Los Juegos Olímpicos de México se mantienen como un orgullo nacional más vigente que nunca a cinco décadas de su inauguración. El impacto que tuvo la justa en la cultura, en el deporte, en la tecnología, en la inclusión o en la lucha contra la discriminación, nos hace emocionarnos cada que se aparece por nuestras pantallas algo referente a México 68.
Y aprovechamos esta época —Hola, Tokio 2020— para recordar otro detalle fabuloso: su historia en el diseño y la conexión de la Ruta de la Amistad, con el arte de Japón.
Echémonos un clavado a 1968.
En medio de las sacudidas políticas y los aires de descontento social, en México nos preparamos para los Juegos Olímpicos con unos meses interesantes: se organizó una Olimpiada Cultural con más de una veintena de eventos para que la mente, el cuerpo y la cultura convivieran con los laureles deportivos en nuestro país.
Había danza, concursos de pintura, muestras de poesía y claro… una gigantesca exposición escultórica que se llamó La Ruta de la Amistad.
Fue concebida por dos gigantes de la arquitectura modernista. Uno de ellos fue el alemán Mathias Goeritz que tenía amplio trabajo en México —las Torres de Satélite, como un ejemplo reconocible— y se apoyó en el mexicano Pedro Ramírez Vázquez, cuyos proyectos incluyen el Museo de Antropología o el Estadio Azteca.
Juntos pusieron en marcha el proyecto.
En su momento, la Ruta de la Amistad era el corredor escultórico más grande del mundo pues tenía 17 kilómetros de longitud y 19 estaciones —cada una con una escultura— realizadas por artistas de todo el mundo y de los cinco continentes.
Una de esas estatuas, de la que hablaremos ahorita, se hizo por un escultor de Japón. Una conexión cultural y Olímpica que une Tokio con la Ciudad de México desde hace más de 50 años.
¿Cuál es la estatua de Japón en la Ruta de la Amistad?
La estatua japonesa en la Ruta de la Amistad se llama Sol y fue realizada por Kiyoshi Takahashi.
Ahorita la encuentras en el trébol entre Insurgentes Sur y Periférico, a la altura de Perisur. En esa zona están muchas de las esculturas restauradas.
La escultura tiene la intención de ser un efecto óptico.
Son dos esferas gigantes de 7 metros de altura. Están armadas en concreto y se encuentran ‘cortadas’ en mitades. A cada una se le quitaron dos cuartas partes. ¿La gracia de la obra? Se hizo pensando en los coches que pasan sobre Periférico y cómo, con la velocidad, pareciera que giran sobre su propio eje.
¿El artista? Kiyoshi Takahashi, enamorado de México
El artista detrás de Sol en la Ruta de la Amistad es Kiyoshi Takahashi.
Takahashi nació en Niigata en 1925. Presenció la Segunda Guerra Mundial, estuvo en la Academia Naval de Japón y por supuesto, fue testigo —no presencial— de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En 1947 se inscribió en la Universidad de Arte de Tokio donde se graduó en 1953.
Y luego… se enamoró de México.
Llegó a nuestro país en 1958 inspirado por la fama internacional del creciente arte contemporáneo y el gusto que tenía Takahashi por las esculturas prehispánicas. Se instaló en Jalapa, Veracruz.
Trabajó en México durante una década en la que fue profesor y tuvo varias exposiciones individuales —resaltan unas muestras en el Museo Nacional de Arte Moderno y otra en el Palacio de Bellas Artes. Después, gracias al reconocimiento de sus contemporáneos fue invitado como el artista japonés a la Ruta de la Amistad.
Regresó a Japón para la década de los setenta y trabajó en la Escuela Superior de Bellas Artes.
Con información del CENIDIAP y del Patronato Ruta de la Amistad