguro escogería una de Arjona.

¿Elevamos el nivel de la provocación? No lo creo.

Y sí, aquí viene la pregunta machacona: ¿qué habría pasado si el objeto de la foto hubiese sido un consorte? “El esposo de la candidata –aquí apelo a la heteronorma sólo para facilitar el ejemplo- hace las compras para la cena de Año Nuevo”. “El esposo de la candidata deja a sus hijos en la escuela, carga a sus bebés”. ¿Qué efecto tendría eso en la audiencia? ¿Un “eso qué, es normal”? ¿O un “¡aaww…!” generalizado? ¿Atraería eso al voto masculino? ¿Al femenino?

Y si lo que vimos no nos gustó, ¿qué nos habría gustado ver? ¿Una mujer en qué circunstancias? ¿Qué la habría hecho valiosa ante nuestros ojos? ¿Una mujer en actitud ejecutiva? ¿Una académica? ¿Una artista? ¿Una política? ¿Alguien haciendo algo “extraordinario”, como lo que siempre se le pide a las mujeres aunque se les impida u obstaculice sistemáticamente?

La intención no es defender la imagen de JC. No quisiera insultar su inteligencia suponiendo que es “utilizada”. El punto es que no habría que perder de vista lo verdaderamente gravoso: la prensa pagada, el dedazo, la selección de un candidato cuyo valor radica en no ser militante de nada y militar en todo, que nos quieran decir que eso es ser ciudadano: pactar lo que sea, con quien sea.

Hay que seleccionar mejor las provocaciones en las que caemos. Vendrán muchas y apelarán a nuestros miedos, filias y prejuicios más elementales y lamentables. Si ellos no lo hacen, nos toca a nosotros elevar el nivel de las provocaciones.

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Paloma Villagómez es socióloga y poblacionista. Actualmente estudia el doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de México.

Twitter: @MssFortune

 

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