Hace cuatro años caímos en cuenta que México está cimentado encima de miles de desaparecidos, algunos de ellos ya enterrados sin rostro ni nombre. México fabrica desaparecidos. Pero, ¿cómo nos dimos cuenta tan tarde si algunos de ellos llevan años en el olvido? Fueron los 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, quienes se convirtieron en la pieza clave para armar el rompecabezas que construye a un país que no entiende la justicia y parece no quererla…
El 26 de septiembre de 2014, 43 familias de varios puntos de la República, perdieron a sus hijos, esposos, hermanos, primos, y con ellos la idea vendida de un México justo y libre de violencia. Ayotzinapa se convirtió no sólo en la tragedia más evidente de la era moderna mexicana, sino también en el inicio de una memoria perdida que viaja 50 años en el tiempo a Tlatelolco, Corpus Christi, Aguas Blancas, Acteal, Ciudad Juárez, San Fernando, Tlatlaya, Ayotzinapa, Guadalajara y a cada punto del país en el que se han violentado los derechos de una sola persona o comunidad.
Actualmente, las cifras son inciertas. Las estadísticas oficiales indican un número alarmante (37 mil) para todos aquellos nombres que aparecen en una denuncia –cosa de valientes–; sin embargo, las cifras habladas, las que salen de a poco en las noticias, son peores. Hay más de 40 mil desaparecidos, y aunque pareciera que sólo se lucha por 43, la realidad es que la voz se alza por todos ellos, incluidos los que ya fueron localizados sin vida.
Por eso, es importante recordar y mantenerlos en la memoria colectiva, para que no vuelva a suceder, para que no se repita una tragedia que trae consigo consecuencias que van más allá de lo personal.
Este 26 de septiembre, a cuatro años de los sucesos, es importante recordar que todos ellos tienen un nombre, como el de Cutberto Ortíz Ramos, desaparecido desde 2014 y esperado en su pueblo por su familia, amigos y banda en la que tocaba el trombón. “¿Y ahora quién lo toca?”, es la pregunta. “Desde que no está, el trombón no se toca”, responden sus compañeros. El trombón se queda así hasta que vuelva…
En memoria de Cutberto y los otros 42 estudiantes, el director Hari Sama y Amnistía Internacional, realizaron el cortometraje Ya nadie toca el trombón, el cual narra la larga espera para que Cutberto regrese por donde se fue, tome nuevamente café con su abuela y ayude a su papá en el campo. Y con esto, también terminar con la idea de que Ayotzinapa, una desaparición forzada, sólo le sucede a quien está metido en problemas.
“Pensé en la tía de la del Valle, en el taxista, en el padre de familia, en los millones de mexicanos que sin pretenderlo se refugian en la creencia de que en México, los horrores, los crímenes de Estado, les suceden “a otros”. Que por una u otra razón, “se lo han buscado”. Así que me lancé a la tarea de volcar en mi pequeña ofrenda la demostración de que “el otro” no existe: es una fantasía”, dice Sama sobre la intención de Ya nadie toca el trombón y la mejor manera de hacer valer su memoria: no nos podemos permitir el olvido, y así es la única manera de exigir la justicia que todos merecemos.
El caso de los 43 normalistas es analizado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. A cuatro años, siguen saliendo nuevos datos que evidencian lo que se ha querido ocultar por tanto tiempo: Ayotzinapa se trata de algo más grande como lo sucedido el 2 de octubre, el cual fue reconocido hasta ahora (con fecha del 25 de septiembre de 2018) como un crimen de Estado. ¿Tienen que pasar 50 años para que ellos mismos nos digan lo que todos sabemos desde 2014?
Acá les dejamos el cortometraje Ya nadie toca el trombón, el cual estará disponible todo el 26 de septiembre aquí. A partir del 27, podrás verlo en FilminLatino y Cinépolis KLIC.