Por Christian Mendoza

La literatura ha construido un imaginario bastante sólido en torno a la ciudad. Se podría decir que es uno de los grandes temas de la producción narrativa de finales del XIX y principios del XX: Dublín en Joyce, San Petersburgo en Dostoievsky, Berlín en Alfred Döblin. Sin embargo, el campo y las provincias han desarrollado claves más bien problemáticas. Como territorios narrativos, por lo general se encuentran enmarcados en el regionalismo o, en el caso de la novela hispánica, en el movimiento telúrico, el primero como una mímica del paisaje y de las lenguas campiranas, el segundo como un retrato violento de la naturaleza y formas de vida de los pueblos, ambos estilos más bien artificiosos que no lograron, como en el caso de la vida urbana y sus diversos aportes literarios, construirle una voz totalmente propia y ficcional –son bien conocidas las aspiraciones antropológicas de estas ramas de la literatura– a las periferias. Aunque los aciertos existen.

A finales de 2016 apareció en Literatura Random House El desapego es una manera de querernos de Selva Almada. Se trata de una colección conformada por cuatro noveletas y una serie de cuentos cortos situados, en su totalidad, en el entorno rural de Argentina. Almada no busca agregar un filtro de amabilidad provinciana a estos sitios. La autora logra construir una poética en torno a los paisajes y a la forma en que éstos afectan la psicología de sus habitantes. El aislamiento de los pastizales, la densidad de los silencios, los calores embrutecedores, la soledad y el sosiego de las casas son algunas de las imágenes que giran en  torno a los habitantes de los pueblos y a las interacciones que mantienen, interacciones marcadas por la precariedad, la locura y el machismo.

En “Intemec”, una de las novelas cortas, se narra la muerte por accidente laboral de un trabajador de la fábrica del mismo nombre, una empresa que significó la mecanización y el progreso de la labor campesina, así como una promesa de estabilidad económica que hace que varios hombres de los pueblos circundantes migren hacia la sede de la fábrica. Uno de los compañeros del fallecido debe trasladar, ilegalmente, el cuerpo de una provincia a otra para ser entregado a su familia. El patrón de la fábrica, además del cuerpo, les envía dinero para los gastos del funeral con la consigna de que se firme un recibo.

Por otro lado, en “Chicas lindas” se narra, de nuevo, la muerte, aunque en este caso de otra marginalidad: una mujer es asesinada en condiciones “misteriosas”. En la trama se dan diversas explicaciones, pero todas no dejan de ser habladurías. ¿No habla esta irresolución, esta falta de anécdota alrededor de la muerte de una mujer, de la actitud social y judicial ante los feminicidios? Rumbo al final de “Chicas lindas” se puede leer:

A Andrea la mataron de una puñalada en el corazón, mientras dormía en su propia cama. No intentó defenderse, pero su cuerpo quedándose sin aire y sangre habrá sufrido espasmos, movimientos convulsos, durante dos o tres minutos, el tiempo que lleva morirse con una herida así. Sin embargo, su cuerpo estaba como tranquilamente dormido. El o los asesinos, antes de salir de la habitación, acomodaron amorosamente el cadáver de la chica. A partir de que se supo la noticia se dijeron muchas cosas. Todo ese verano hablaríamos de la chica muerta, su asesinato sería tema de conversación una y otra vez, aun cuando se terminaron las novedades y el caso comenzó a estancarse.

El personaje de Andrea, cuya existencia y asesinato son apenas una mención secundaria en el texto, no trasciende tampoco en la vida de sus vecinos.

Si bien algunos de los cuentos aislados no logran la redondez y los efectos de las noveletas, El desapego es una manera de querernos en conjunto construye una poética alejada de todo tremendismo. Sin ser coloquiales, las historias aparentan serlo. Sin las distancias entre el escritor-antropólogo y los campos, los cuentos narran los ambientes tan particulares que se experimentan en las provincias profundas. Estas periferias geográficas también albergan formas de vida igual de periféricas y, por ello, deshumanizantes, como la que llevan las obreras de una fábrica de pollos, los terratenientes que ante la putrefacción de sus campos pierden la cordura o la dueña de un bar para camioneros cuyas amistades son siempre transitorias.

Selva Almada, El desapego es una manera de querernos, Literatura Random House, 2015.

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Christian Mendoza ha trabajado y colaborado en distintos medios culturales, como La Tempestad y Arquine.

Twitter: @christianclumsy

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