Vivimos en una burbuja. A veces pareciera que lo que no nos afecta directamente, ni nos va ni nos viene. El país está lleno de muertos y desaparecidos. Pero no nos importa porque la violencia no nos termina por tocar. Ciento cinco periodistas han sido asesinados en México desde el año 2000. Y no pasa nada.  Sólo hay tristeza, que después se vuelve en enojo, y este, a su vez, se convierte en una impotencia que lo cubre todo. Y sigue sin pasar algo. Las organizaciones defensoras de la libertad de expresión han considerado a nuestro país como el sitio más peligroso para ejercer periodismo, tan sólo detrás de Siria. México también es calificado como el país con peor libertad de prensa en América Latina, sólo por detrás de Cuba. Los periodistas en nuestro país —los verdaderos—  hacen su trabajo entre un fuego cruzado: de gobiernos intolerantes a la crítica, del crimen organizado, de la desacreditación por parte de su mismo gremio, de los diversos intereses que se gestan en todas y entre todas las esferas del poder, de la corrupción, de malas pagas, de inexistentes prestaciones, de horarios inhumanos, del desgaste de las instituciones y del fracaso de los mecanismos de protección.

“La gente puede pensar ahora que el principal contaminante es el narco. Es uno de ellos, quizá predominante, junto con el gobierno, homicida y abusivo. Pero también existe cómo te presionan en los medios para que lleves muchas notas, y no reflexiones, no hagas crónicas, no investigues, no propongas, eso me parece asfixiante. Las condiciones de trabajo, los salarios, las persecuciones. Ojalá que la gente vea con claridad a los periodistas y el periodismo que se hace en México, que lo asuma como un aliado, como un trabajo de carácter toral frente a la democracia que se nos niega, la corrupción, tantos problemas…”, dijo Javier Valdez Cárdenas en una entrevista con el periódico Reforma.

Tendemos a romantizar el oficio cuando pensamos en periodismo. Pensamos en sujetos vestidos con gabardinas y sombreros a la Dick Tracy, fumando Delicados y embruteciéndose en alguna cantina del Centro Histórico mientras hablan de política nacional y dictan su quinceava nota del día a través de un teléfono. Pero no podría haber alguna concepción más alejada de lo que significa ser periodista en nuestro país y en nuestros tiempos. Los reporteros de los estados, los que reportean en verdaderas zonas de conflicto, los que están en pleno contacto con las violencias, subsisten, no viven. Trabajan de sol a sol, en varios medios de comunicación, en varias plataformas —radio, tele, prensa e internet—, por una paga ínfima, con horarios irrisorios, con el temor palpitándoles y saliéndoseles de la piel, con la tragedia a punto de ocurrir.

Alguien, alguna vez, me dijo que el periodismo era el trabajo más fácil del mundo. Que sólo tenías que poner tu grabadora en boca de un personaje importante —de esos que sí tienen voz y la podrían hacer sonar incluso sin que la replicaras— hacerle un par de preguntas y transcribir todo lo que dijo. Pero el periodismo, acaso, es más que eso. Mucho más. A Regina y a Rubén y a Javier y a todos los demás no los asesinaron por poner una grabadora, hacer preguntas y transcribir. Ellos fueron por más. Como tantos otros reporteros mexicanos que siguen haciendo su chamba a pesar del riesgo. Para entender con más certidumbre de qué se trata #UnDíaSinPeriodismo y conocer las condiciones en las que trabajan cientos de periodistas en México, recomendamos echarle un ojo a este par de cortometrajes:

Soy el Número 16

Deadliest beat: Reporting on Mexico’s war on drugs

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