Por José Ignacio Lanzagorta García

El mantra de las derechas latinoamericanas es que el viraje a la izquierda conduce al desastre venezolano. Incluso antes de que la economía de ese país colapsara tan estrepitosamente y que el régimen se apoderara de los mecanismos democráticos para continuar en el poder, la comparación entre el líder de izquierda local y Hugo Chávez ha servido primero como propaganda electoral y, en su caso, tras la victoria electoral de la izquierda, como su parámetro de vigilancia. Lo compulsivo en el uso de este venezolanómetro hizo que perdiera efectividad en el discurso electoral —se volvió, incluso, centro de mofas. Sin embargo, como profecía de vigilancia pareciera endurecerse.

Como a la luz de las políticas y los discursos de gobierno, López Obrador no da señales de ser propiamente un chavista sino alguna otra cosa que no termina de embonar del todo en los cajones convencionales de izquierda y derecha, la vigilancia se trasladó a su relación con el régimen venezolano. Se explota de tal manera que a veces parece que Venezuela, en la política mexicana, ya no se significa a sí misma, sino sirve como un eje para organizar eso que llamamos la polarización. Pensemos en la toma de protesta de López Obrador: de toda la pasarela de mandatarios y representantes que hubo ese día, sólo la presencia de Nicolás Maduro fue controvertida. A pesar de la prudencia de que no asistiera al Congreso, en el Zócalo se vieron expresiones tal vez revanchistas de celebración cuando se le vio pasar a Palacio Nacional.

Me pregunto qué tanto la base de seguidores de López Obrador realmente apoya el régimen de Nicolás Maduro y qué tanto nada más les gusta fastidiar a la derecha local derrotada. También me pregunto también qué tan vital resultaba que México se uniera al concierto de diplomacias que se apresuraron en manifestar su reconocimiento a un político venezolano que se autoproclamó presidente o sólo buscaban compulsivamente demostrar la profecía chavista: el gobierno de AMLO no reconoce a Guaidó… ¡porque sí simpatiza con Maduro!

Supongo que eso es a lo que llamamos polarización y que llevamos algunas semanas discutiendo. Al margen de la escala a la que ocurra, la polarización es una incapacidad de sopesar las cosas en sus términos para ordenarlas pasionalmente en una dicotomía de absolutos: la cosa apoya totalmente lo que apoyo o representa todo lo que odio. Ante esta estrechez, el juego consiste en tomar cada nuevo argumento, cada nueva idea, cada nueva posición y develarlo como de un lado o de otro. Se trata de desenmascarar la “verdadera” posición que oculta el interlocutor. La intolerancia a que esa idea, argumento o posición se resista a ser encuadrada rápidamente en esos términos conduce a una espiral de insultos y epítetos a quienes las proclaman. Es agotador.

Y así fue nuestra jornada del día de ayer con respecto a la posición de México ante la crisis política venezolana. Cualquier llamado a la prudencia diplomática era rápidamente catalogada como un espaldarazo a la satrapía de Nicolás Maduro. Los absolutos se hicieron presentes de muchas formas con ideas como que no intervenir era intervenir. México, decían, se alineaba con quienes habían proclamado mensajes abiertamente partidarios de Maduro. El argumento de que “todo el mundo”, incluyendo Instagram, le estaba dando su respaldo a Guaidó sólo servía como indicador del camino correcto. Llegó un punto en el que llegó a ser evidente que esa batalla campal no era una apasionada discusión sobre diplomacia, sino… sobre política local.

amlo-postura-venezuela-conferencia-favor-contra-maduro

Así como decimos desde hace un par de años que México es un discurso nacional en la política de Donald Trump; que cuando habla de nosotros no nos habla a nosotros, sino a sus bases, algo similar ocurre en México —y supongo que en otros países— con respecto a Venezuela. Entre periodistas, actores y otros partidarios de la derecha, la lucha era por desenmascarar a López Obrador como simpatizante de Maduro. Nada más. Tantos años después de la campaña presidencial de 2006 en la que AMLO era constantemente comparado con Hugo Chávez, la obsesión con esa profecía continúa. El sentido de ese discurso ordena el espectro político mexicano entre izquierda y derecha.

Al margen quedó la discusión diplomática. No es mi campo, prefiero seguir la luz que dan algunos como @jpgalicia o @majourzua, entre otros internacionalistas. A través de ellos, entiendo que México difícilmente va a tomar posición como mediador en el conflicto venezolano. Ojalá que sí, pero es poco probable. Si hubiera salido a reconocer a Guaidó por el simple hecho de haberse autoproclamado presidente y el mismo día que lo hizo, sin más desarrollos institucionales, habría perdido esa capacidad con la otra parte. Ojalá también hubiera sido más habilidoso produciendo un posicionamiento más contundente como el de la Unión Europea. En cualquier caso, la prudencia se celebra ante un proceso que apenas comenzó, ante la velocidad del gobierno de Trump de respaldarlo, ante la tradición diplomática mexicana. Lo demás… lo demás es pura política nacional.

*****

José Ignacio Lanzagorta García es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios

Comenta con tu cuenta de Facebook