Por Alejandra Eme Vázquez

Tradicionalmente, las historias de la Literatura Infantil y Juvenil que tienen como tema la discriminación llevan consigo un tufo aleccionador, que muchas veces tiende a la idealización del grupo discriminado y la satanización sin más de las actitudes discriminatorias. Este mundo de buenos-buenos y malos-malos no permite pensar con más profundidad acerca de todo aquello que interviene cuando nos encontramos con diferencias que a veces no sabemos afrontar, tengamos la edad que tengamos.

Foto: Shutterstock

Necesitamos, por supuesto, elaborar ideas propias y colectivas de cómo actuamos frente a la diversidad, pero no va a ser con regaños como aprendamos a hacer distinto, mucho menos si ese regaño viene de un autor que hasta podría estar lucrando con temas “escabrosos”. A fin de cuentas, la labor de las historias que nos contamos no es dictar comportamientos, sino, en todo caso, presentar universos que funcionan con sus propias reglas y que a veces podrán reflejar alguna cosa de nuestras realidades, sin que eso signifique que debamos seguir un instructivo único a partir de ello.

Por eso es que hace tanto bien y es tan de celebrarse el encontrar un libro como Simple, de Marie-Aude Murail.

La historia

Simple es la historia de Kléber y Bernabé Maluri, dos hermanos de 17 y 22 años, respectivamente, que encuentran en un departamento compartido con otros jóvenes un sitio para poder continuar su vida tras la muerte de su madre y el desentendimiento afectivo de su padre. Para ser más precisos, es Kléber, el hermano menor, quien busca dónde y cómo vivir, ya que Bernabé, apodado justamente “Simple”, tiene un retraso mental que combinado con su carácter intempestivo le genera conductas que podríamos etiquetar como antisociales, lo que ya le ha llevado a ser internado en un hospital psiquiátrico y (sobre todo) a ser reprendido en incontables ocasiones por todos quienes le conocen.

Porque Simple hace y dice lo que le viene en gana, sin filtros, y va dejando a su paso un montón de líos que su hermano debe resolver sin exasperarse, porque lo que menos quieren ambos es separarse, mucho menos si hay un hospital psiquiátrico de por medio. Cada vez que Kléber presenta a su hermano con alguien y justifica algún comportamiento diciendo que es “retrasado mental”, Simple corrige: “i-dio-ta”. Desde ahí podemos saber que ésta no es una historia complaciente ni enfocada a darnos una moraleja de aquéllas; por el contrario, es una narración cercana y llena de matices, en la que a veces adoramos a los personajes, a veces intentamos comprenderlos y a veces nos cuesta hasta dirigirles la mirada. Porque ninguno de ellos es bueno-bueno ni malo-malo, y todos se tienen que hacer cargo de eso.

Para configurar el universo de Simple, la autora le dotó del Señor Pimpinejo, un conejo de peluche nada tierno que funge como su confidente y consejero aunque siempre lo mete en problemas. Es este personaje imaginario quien tiene el control sobre actos delictivos, despertar sexual, enojos y en general, todo lo que Simple no puede resolver por estar reprimido, silenciado o prohibido. Es tan importante el Señor Pimpinejo, que en casi todas las ediciones de este libro, en cualquier idioma, la portada hace referencia a él. Y con toda razón, pues no sólo los títulos de los capítulos lo incluyen, sino que también los lectores desarrollamos una relación complicada pero amorosa con este personaje que nos recuerda nuestras propias voces alternas.

La autora

Marie-Aude Murail nació en Le Havre, Francia, en 1954 y lleva más de 20 años escribiendo para niños y jóvenes con un talento y perspectiva que la han hecho ya referente obligado en la LIJ. Murail es uno de esos felices casos en los que un autor sumamente dotado, consciente y oficioso cuenta con el respaldo de lectores, editoriales y mercado: en Francia ha vendido más de un millón de libros y ganado premios diversos, si bien esto no significa que se duerma en sus laureles, lo que refuerza la hipótesis (mi hipótesis, en realidad) de que es más difícil que un autor que escribe para niños y jóvenes pierda piso y perspectiva en tanto que su labor de por sí implica una constante revisión y consideración de los demás.

Es, pues, muy recomendable no quedarse en leer Simple y seguirse con la entrañable Babysitter blues, Dinky rojo sangre, Un domingo con los dinosaurios o cualquier otro libro de esta autora que es garantía de humor, humanidad y agudeza.

A leer

La novela está escrita con una fineza extraordinaria que puede notarse, por ejemplo, la primera vez que aparece en la escena el Señor Pimpinejo y nosotros, lectores, nos quedamos atónitos al ser testigos de un momento tan íntimo del protagonista, quien a sus anchas revela su mundo de una manera tan hermosa como perturbadora y, sobre todo, verosímil. El lenguaje de Simple y Kléber, sus acciones y sus preocupaciones nos tocan fibras sensibles de una forma muy luminosa, responsable y simpática, por lo que leer este libro es delicioso en más de un sentido.

Los temas que se atraviesan en Simple son todos importantes: a partir de la dificultad que encuentran los hermanos Maluri para integrarse a un mundo en el que parecen no tener cabida, encontramos hilos que tocan la fraternidad, las formas de construir comunidad, la propia discapacidad incluso en lo que consideramos “normalidad” y el error como posibilidad de crear oportunidades nuevas. La forma de tocar estos asuntos es ante todo cercana, preocupada en que sean los propios personajes los que se muevan y “decidan”, por lo que el resultado es un himno a la horizontalidad que, si le queremos sacar moraleja, nos deja pensando en que si de verdad queremos ser incluyentes, lo primero es lograr que nos sea natural y hacernos responsables. Y eso, créanme, es mucho más significativo que sólo aleccionar.

Marie-Aude Murail, Simple (traducción del francés de Olga Escobar), Castillo, México, 2013.

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Alejandra Eme Vázquez es profesora y ensayista. Estudió en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas.

 Twitter: @alejandraemeuve

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