México es un país imaginado, dicen por ahí. Personajes célebres como André Bretón, se echaron la puntada de decir que México es “el país surrealista por naturaleza”, sin olvidar a Carlos Monsiváis, quien aseguró que si Franz Kafka fuera mexicano, habría sido un escritor costumbrista.

Hay muchas formas de definir o explicar México, pero pocas son atinadas o definitivas:. ¿La razón? Hay varios países en uno solo, hay varias realidades que convergen en un imaginario complejo, lastimado, cruel, cansado, pero demasiado rico como para desaparecer ante la urgencia del hombre por dominar lo que lo supera por naturaleza.

Con esto no queremos decir que sea un mal de los mexicanos, sino de la humanidad en general. Sin embargo, México se ha prestado como un escenario donde los mitos y las leyendas, por más fantasiosas que sean, quedan en segundo plano ante los golpes constantes de realidad absurda, irónica y brutal.

Esa mezcla de mitologías y realidades demasiado humanas, es la que construye la génesis de Sanctorum de Joshua Gil, película que forma parte de la Selección oficial de Largometraje Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2019.

Sanctorum, filmada en Oaxaca, es decir, en locaciones naturales (e impresionantes, es justo decirlo), es una película que se ve desde dos perspectivas (una película en uno). La primera, son las situaciones de violencia que día con día viven los campesinos, quienes se encuentran entre el fuego cruzado de los narcotraficantes (quienes los matan) y el ejército (que los señala como culpables).

Obligados a plantar marihuana en silencio y sin recibir retribuciones a cambio, con la muerte acechando cada momento, es que se convierten en testigos del fin de todos los tiempos. Y es aquí donde entra la segunda película, aquella que define a Sanctorum como un filme/poema con la presentación de metáforas visuales y sonoras, una narrativa metafísica que forman parte de la cosmogonía del lugar en relación al fin de la humanidad.

De esta forma, mientras descubrimos la crudeza de la vida en las montañas de Oaxaca (que parece superar cualquier realidad), se nos abre paso un mundo lleno de símbolos y representaciones de las creencias de los pobladores.

Sanctorum centra su historia en un niño pequeño que acompaña a su madre a las plantaciones de marihuana donde trabaja a cambio de 200 pesos. Los campesinos de la región son forzados a trabajar para los grupos delictivos, pues se encuentran en situación de pobreza, pero al mismo tiempo en constante riesgo de convertirse en víctimas de la violencia del narco y el ejército.

Nereida Vázquez en ‘Sanctorum’.

Una tarde, cuando algunos campesinos van de regreso junto a los narcotraficantes (sus jefes, por así decirlo), chocan con la policía, la cual amenaza con matarlos a todos si no pagan la cuota por cruzar las rutas. Así es como la joven madre decide dejar a su hijo con su mamá… pero nunca regresa por él. Ante la muerte de su hija, la anciana le dice a su nieto que salga al bosque a rezar, a pedirle a la naturaleza para que su madre vuelva en cualquiera de sus formas.

El pueblo, liderado por el maestro, decide levantarse en armas como una forma de protestar no sólo por las muertes de sus familiares, sino para reclamar lo que les pertenece y lo que han trabajado.

Esta historia es paralela al llamado de la Tierra, el anuncio del fin del mundo por una simple razón: el fin de la humanidad es mejor frente a los estallidos de violencia como consecuencia, tristemente, de la falta de humanidad en el hombre. Así es como se escucha una “campana” en el cielo y en el viento que anuncia una tragedia de proporciones mayúsculas y que desencadenará el fin de lo conocido.

Sanctorum, hablada completamente en lengua mixe, está filmada en escenarios naturales con la presencia de personajes reales, incluidos los sicarios que acompañan a los campesinos, o bien, los mismos pobladores entre los que destaca Nereida Vázquez y Virgen Vázquez, madre e hija en la realidad como en la película. Los lugares exactos son desconocidos por el mismo Joshua Gil, quien obtuvo “permiso” para filmar en campos de marihuana reales que potencian el mensaje de la cinta.

La finalidad de Sanctorum es clara al explotar los recursos metafísicos para evidenciar el principio del fin. Esto puede llevar al espectador a sentir el filme un tanto presuntuoso; sin embargo, como explicó el director, la película tiene una estructura poética en la que prevalecen las emociones y los diálogos definidos bajo esta misma premisa. No es una película “sencilla”, pero pocas veces se ha logrado la mezcla de estos dos elementos con tanta naturalidad y necesidad como en Sanctorum. 

La criminalización del campo y la gente que lo trabaja, se evidencia en la historia de Sanctorum cuando el ejército (que se recalca como parte del gobierno mexicano) señala como culpables a los campesinos de matar a sus propios familiares. Y volvemos al México de un principio: absurdo, imaginado y lastimado. La pobreza del campo mexicano, orilla a los pobladores a ser explotados por los grupos delictivos hasta que dejan de ser útiles y se convierten en cifras después del hallazgo de una fosa o un grupo de cuerpos quemados.

La brutalidad de Sanctorum se potencia cuando el hombre se revela como su propio motivo de extinción en dos formas: el asesinato a sangre fría de una familia entera, y la explotación de la tierra en su forma más literal. Joshua Gil, con su guión de unas “30 páginas”, enfrenta al espectador a su misma naturaleza.

Antes de llegar a Morelia, Sanctorum se presentó en Venecia, convirtiéndose en la primera película mexicana en cerrar la Semana de la Crítica del Festival de Cine de Venecia.

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