Por Diego Castañeda

En la saga de la Fundación de Isaac Asimov, Hari Seldon crea la ciencia llamada “psicohistoria” (algo así como la economía, pero mejor). La psicohistoria sirve para pronosticar con tremenda exactitud los sucesos sociales en toda la galaxia por miles de años. Tal poder de predicción viene con algunos pequeños inconvenientes como que para que funcione se requiere que la población en cuestión sea lo suficientemente grande (a escala galáctica), que la población en cuestión nunca sepa los resultados del análisis y que los seres humanos sean los únicos seres conscientes en la galaxia. Con esta ciencia a su disposición, Hari Seldon es capaz de planear el futuro de la humanidad por miles de años en la galaxia y asegurar su prosperidad.

Desde la publicación de la saga de la Fundación, los economistas hemos sentido mucha envidia del tremendo poder de pronóstico de la psicohistoria comparado con lo que en la vida real podemos hacer (incluso ahora en la era del big data). En la realidad, la economía tiene un buen poder de pronóstico en el corto plazo y disminuye dramáticamente conforme el horizonte temporal crece. No obstante, lo que ha sucedido en México en los últimos años relativo a los pronósticos de crecimiento es decepcionante.

Por enésima vez en lo que va del sexenio, el pronóstico de crecimiento de la economía mexicana ha sido recortado. Hace algunos días, la Secretaria de Hacienda y Crédito Público anunció que su pronóstico de crecimiento es de entre 1.5 y 1.7 por ciento. El pronóstico original para la economía para este año era de entre 2 y 3 por ciento. En el mismo sentido, el Banco de México ha anunciado que su pronóstico del crecimiento para el año cambia de un rango original de entre 1.5 y 2.5 por ciento a uno de entre 1.3 y 2.3 por ciento.

Además de que durante los últimos 5 años el crecimiento económico siempre se ha encontrado por debajo de lo pronosticado, que esta tendencia continúe trae un costo importante en reputación para la credibilidad de nuestras autoridades económicas. Esto nos hace recordar los clásicos chistes sobre que “los economistas han pronosticado acertadamente 7 de las últimas 3 recesiones”  o que “los economistas fueron creados para hacer ver bien a los meteorólogos”.

No obstante lo gracioso que puede ser hacer chistes sobre lo impreciso que somos para pronosticar cosas (sobre todo el futuro), es un tema sumamente serio que la economía año tras año crezca menos de lo esperado. Los efectos negativos se sienten en dos aspectos muy importantes: primero, la falta de mejora en el bienestar entre la población; segundo, la sostenibilidad de las finanzas públicas (de este segundo punto hablamos un poco más adelante).

El crecimiento económico es uno de los factores más importantes para promover el desarrollo de los países. Un crecimiento económico robusto está asociado a una fuerte creación de empleos, mejoras salariales y, por consecuencia, un abatimiento de la pobreza. De manera lamentable en México, el crecimiento económico no ha sido vigoroso. En promedio, a lo largo de los últimos 25 años, hemos crecido a una tasa promedio de 2.4 por ciento anual que, si descontamos el crecimiento poblacional, nos da una tasa de alrededor de 0.9 por ciento per cápita (o sea, por persona): una tasa que es más parecida a la que teníamos en algunos momentos de los siglos XVIII y XIX que al crecimiento que tuvimos durante el siglo XX.

Aunque parece insignificante una corrección de apenas unas décimas de punto, su efecto en realidad es enorme en el tiempo. Una economía que crece al 2 por ciento anual per cápita duplica su tamaño cada 35 años. Una economía que crece 1.7 por ciento anual per cápita (apenas 3 décimas de punto menos) duplica su tamaño cada 41 años. La diferencia que en el tiempo hacen 3 décimas de punto son 6 años de rezago en niveles de desarrollo económico

La diferencia se vuelve aún más marcada si la extendemos muchos años en el tiempo. Digamos que la economía mexicana siguiera creciendo a la misma tasa per cápita que las ultimas décadas: 0.9 por ciento. Con ese ritmo tomaría 40 años llegar al nivel de ingreso que hoy el Banco Mundial considera equivalente a un país de ingresos altos (arriba de 12 mil dólares per cápita al año). Creciendo al 2 por ciento per cápita anual llegar a ese mismo nivel de ingreso apenas tomaría 12 años. La razón por la cual variaciones tan pequeñas pueden generar diferencias tan grandes se debe al súper poder del crecimiento compuesto.

La otra razón por la que una disminución de expectativas de crecimiento importa es, incluso si es pequeña, por la deuda pública. La deuda pública tiende a acumularse de forma mecánica: si el déficit crece más que la economía la deuda se apila. Es una cuestión casi mecánica. Los presupuestos se hacen con una estimación puntual del crecimiento y, partiendo de ésta, se estima la capacidad de endeudamiento que tiene la economía.

Hacer pronósticos no es una tarea sencilla. Volviendo a la Fundación, los planes de Hari Seldon casi fracasan cuando encuentra una variación inesperada: la aparición de un ser con poderes, The Mule. En la vida real, fallar tanto en las proyecciones de crecimiento es un factor de riesgo para la sostenibilidad fiscal de la economía por la debilidad fiscal en la que se encuentra. Hari Seldon tenía un plan de contingencia en caso de que algo interfiriera con su diseño original, México debería tener un plan de contingencia para generar crecimiento, algo que no hemos estado haciendo bien durante ya bastante tiempo.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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