Por José Ignacio Lanzagorta García

#VibraMéxico suena bien… en principio. Llevamos muchos meses siendo agraviados constantemente por el que se convirtió en el Presidente de los Estados Unidos. Y, sobre todo, hemos sentido el desamparo y hasta connivencia de nuestras más altas autoridades políticas en estos agravios. Si allá las marchas y actos de repudio contra Trump no han parado, ¿por qué no nosotros también hacer lo propio? Sorprende la concurrencia a esta convocatoria por tantas instituciones tan prestigiadas del país. En ella, nos hablan de repudiar el agravio, pero también de exigir a nuestras autoridades mejores resultados. Bien. Y, sin embargo, hay cosas de #VibraMéxico que no suenan tan bien y ojalá, a pesar del siempre poderoso mensaje de unidad nacional, den espacio al disenso.

La protesta es muy importante para la vida democrática; si no, por lo menos es un derecho. Salir a a gritar a las calles, lograr grandes aglomeraciones –creo– modifica la agenda nacional, da cauce a los discursos, genera discusión. Si el sentido de una protesta llega o no a buen término, si articula mensajes complejos o apenas un par de consignas abiertas, eso es otra cosa. Pero es una herramienta del agraviado y una muy popular en el México en el que conseguimos, no sin tropezones, el derecho a protestar… y desgraciadamente una autoridad que constantemente agravia.

Dentro de los convocantes a la marcha del próximo 12 de febrero en varias ciudades del país, nos encontramos a muchos quienes no han dejado de alzar la voz para descalificar la protesta de los otros; que no hicieron suyo el agravio de, por poner un ejemplo, la desaparición de los normalistas. Además, nos insisten reiteradamente que la marcha deberá ser “respetuosa”, vestir de blanco, caminar del Auditorio al Ángel –a los que estamos en la Ciudad de México– y, finalmente, nos piden entonar el himno nacional a las 14:00 horas. De pronto esto parece una marcha del Frente Nacional por la (Gran) Familia (Mexicana). Es entonces que a algunos nos sobreviene una sensación de incomodidad con la que ya no nos sentimos tan convocados.

En primera es esto del “respeto”. Esta marcha se distingue así de otras, se alza sobre ellas, se valoriza a partir de la denigración de otras que fueron, a su juicio, “irrespetuosas”. Yo no tendría problema de cerrar filas con nadie para protestar por un agravio común. Sin embargo, ante tal convocatoria, pareciera que al salir a marchar el próximo domingo también aprovechamos para denostar otras protestas. Yo sólo quiero marchar contra la mediocridad con la que nuestro Presidente está lidiando con ésta –y todas las- contingencias, no para ratificar “un buen marchar”, no para denigrar otras protestas que han nacido de agravios igual de legítimos.

Parece menor, pero el vestir de blanco resulta también incómodo. La última marcha de blanco en México fue la de unos para pedir que una minoría no tuviera los mismos derechos que tienen todos los demás. El blanco, en aquella marcha, abanderaba una especie de “pureza moral” de los participantes. Fue una protesta absolutamente válida dentro de nuestra democracia, pero con una petición antidemocrática que, afortunadamente, no tiene ya más cabida que como una simple expresión. Con este antecedente directo, honestamente, no entiendo el sentido de marchar de blanco. ¿Para qué? ¿Qué nos da marchar con este disfraz que marchar sin él? Si la paz fuera el asunto más urgente de esta marcha, lo entendería y lo compartiría. Sin embargo, entendía que lo primero que queremos es mostrar agravio, “defender a México”. Me hace cortocircuito la buena onda y “pureza” del blanco con la combatividad que, creía, queríamos mostrar; encima, me acerca a una marcha con una petición antidemocrática.

Parece todavía más irrelevante, pero ¿por qué no marchar al Zócalo? La ciudad es también una selva de símbolos. Si la plaza mayor de la Ciudad de México es, y ha funcionado como, una especie de “tribuna de la nación”, ¿por qué no usarla? ¿Por qué no plantar en el corazón de México un mensaje que, justamente, reivindica a la nación? ¿Por qué salir de un espacio privado –el Auditorio Nacional–, caminar por una de las zonas más exclusivas y terminar en un símbolo más de la ciudad que de la nación? ¿Por qué cuando convocan grupos empresariales se niegan a usar el Zócalo? Este trayecto y el historial de marchas Auditorio-Ángel, me hace volver a pensar sobre una extraña imposición de Manual de Carreño sobre el buen marchar que, personalmente, encuentro peligroso de ratificar.

En suma, hacen un llamado de unidad, pero a partir de unos términos simbólicos que suenan excluyentes. Y en esos mismos términos se diluye la combatividad. Ya no me queda claro para qué marcharíamos y hasta me parece que darle un posible mensaje de tregua a esta administración no es lo más apropiado.

El 15 de septiembre pasado, tras la ominosa invitación a Trump a Los Pinos, muchos salimos a marchar, como en otras ocasiones, exigiendo la renuncia del Presidente. Íbamos al Zócalo y llegamos hasta donde los gobiernos capitalino y federal lo permitieron. No fuimos de blanco y, a juzgar por las consignas que se gritaron, no fuimos respetuosos. La petición de renuncia, más que prográmatica, mostraba la profundidad del agravio, la gravedad del sentir, la necesidad de valorizar una investidura presidencial que había sido pisoteada. Para eso recurrimos a la furia, a la consigna, a buscar la plaza mayor el día de la máxima fiesta nacional. No sé qué hayamos conseguido. Seguro poco, o nada. Pero encontraba más claridad ahí, más unidad, más inclusión, más combatividad, más contundencia y congruencia que en #VibraMéxico.

Quisiera con estas líneas que los organizadores del movimiento #VibraMéxico reflexionen sobre sus propios parámetros de inclusión y convocatoria, sobre el sentido de la protesta pública en la democracia. No dejan de entusiasmar los esfuerzos que han sumado y que recurran a la protesta para dar cauce a un agravio de tantos. Su voz será sumamente nutrida y seguramente escuchada. Y estoy seguro de que seguiremos necesitando más voces, incluso a las no tan respetuosas.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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