En 2014 la sociedad mexicana fue estremecida por la noticia de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en el estado mexicano de Guerrero.

El caso ha estado envuelto en una serie de inconsistencias en los reportes del gobierno, desde la famosa “verdad histórica” hasta el hecho de que otro de los normalistas apareció con el rostro desollado por el ataque de animales salvajes.

Este joven, identificado como Julio César Mondragón, es una de las tantas víctimas de esa fatídica noche del 26 de septiembre y la madrugada del día siguiente, en la que –según las autoridades– fueron entregados al cártel Guerreros Unidos.

La “verdad histórica” señala que los normalistas fueron asesinados y calcinados en un basurero debido a que los Guerreros Unidos los “confundieron” como miembros de sus rivales, Los Rojos, otro grupo delictivo que opera en la localidad.

Ayotzinapa - Normalistas - Protestas.

 

Sin embargo, la familia y amigos de los normalistas desaparecidos siempre cuestionaron los resultados de las investigaciones de las autoridades. El libro ‘La Guerra que nos Ocultan’, de los periodistas Francisco Cruz, Félix Santana y Miguel Ángel Alvarado, incluye un reporte que señala –entre otros detalles– que Mondragón no fue atacado por fauna sino desollado con técnicas quirúrgicas y asesinado luego de haber sido torturado.

Además, revelaron que el celular de Mondragón había sido usado por, al menos, 6 meses después de la muerte del normalista. #BaiaBaia.

La novedad al respecto de esta investigación es que, finalmente, han salido a la luz los registros telefónicos del número de Julio César Mondragón. El documento de más de un centenar de páginas detalla el uso que se le dio a la línea entre el 1 de julio de 2014 y el 31 de agosto de 2015.

 

 

Francisco Cruz compartió con Infobae el reporte que entregó Telcel sobre el número de Mondragón. De acuerdo a la investigación (y a dichos registros), el celular fue usado para comunicarse a la Ciudad de México, específicamente con el Cuartel Militar Número 1 y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN).

El capítulo ‘Tras los rastros de Julio César en el Territorio Telcel’ del libro ‘La Guerra que nos Ocultan’ explica:

“El celular robado del joven normalista Julio César Mondragón Fontes registró cuatro mensajes de dos vías, provenientes del Campo Militar 1A, en Lomas de Sotelo en la Ciudad de México, y su colindancia con el municipio de Naucalpan, en el Estado de México, meses después de que alguien lo robara al terminar de torturarlo, desollarlo y matarlo la madrugada del 27 de septiembre de 2014 en el Camino del Andariego en Iguala”.

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La tesis de los autores del libro es que el ejército y las autoridades están directamente involucradas en la desaparición de los 43 normalistas. Sugieren que los asesinos de Mondragón son probablemente militares y que le robaron el celular, que siguieron usando para espiar la red de contactos del normalista.

Según el periódico guerrerense El Sur, cuando un grupo de sicarios identificó a Julio César Mondragón como una de sus víctimas indicaron que se trataba de uno de los líderes de Los Rojos. Y eso fue parte de la “verdad histórica”.

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Pero las líneas en el libro que describen el método de tortura usado para desollar a Mondragón exponen que “manos expertas” se encargaron de desollarlo cuando aún estaba vivo, para luego arrojarlo en un camino de tierra en Iguala donde “terminó de morirse”.

Al principio de esta historia, las autoridades intentaron ligar por varios medios a los normalistas con el narco, pero poco a poco sus conexiones se fueron perdiendo al ser insostenibles en la mayoría de los casos.

En realidad para la opinión pública, esto fue una especie de cortina de humo con la que los militares y funcionarios intentaron encubrir lo mucho que se había inmiscuido el gobierno en la desaparición desde el primer momento.

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Hoy, 2 años después del suceso, sigue flotando la duda en el ambiente: ¿el ejército mexicano estuvo directamente involucrado en la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa?

Ha habido clamores por justicia –y los seguirá habiendo– por este caso, uno al que parece que la justicia y la “verdad” nunca van a llegarle…

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Fotos: Getty Images

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