El zócalo capitalino es, como todos sabemos, un espacio simbólico: el epicentro de la patria, de la identidad que con gran trabajo nos han construido para que se quede ahí, floreciendo como una idea antes que una forma de vida, un estatus de cuidadanía o un aprendizaje histórico. En ese espacio los hechos tienen otro significado, como si de un escenario se tratara.

Ayer, a las cuatro de la tarde, las campanas de la Catedral de la Ciudad de México sonaron, no para llamar a los feligreses sino para dar un ultimatum. Y la función inició para complacer el Pacto por México y a una parte de la cuidadanía, que ha volcado su rabia contra los marchistas de la CNTE, mientras toma su costoso smartphone y reclama las horas perdidas al volante de su automovil.

Cabe recordar, a un par de días del primer festejo de la Independencia de México, que celebrará como presidente Enrique Peña Nieto, la temperatura que la ciudadanía tenía antes del 2 de julio del 2012, cuando el #132 no había perdido su unidad, cuando no nos habíamos cansado de exigir unas elecciones limpias, cuando la polarización de la ciudadanía no volcaba su creatividad en idear formas de violencia y marchaba también en contra de la misma violencia que hoy promueve en otro contexto.

Pasó el 2 de julio, algunos vivimos con malestar las elecciones, muchos dejaron de creer para encontrar silencio, para regresar a la inercia y seguir con la rutina y esperar a que otra ola volviera a hidratar nuestro ideal de país. En otro momento. Tal vez.

Desde hace ya varios meses, la amenaza de las reformas educativas llena de protestas las calles de la Ciudad de México, Veracruz, Morelos, Guerrero, Quintana Roo, Michoacán, Sonora, Oaxaca y Yucatán, entre otros.

En su participación en la cumbre del G-20, en San Petersburgo, Peña Nieto afirmó que:

“No hay marcha atrás, la reforma educativa está, habrá de promulgarse”.

El desalojo del zócalo capitalino, ha sido sin duda una muestra de esa convicción, sabiamente transformada en “la liberación del espacio público”. La voz de quienes se oponen al movimiento, indica que los maestros deberán regresar a su vida, perder sus plazas, guardar en el bolsillo su inconformidad, para creer la promesa de Pepe y Toño sobre el autoempleo y convertirse en mano de obra barata para el crimen organiado, o aquél que sea mejor postor. Es decir, en otro momento. Tal vez.

La pregunta para estas fiestas patrias es hacia dónde vamos a “Mover a México”, cuando una parte de la sociedad se siente vencida, impotente, agotada; y la otra, enfurecida y violenta, pero también agotada e impotente aún fuera de su percepción.
Estamos divididos por la esperanza de no estar en el último eslabón de la cadena, por sentirse menos “indio”, menos “inepto”, menos “naco” (como tanto hemos leído en redes sociales en los últimos días), yo diría, a título personal, que por sentirse menos mexicanos (así en plural), pues tal parece que ese es el único común denominador que encontraríamos entre nosotros.

 

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foto:seamosrealistaspidamosloimposible

No veo a los opositores de la CNTE identificarse con algún manifestante, y no veo al magisterio identificarse con algún policía que recibió la orden de desalojo. Sin embargo, somos todos mexicanos y hemos sido ya convocados a rendir honores a nuestra identidad, a celebrar con entusiasmo la independencia de México, la formación de un estado que hoy “agota las vías del diálogo” por la fuerza. Si decimos que no hay nada que celebrar, es porque el valor de un país no está en sus destinos turísticos, sino en el comportamiento de sus integrantes, que precisamente han dejado de integrarse, sobre todo de identificarse.

Llegará el 15 de septiembre, algunos reclamarán las horas perdidas al volante de su automovil, mientras sostienen su costoso smartphone pagado a meses sin intereses, insultando a otros mexicanos (otros “indios”, otros “nacos”, “otros” solamente) que celebran en el zócalo capitalino con las mejillas tricolor a nuestro México.

Pasará al día siguiente la barredora a limpiar la plancha capitalina de banderas pisoteadas y restos de confeti, como días antes la limpió del magisterio; mientras la barredora de los medios limpia de la opinión pública la leyenda de la represión para el triunfal desfile del ejército.

 

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