Por José Ignacio Lanzagorta García

Dicen que la siguiente carrera presidencial comienza tan pronto es elegido un nuevo presidente. Sin embargo, hoy, faltando poco menos de un año para la próxima elección, todavía seguimos sin verle mucha forma. La excepción, por supuesto, es la eventual candidatura de Andrés Manuel López Obrador de la que tenemos una casi total certeza desde finales de 2012, aun sin saber la denominación partidista que lo pondría en la boleta. Lo demás era todavía muy oscuro. Y, bueno, lo sigue siendo. Pero lo cierto es que hoy las contiendas internas de los demás partidos están en marcha, así que podemos ya plantearnos algunos escenarios.

Por lo pronto ya arrancó la XXII Asamblea Nacional del PRI. Nunca deja de impresionar el revestimiento de este evento priista. Comparado con los procesos internos de los otros partidos, el PRI llega a sus asambleas todavía como un gigantesco aparato de gobierno de partido único. Mostrar el músculo de más de 11 mil delegados provenientes de sus tantos sectores, organizaciones, bases territoriales y gobiernos sigue siendo fundamental a pesar de que las decisiones todas sean siempre tan cupulares; a pesar de que lo fundamental se dirima siempre en una puerta cerrada con -siguiendo el texto de ayer de Salvador Camarena- “los de siempre” entre “los de siempre”. Los métodos al interior de esas habitaciones pueden ir desde la votación de delegados a modo hasta los golpes, pero la imagen de unidad tiene que prevalecer.

Podrán tener a un presidente mediocre en los mínimos de aprobación, podrán haber perdido mucho terreno en municipios y estados, podrán tener pésimos resultados en materia de seguridad y cortísimos en lo económico, tendrán a cuestas sórdidos y habituales escándalos de corrupción… y, sin embargo, no se respira crisis. El foco de la discordia de su Asamblea es el mismo de siempre: ¿quién será el o la abanderada para la siguiente elección? Ahí están los roces, las disputas por los “candados” para bloquear a uno o a otro. En lo que uno supondría un ambiente de crisis o renovación del partido, le llaman “disidencia” a un grupo que sólo pelea por un método de selección del candidato presidencial. Uno lee las entrevistas, las notas y declaraciones alrededor de la Asamblea: nada programático está en juego. Incluso la mesa de análisis sobre temas de corrupción parece que discurrirá tersa y llena de buenos deseos.

El partido se prepara para una elección complicada: es comprensible que no sea el momento de profundas autocríticas y renovaciones. Pero es que no queda claro si es una calma estratégica… o sistémica.

Resulta sorprendente que dada la magnitud de la crisis, la disciplina en el PRI se mantiene dentro de sus parámetros de normalidad. Ciertamente la “disidencia” que encabezan algunos gobernadores que preferirían una consulta abierta para definir la candidatura presidencial podría salírsele de control al presidente del partido y al grupo más cercano a Peña Nieto. Es claro que en la discusión de los candados para la nominación del candidato hay un grupo que busca, a toda costa, bloquear los cuadros provenientes de la administración que ha estado empujando al partido a la debacle. Pero en cualquier caso, parece que estamos aún lejos de una ruptura como la que vimos en 1987.

En todo caso, es justo esta Asamblea la que podría marcar el punto de partida de disidencias reales dentro del partido. Si es cierto, como parece, que la Asamblea estará marcada por las típicas prácticas del partido, donde prevalecen las exclusiones, las simulaciones y las imposiciones, el escenario rumbo a 2018 podría complejizarse si al interior del PRI la presión comienza a resquebrajar esta siempre y característica unidad. Una elección entre López Obrador y la todavía complicada pero posible candidatura de alianza PAN-PRD, les plantea un escenario donde la unidad es indispensable. Pero si tras esta Asamblea no liberan esta presión y habilitan el dedazo de un candidato proveniente de la actual administración, el PRI como “aparato de gobierno” podría volver a fracasar ante un contexto democrático en el que parece que nunca han conseguido adecuarse.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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