La historia de las criptomonedas ha estado emparejada, desde sus inicios, con problemas de ciberseguridad. Al tratarse de activos que no están respaldados por autoridades centrales, siempre ha habido un impulso por tratar de hackear, robar y estafar a través de ellas. Por ejemplo, en 2013, uno de los saltos de precio más grandes que ha dado Bitcoin se debió a que dos traders pudieron mover millones de dólares en cripto sin utilizar dinero, solamente aprovechando la posibilidad de duplicar transacciones. En poco menos de dos meses, el precio de la criptodivisa pasó de 150 a 1,000 dólares por unidad.

Apenas a finales de marzo de 2022, fue noticia que los grupos Lazarus y APT38 hackearon el videojuego Axie Infinity para robar más de 620 millones de dólares en criptomonedas Ethereum. Se trata de piratas informáticos coreanos que constantemente se enfocan en puentes inestables de plataformas con acceso a criptodivisas para atacarlos. Lazarus en particular lleva cerca de 15 años de operación y en 2020 llamó la atención por haber encontrado la forma de atacar a una empresa de activos digitales a través de anuncios de vacantes de trabajo en LinkedIn.

El más reciente robo ha vuelto a levantar preguntas sobre la seguridad detrás de las criptomonedas; particularmente, en un momento en que se encuentra en auge la industria. En 2021, el tamaño del mercado superó los 1.5 billones de dólares a nivel mundial. Y se estima alcance 32 billones de dólares para 2027. Y es que la criptolocura no para. Cada día aparecen nuevas criptodivisas; aumentan su valor otras más; se hacen más frecuentes en el imaginario colectivo a través de estrategias de marketing de gran calado, sobre todo en el mundo de los deportes.

A mayores flujos, mayores riesgos

El aumento de robos y estafas no es exclusivo de las criptomonedas. La pandemia aceleró procesos de inclusión digital en todo el mundo. Los confinamientos generalizados obligaron a las personas a cambiar sus rutinas para llevar una vida casi completamente mediada por pantallas. Esto trajo consigo crecimientos importantes en el comercio electrónico; por ejemplo, en México las transacciones virtuales aumentaron 27% a lo largo de 2021. Esto después de un incremento de 80% en 2020.

Este contexto ha presentado un caldo de cultivo perfecto para el robo de identidad y fraude. En la medida que más personas hacen uso de su banca digital y de que la mayoría de los servicios financieros se han automatizado, estos delitos se hacen más presentes en la vida cotidiana de personas. Con frecuencia recibimos llamadas que buscan información personal para llevar a cabo algún tipo de estafa.

Algo similar pasa con las criptomonedas. Al crecer el tamaño del mercado y de los inversionistas de estos activos, aumentan los riesgos de violaciones de ciberseguridad. Van desde arquitectura informática mal diseñada hasta elementos humanos en una cadena de transacciones que pueden representar el eslabón débil que hackers aprovecharán para atacar. Sin embargo, la cosa no se queda nada más en problemas tecnológicos; además, que requieren de sofisticación para vulnerar la operación de una empresa. El ecosistema cripto presenta un sinfín de contratiempos que a la fecha no terminan de ser atendidos. Por ello, distintos gobiernos se encuentran tratando de encontrar formas de contrarrestar estos elementos.

El páramo de las criptomonedas

El mundo cripto es uno de maravillas tecnológicas. Las cadenas de bloques ofrecen blindajes de seguridad enormes que en teoría tendrían que ser suficientes para evitar riesgos de robos como el del mes pasado perpetuado por Lazarus. Es una industria innovadora y “disruptiva”. Todos los días se afinan sus procesos y se desarrollan avances tecnológicos para su futuro. Asimismo, sus crecimientos llevan a millones de personas a no querer quedarse atrás e invertir en criptomonedas—tanto consolidadas como prometedoras—con la esperanza de obtener rendimientos inigualables. Por ello no sorprende que la criptolocura no cese. 

Sin embargo, eso lleva con frecuencia a olvidar que aún se trata de una industria que no es necesariamente robusta. Una en la que la fiebre por capitalizar el interés actual lleva a empresas que manejan criptomonedas a hacerlo sin invertir tiempo y recursos en el blindaje de sus mecanismos de seguridad digital. Igualmente, es un sector en el que las estafas están a la orden del día. Como fue el caso de la cripto del Juego del Calamar que en algunos días unos ingeniosos defraudadores robaron más de 3 millones de dólares. Nada más en 2021, cerca de 14,000 millones de dólares fueron perdidos en delitos relacionados con criptodivisas, entre estafas, robos y violaciones de ciberseguridad.

En el afán por encontrar el siguiente gran criptonegocio, empresas y personas se encuentran en un páramo en el que a veces parece que se está en el salvaje oeste. La falta de marcos normativos y de cuidado de muchos se lleva entre las patas el dinero de millones de inversionistas que tal vez lo único que buscaban era hacerse de un poquito más de capital. Si las criptomonedas serán tomadas completamente en serio, se deben ofrecer condiciones de certeza, certidumbre y seguridad para sus usuarios.

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Soy Raúl, pero la gente me conoce como Ruso. Estudié letras inglesas en la UNAM y tengo una maestría en periodismo y asuntos públicos por el CIDE. Colaboro en Sopitas.com desde hace más de seis años....

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