Para muchos fascinante por su tenacidad y espíritu de resistencia, pero a la vez una muestra del fanatismo militar, Hiroo Onoda se convirtió en una leyenda dentro y fuera de su país.

El pasado jueves en Tokio, falleció Hiroo Onoda, el militar japonés que se negó a deponer las armas hasta casi 30 años después de finalizar la guerra: “Era un oficial y recibí una orden, si no la hubiera cumplido me habría avergonzado”, resumió Onoda su acción en una entrevista.

Cuando apenas contaba con 20 años de edad, Hiroo Onoda se alistó en el ejército de su país, el cual lo capacitó como oficial de Inteligencia y en 1944 envió a la isla Lubang, ubicada en Filipinas, con la orden de introducirse en las líneas enemigas y bajo ninguna circunstancia rendirse o cometer suicidio, así como hacer todo lo posible para evitar caer en manos del enemigo.

Al obedecer al pie de la letra las instrucciones, Onoda vivió en la selva de Filipinas por 30 años sin saber que la II Guerra Mundial había terminado y que Japón se había rendido… fue hasta 1974 que sorprendió a propios y extraños, cuando apareció tras abandonar su misión y regresar a su país.

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Luego de la rendición de Japón en la Guerra (1945), Onoda continúo con el servicio a su país en la jungla, totalmente convencido de que la batalla seguía. En la isla de Lubang se alimentaba de plátanos, mangos y animales que conseguía cazar. Durante tres décadas se escondió de la policía filipina e incluso de las expediciones japonesas que iban en su búsqueda ya que las confundía con fuerzas enemigas. En 1959 ya había sido declarado muerto.

Fue hasta marzo de 1974 cuando Onoda se encontró con un viajero cuya agenda tenía programada las siguientes “misiones”: encontrarlo a él, a un panda y al yeti; pero Onoda le dijo que se rendiría hasta recibir órdenes de un superior. Dicho y hecho: el gobierno japonés envió  a su superior, el mayor Taniguchi, quien fue hasta filipinas para pedirle su rendición el 9 de marzo de 1974. “Onoda por fin se rindió, deponiendo su espada y su rifle de cerrojo Arisaka, el arma estándar del ejército japonés, que conservaba en perfecto estado de revista”.

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Por su ejemplar actitud, Hiroo Onoda fue objeto de varios homenajes y fue recibido como héroe en Japón… además el hicieron la entrega de todos los pagos atrasados que se le debían. Por cierto, el presidente filipino le perdonó haber matado a uno que otro paisano suyo, con todo y que ya no había guerra que lo justificara.

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Con todo, Onoda nunca se sintió a gusto con la modernidad y emigró a Brasil, donde se dedicó a la cría de ganado, para luego regresar a Japón y poner en marcha un campamento dedicado a la impartición de cursos sobre la vida en la naturaleza, tema que de sobra dominaba.

Todo un caso de estudio psicológico, médico, de supervivencia y militar. Onoda falleció a los 091 años por problemas cardiacos. El testimonio de su dedicación y lealtad a la causa de su ejército se plasmó en el libro “No rendición: mi guerra de 30 años”.

*Vía El País

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