Por Camila González Paz Paredes

La supervivencia del autoritarismo

Según la teoría política, la alternancia del partido en el gobierno por medio de elecciones es el signo principal de una transición democrática. En México, las crisis políticas y las luchas por abrir la competencia electoral a un auténtico pluralismo culminaron en la alternancia del año 2000 que puso fin a 72 años de hegemonía priísta. Como bien sabemos los mexicanos, aquel triunfo en las urnas, aunque crucial, fue sólo una victoria parcial sobre el autoritarismo.

La pervivencia de la hegemonía priísta en los gobiernos estatales es uno de los peores lastres en nuestro proceso de democratización. No se puede hablar de consolidación democrática nacional si a nivel subnacional tenemos un pluralismo meramente formal y prácticas autoritarias que impiden las elecciones limpias y libres. Tal es y ha sido el caso de varias entidades federativas en México.

Hoy, uno de los enclaves más importantes del autoritarismo subnacional se tambalea de cara a las próximas elecciones por la gubernatura: el Estado de México, una entidad de enorme peso para la política nacional que lleva prácticamente toda su existencia gobernada por el PRI o alguno de sus progenitores (92 años). En febrero, El Universal publicó los resultados de un sondeo de intención de voto donde Alfredo Del Mazo de la alianza PRI-PVEM-PANAL-PES y Josefina Vázquez del PAN se disputaban la primera posición. Hace un mes, el mismo diario ponía por delante a Del Mazo seguido por Delfina Gómez de morena; el PAN había bajado hasta quedar a un par de puntos porcentuales de Juan Zepeda, del PRD. El alza en la intención de voto por Morena ha llevado a su candidata a aparecer en empate con Del Mazo (o incluso por arriba), y los conteos que indican que un 72% de los mexiquenses desea un cambio de partido en el gobierno (Reforma) alimentan la expectativa de una alternancia en el Estado de México. Las encuestas, sin embargo, no retratan el cuadro grande que requiere cualquier predicción.

Posibilidades de alternancia

El politólogo Germán Petersen analizó y comparó las elecciones de gobernadores de 2010 en cinco enclaves autoritarios –Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde hubo alternancia, y Puebla e Hidalgo, donde el PRI se mantuvo en el gobierno– y construyó un modelo sobre los factores que determinaron el triunfo o fracaso de la alternancia. Encontró que ésta era más factible donde el PRI se había dividido y debilitado, llevando a ex-priístas a unirse a la oposición e incluso a liderarla como candidatos; donde conflictos locales hubieran requerido la intervención de autoridades federales, desacreditando al gobierno local; donde había una alta proporción de identidades partidistas de oposición y una amplia organización de ésta y donde el voto anti-PRI se hubiera combinado con una alta participación electoral. De acuerdo con este modelo, ¿qué factores favorecen o desfavorecen la alternancia en el Estado de México?

El Estado de México es una de las entidades más pobres, con menor cobertura hospitalaria y educativa del país, azotada por la inseguridad (un 59% de sus habitantes considera que es su problema más grave) y la crisis económica (58% considera que su economía ha empeorado en el último año). No obstante, la aprobación del gobierno de Eruviel Ávila es bastante alta: entre 50 y 53% de la población lo evalúa positivamente. El PRI no se ha debilitado en la entidad, ha mantenido la cohesión interna y no ha enfrentado crisis que desacrediten a su actual gobierno. Sin embargo, el rostro nacional del PRI es bastante impopular en el Estado de México: menos del 30% evalúa positivamente el gobierno de Peña Nieto. A pesar de la fuerza y la favorable percepción local del PRI, la cercanía de Del Mazo con el presidente y su vinculación en casos de corrupción pueden jugar en favor de la alternancia.

La oposición, por otro lado, no está respaldada por identidades partidarias locales fuertes –después de todo, Morena es un partido joven–, se encuentra dividida y las piedras que se lanzan unos a otros puede debilitar sus posibilidades en las urnas: hasta mediados de abril, todavía más del 20% del electorado decía no haber tomado una decisión final sobre a quién dar su voto; un 70% afirmó que podría cambiar de parecer si su candidato predilecto utilizaba dinero público en campaña, un 64% dijo que haría lo mismo en caso de corrupción y un 57% si aparecieran videos mostrando al candidato en situaciones comprometedoras. Dadas las acusaciones de corrupción contra las dos punteras de la oposición, sus partidos o sus familias, los votantes podrían retirarles su apoyo (después de todo, un 49% dijo estar de acuerdo con el dicho “más vale malo por conocido que bueno por conocer”).

Con todo, la inclinación al voto anti-PRI es clara: más del 60% desea un cambio de partido. De acuerdo con el modelo de Petersen, se podría maximizar el resultado electoral de esta inclinación si hubiera una alta asistencia a las urnas. Los datos del pasado no son muy esperanzadores al respecto: en 2011 votó 46.15% del electorado mexiquense (en 2012, la participación nacional fue de 62.08% y en 2006 de 57.5%).

Las posibilidades de alternancia en el Estado de México dependen de que la oposición se movilice para cuidar las elecciones y llamar a las urnas. También depende  de que la candidata de Morena –pues no parece que Josefina vaya a remontar– logre atraer el voto de los indecisos y canalizar el de los que quieren sacar al PRI del gobierno (mientras su partido y ella misma salen avantes de escándalos y acusaciones públicas). Finalmente, depende de cuánto inspire a los mexiquenses la posibilidad de la alternancia para que acudan a votar el día decisivo.

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Camila González Paz Paredes es socióloga por la UNAM.

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