Por María León González, Ana Paula Calderón Salazar, Alejandro Sánchez Cancino y Andrés Carlos Cruz

Las movilizaciones estudiantiles de la semana pasada han sido uno de los acontecimientos más importantes ocurridos dentro de la UNAM en las últimas décadas: sin importar de qué carrera, facultad, plantel o institución proveníamos, nos politizamos. A casi un año de la suspensión de actividades escolares tras el sismo del 19 de septiembre, paramos de nuevo para mirarnos y reconocernos en otros rostros: logramos no ser ajenos. La movilización comenzó después de que compañeros de CCH Azcapotzalco y CCH Oriente, en su mayoría, fuesen atacados por grupos porriles mientras se manifestaban pacíficamente frente a Rectoría para demandar el cumplimiento de su pliego petitorio.

Foto de los autores

El ataque dejó a estudiantes gravemente heridos y reavivó a una comunidad estudiantil que, una vez más, exigió una educación libre de violencia. La efervescencia colectiva  encontró su momento culminante en la manifestación del 5 de septiembre donde cerca de 30 mil jóvenes recorrimos Ciudad Universitaria al unísono de la consigna “Fuera porros de la UNAM”.  Después de la marcha, y de una serie de declaraciones por parte de autoridades universitarias, muchos nos preguntamos ¿qué sigue? Las demandas originales que detonaron el movimiento estaban relativamente  satisfechas, sin embargo, en las discusiones al interior de las mesas asamblearias de cada facultad se siguen presentando denuncias de acoso, inseguridad, violencia generalizada, represión, y un sinfín de problemas que se viven en la cotidianidad universitaria.

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Delante de nosotros teníamos un encuentro histórico de voces, pero también la incertidumbre de cómo coordinar tantos esfuerzos pues no existían pasos claros y objetivos delimitados. Bastante significativo fue haber llenado la explanada de rectoría sin llevar a cabo un recuento de las causas que llevaron a tantas personas a pararse ahí. Así, por costumbre, el debate pasó a los espacios de organización estudiantil por excelencia: las asambleas.

Tras la mega movilización en CU se convocó a una Asamblea Interuniversitaria para la cual cada facultad y otras universidades debían haber llegado con discusiones previas sobre sus pliegos petitorios. En estas asambleas, a pesar de los acuerdos, relucieron los tropiezos y los vicios de la organización colectiva.

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Históricamente, las asambleas en escuelas y facultades han sido la base de la organización estudiantil en la UNAM. Los movimientos de 1968, 1986 y 1999 fueron articuladas a través de éstas. Sin embargo, las asambleas son complejas y, la mayoría de las veces, desgastantes, orillando al hartazgo y la renuncia. Las sesiones pueden durar días enteros sin llegar a resoluciones claras ni consensos. Los grupos y personas con mayor experiencia (colectivos, por ejemplo) muchas veces tienen la voz preponderante, aun siendo minorías no representativas. Las dinámicas al interior pueden llegar a ser hostiles y excluyentes; desde el arrebato del micrófono hasta pugnas ideológicas que buscan imponer formas. Además, por la diversidad que constituye a la UNAM, es difícil que se cuente con una asistencia mayoritaria y participativa del alumnado. Algunas personas viven lejos, tienen otras responsabilidades, o simplemente hay quienes no creen contar con las habilidades ni la experiencia para emitir su opinión frente a cientos de personas en un auditorio.

Éste no es un problema reciente. En una crónica del movimiento estudiantil de 1968, el líder estudiantil Gilberto Guevara Niebla describió el problema de asistencia a las últimas asambleas del Consejo Nacional de Huelga, siendo apenas 40 almas de todas las involucradas. Esta vez no fue diferente. Por ejemplo, en la asamblea de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales del jueves 6 de septiembre apenas hubo poco más de 300 personas de una matrícula de alrededor de 10 mil alumnos. Después de cinco horas quedaban menos de 70.

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La ausencia de una gran parte del estudiantado significa mucho. Aunque el espíritu democrático y deliberativo de la asamblea es muy noble, en la práctica estos espacios no tienen la eficacia, la representatividad ni la fuerza necesaria para darle contenido y llevar demandas concretas a un movimiento estudiantil en evolución, como el que creció la semana pasada.

No se trata de sustituir las asambleas como el espacio de mayor relevancia para la toma de decisiones dentro del movimiento estudiantil, pero ¿cómo podemos mejorar estas figuras con el fin de que sean más representativas?  

En aras de ampliar la participación, de fortalecer y hacer más eficiente el espacio  asambleario, valdría la pena pensar en tres ejes para mejorarlas:

  • Informar: Ya desde antes hemos sido testigos de la eficacia de las redes sociales para difundir y, sobre todo, verificar la información respecto a uno o varios acontecimientos. Ejemplos de ello son esfuerzos como los de @morraproletaria, Verificado UNAM y AGA CUEC. Los participantes de las asambleas pueden y deben informarse sobre acciones paralelas, como las decisiones que se tomen en otras asambleas, para así poder discutir y proponer nuevos puntos.
  • Estructurar la interacción: Debe existir una planeación previa a cada asamblea para aprovechar al máximo los tiempos que, como dimos cuenta la semana pasada, nos quedaron cortos. Es importante priorizar el respeto a los límites de tiempo y las participaciones de los demás. En ese sentido, es preciso pre-establecer un orden del día, con tiempos delimitados para cada tema y  cada participación y respetarlos.
  • Crear espacios más incluyentes: La asamblea impone. Para muchas personas es difícil expresarse delante a cientos de personas. Podrían organizarse debates en grupos más pequeños; por ejemplo, en mesas de trabajo, que posteriormente contrasten y analicen sus conclusiones con el resto de los asistentes. Asimismo,  podrían usarse herramientas tecnológicas, como los foros de discusión digitales, con el fin de prolongar los espacios de deliberación y poder llevar a cabo votaciones más libres y de mayor alcance sobre temas importantes. Esto con el fin de hacer frente a las desventajas que suponen las votaciones a mano alzada. Una opción es incluir espacios en línea para evitar la presión social alrededor de ciertas decisiones.

Ser autocríticos respecto a los procesos de toma de decisiones al interior de movimientos estudiantiles es intentar abrir aún más estos espacios,  para así poder organizarnos mejor y exigir la universidad que queremos.

Aquí, donde los 43 no regresaron, donde las mujeres siguen caminando por la noches con el puño cerrado y el corazón lleno de miedo,  donde los estudiantes son reprimidos y la palabra “política” está rodeada por una niebla de impunidad, corrupción, violencia, hartazgo y apatía, nos necesitamos más organizados que nunca.

Algunos de los acuerdos de la Asamblea Interuniversitaria, como la creación de vínculos base entre planteles de la comunidad UNAM, o la conformación de un Encuentro Nacional en defensa de la educación universal, son muestras de que las acciones de construcción colectiva son necesarias. Para hacerlas posibles y dotarlas de contenido político plural hay que construir una organización estudiantil  adecuada que las respalde: hay que repensar la asamblea.

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Las y los autores son miembros de  Wikipolítica CDMX,  organización política sin filiaciones partidistas.

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Twitter: @wikipoliticacmx |  @MariaLeonGnz | @anaaac_s | @alsancino

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