Por José Ignacio Lanzagorta García

No se debe dejar de insistir en ello: el discurso de la “unidad nacional”, al menos uno así de vacío, poco abona al tiempo que estamos viviendo. Es más, podría empeorarlo. ¿Qué significa la “unidad nacional”? ¿En qué sentido es diferente a lo que teníamos o no teníamos hace unos meses? ¿Por “unidad nacional” entendemos un necesario, pero inusitado, respaldo a nuestro Jefe de Estado? Si no, ¿qué es? ¿Poner el escudo nacional en nuestras fotos de perfil?

De pronto, pareciera que al Presidente le otorgamos un liderazgo que no ha construido; le respaldamos una estrategia que no ha delineado o, por lo menos, no ha presentado. Le cerramos filas frente a una inminente negociación sobre la que no sabemos siquiera si se va a poder negociar. Le damos un voto de confianza tras cuatro años de decepciones, mentiras, saqueos, impunidades. ¿De verdad eso queremos? ¿De verdad eso nos conviene? ¿Por qué haríamos algo así?

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Y, sin embargo, en algunos medios, en algunas noticias nos hablan de una “oleada de unidad nacional”. El Consejo Coordinador Empresarial emitió un comunicado donde hablan de un respaldo a las negociaciones del Presidente. Las élites del país sí ven una interlocución con Trump. Y también ven a Peña como negociador. Será que estamos viviendo dentro de alguna serie televisiva de suspenso, de ésas donde temporada tras temporada nos mantienen el exasperante misterio de una verdad oculta, conocida sólo por oscuros personajes, y que sólo se alarga hasta un abrupto y pésimo final tras el menguante éxito de la serie. ¿Quedan dos temporadas más?

Vale la pena repasarlo, porque parece que nuestros propios “hechos alternativos” nos la vuelven a jugar. La semana pasada se avisó que Peña viajaría a Estados Unidos. Muchos no veíamos las condiciones ante el comportamiento absolutamente unilateral, irreflexivo y sin concesiones del “presidente” (todavía duele escribirlo) de allá. Después Trump anunció que el muro seguía en pie y que México pagaría por él. Entonces fuimos más los que dijimos que no había condiciones. Y, sin embargo, el Presidente en silencio. El Canciller, en cambio, continuaba confiado en una buena interlocución con ese gobierno de exabruptos y caprichos.

Tuvo que ser un tuit de Trump el que cancelara la visita y entonces vino la cancelación de Peña. ¿La reacción? La clase política y los medios de siempre aplaudieron, felicitaron a Peña, vino la “oleada de unidad”. Se arregló una llamada telefónica. Acordaron “hablar en privado del muro”. Trump se “modera”, dicen. “Peña 1 – Trump 0”. El gobierno nos pide poner banderas de México en nuestras fotos de perfil. Surgió, dicen, un liderazgo. ¿Qué clase de macabra postverdad es ésta? Este momentum del Presidente, si es que lo hay, no es menos vacío que todas las coreografías de su administración, no es menos artificial que su candidatura presidencial.

A lo mejor es tal nuestra orfandad política y tan incierto aún el volumen de amenaza, la magnitud de reconfiguración que nos representa Trump, que estamos dispuestos a confundir “unidad” con “tregua”. Y qué peligrosa es esa confusión. Qué daño le haría al país si la amenaza externa más grave que ha recibido en décadas sirve para darle amnistía a la administración que lo saquea, lo tiene sumido en la violencia y en la impunidad.

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Algunos lo han apuntado ya: no sin dolor, no sin inestabilidad, no sin la afectación de millones de vidas, la sacudida que representa Trump trae la esperanza de reconfigurar el país, de abrir una ventana para reinventarnos, de romper con arreglos y vicios que nos impiden construir una sociedad más justa, en paz y más próspera. Cuando las élites nos piden “unidad nacional” en torno a quien nada ha aportado para lograr esto, estamos viendo más bien al status quo luchando hasta el último aliento por subsistir como tal.

No sé qué significa poner la bandera o el escudo nacional como foto de perfil en las redes sociales. Para algunos es un inocuo alivio, un signo de esperanza, un apapacho. Para otros es la atención al llamado de unidad que emitieron la Presidencia y Cancillería. En todos los casos, la apuesta está en explotar con más o menos intensidad la idea de nacionalismo… similar al que Trump despertó en Estados Unidos para conseguir el voto popular. El nacionalismo aglutina una fantasía a modo de “iguales”, a base de excluir una arbitraria selección de otredad. El nacionalismo suele dar concesiones a liderazgos oscuros a cambio de sostener esas fantasías.

En ausencia de estrategias, ante liderazgos erráticos, el nacionalismo es un recurso de los sedientos de poder. Hay que tener cuidado con el llamado de unidad al que estamos respondiendo. Tal vez nos sale más barato terminar de reconocer y denunciar esa orfandad política, para dar espacio al surgimiento de proyectos, de liderazgos que nos encaucen a esa ventana de oportunidad, que dar pie a una versión todavía más oscura de lo que ya tenemos.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

FOTOS: GETTY IMAGES

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