Por José Ignacio Lanzagorta García

Los –llamémosles- más pragmáticos piensan que todo se reduce a un tema de política pública. Se trata de esperar a que todos los partidos, aspirantes o candidatos hagan públicas sus plataformas de propuestas y, con base en ellas, tomar una decisión electoral. La violencia de la última década, las estériles cifras de crecimiento económico, las prácticas de corrupción dentro de todo el aparato institucional del país, la profunda desigualdad socioeconómica, la incertidumbre internacional, la degradación ambiental; en fin, todo es una cuestión técnica. El problema X lo vamos a intervenir con Y y así con todos.

Tal vez es desde ahí que una eventual candidatura de José Antonio Meade no les perturba a muchos de los que dicen que sí les fastidia el escándalo semanal de corrupción de la actual administración –de la que Meade es parte-. No les mina el entusiasmo que el poder se mantenga en el mismo grupo que, en una u otra administración, incluso de otro partido, sumió al país en una espiral de violencia, que hizo financieramente posibles a los gobernadores que hoy son perseguidos o consignados por la justicia, que erogó miles de millones de pesos en comunicación social, que ha degradado algunas instituciones, que no ha dado resultados en la arena económica. Meade, piensan, tiene la capacidad de resolver todos estos problemitas con su dominio técnico de la política pública, mientras que los anteriores simplemente fracasaron. Meade, dicen, está concentrado en lo suyo, no es un político. Es curioso: algunos de estos entusiastas critican que la apuesta de López Obrador contra la corrupción se limite a predicar el ejemplo de la honestidad a la vez que les resulta suficiente la presunta honestidad de Meade. Lo que nos les basta con uno, con el otro les sobra –es raro seguir llamándoles “pragmáticos”.

José Antonio Meade, secretario de Hacienda y Crédito Público
Foto: Notimex-Francisco García

Pero también los hay desconfiados. Y para eso es que tenemos el Frankenstein ahora llamado “Frente Ciudadano por México”. El pragmatismo aquí no es que sea mayor o menor… es, como la candidata presidencial panista de 2012, diferente. Los zombies de dos partidos de oposición, presuntamente distanciados en el espectro político, se unieron para no ser la continuidad pero tampoco la ruptura. El candidato del Frente será de la “corrección política”, dijo Carlos Bravo Regidor. Ambos sacrifican lo esencial de sus agendas para poder permanecer unidos y ofrecerle al elector aquello que no es la corrupción del PRI, pero salvándolo de su terror hacia López Obrador. Un programa de gobierno de técnicas descafeinadas.

Queda un espacio grande en la política mexicana. Uno que, en las últimas décadas se ha organizado en torno a la figura de López Obrador y que, gracias a esa concentración, está siempre al filo de la victoria. Es el espacio de la ruptura: uno que parte por el diagnóstico de que, si bien los problemas deben resolverse mediante distintas técnicas, hay un modelo común que los origina y lo primero es reventar ese modelo. Desde entonces, decimos que este espacio que ocupa López Obrador es de izquierda. Con el paso de los años, empezaron a ser confusas algunas de sus concepciones de la izquierda y, más recientemente, menos claro ha sido si, en efecto, sigue ocupando el espacio de la ruptura.

AMlo y Ricardo Monreal
Foto: Proceso

La publicación del nuevo “Proyecto Alternativo de Nación” el lunes pasado nos dejó sin aliento a algunos. Mal escrito, desorganizado, sin siquiera un índice en sus casi 500 páginas, sorprendió por improvisado viniendo de quienes, pensábamos, han invertido apasionadamente años de su vida en ello. Pero más sorprendente fue su acusada tibieza: las generalidades en sus diagnósticos, las extrañas especificidades en algunas de sus respuestas, la aparición de propuestas que sólo fortalecen el status quo. Sus defensores, dicen, que es que está incompleto, que se irá construyendo con la participación de todos. ¿Se habrán hartado de hablarle al hartazgo?

Al menos los rabiosos detractores de la ruptura –no lo harán pero- podrían encontrar alivio ahí. No está en esas páginas la apuesta por transformarnos en alguno de esos regímenes latinoamericanos que pueblan sus pesadillas. Vamos, explícitamente dice que ni siquiera pretende crear nuevos impuestos. Con el proyecto alternativo de nación, AMLO y Morena se acercan más a ese espacio electoral de los pragmáticos, que diiiiiiiiiiicen que se sirven de un menú de propuestas para que el problema X se arregle con el problema Y.

Los que seguimos coqueteando con la idea de la ruptura quedamos un poco huérfanos. Pero es peor: el espacio de la ruptura sigue ocupado por él. La rabia de los que permanecen entusiastas a López Obrador no perdona la decepción, no tolera que miremos hacia otros lados, que le firmemos a Marichuy –hay indulgencia plenaria para el que afirma que firma por su candidatura pero que al final hará “voto útil”-, que hablemos de voto nulo, que abandonemos el barco cuando se está tan cerca de lograrlo. La exitosa formación política de López Obrador como el candidato que concentra el descontento, la protesta y la transformación pasó de esperanzar a obstaculizar la emergencia, justamente, de proyectos alternativos de nación.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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