Robert Mugabe inició hoy su séptimo mandato consecutivo como presidente de Zimbabwe y declaró que aquellos países que no aceptan su victoria son deshonestos.

Mugabe logró una abrumadora y polémica victoria en las elecciones del pasado 31 de julio, con una mayoría de dos tercios, la Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF) consiguió 149 escaños de los 210 que componen la Cámara, la oposición impugnó las elecciones sin éxito.

“Nos regimos por el juicio de África”, sentenció Mugabe ante 60, 000 personas que vitorearon al líder más longevo de este continente, que, después de 33 años en el poder, seguirá dirigiendo su país durante el próximo lustro.

Miles de personas traídas de todo el país en autobuses y trenes rentados por el Gobierno, aclamaron constantemente a Mugabe, agasajado por la presencia de otros jefes de Estado y ex mandatarios africanos como el presidente de Mozambique, Armando Guebuza; el de República Democrática del Congo, Joseph Kabila; el de Namibia, Hifikepunye Pohamba; o el primer ministro de Suazilandia, Barnabas Dlamini.

“Juro obedecer, mantener y defender la Constitución; promoveré todo lo que suponga un avance y me opondré a cualquier daño a Zimbabue”, dijo antes de que el presidente del Tribunal Supremo, ataviado con vestimenta típica británica y tocado con una peluca, le impusiera la banda presidencial.

Tras décadas haciendo y deshaciendo a su antojo la constitución para perpetuarse en el poder, las huellas de su política cortoplacista, son dramáticamente visibles en Zimbabue, que se encuentra actualmente sumido en una aguda crisis política, económica y social.

Robert Mugabe nació en Kutama en 1924, omnipotente y eterno presidente de Zimbabue (como Don Porfirio), fue hace décadas el líder de su continente, un revolucionario, adorado por la izquierda, defensor de Nelson Mandela. Su infancia estuvo signada por el abandono de su padre y la muerte de sus hermanos. A principios de los 80, la ex Rodesia del Sur reunía todas las condiciones para convertirse en una próspera nación, el cuento se convirtió en una pesadilla tras el fin de la Guerra Fría; el país se enfrentó al encarecimiento de las condiciones de vida. Mugabe ideo un plan de ajuste liberal: favoreció las importaciones, estimuló la inversión extranjera, redujo el gasto público, suprimió la sanidad y la educación gratuitas, elaboró presupuestos de austeridad e impulso importantes privatizaciones.

Proviene de la etnia mayoritaria de su país (shona), era maestro de primaria y a los 17 años viajó a Sudáfrica para ampliar conocimientos. Allí vivió el apogeo del apartheid, la que le convirtió en el perfecto líder africano. Pidió incluso a sus vecinos que no llevaran zapatos ni calcetines, signos de la colonización occidental. Su férrea militancia le llevó a padecer varias penas de cárcel.

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Mugabe llegó al poder en 1980 tras una cruenta guerra civil que dejó a 30, 000 muertos, heredó un país próspero, construyó carreteras, escuelas, hospitales, relanzó el turismo, modernizó a Zimbabue, con tal pragmatismo que los granjeros blancos no tardaron en llamarle “el bueno y viejo Bob”.El aumento de la inflación, la corrupción y la hipertrofia de su aparato administrativo como consecuencia de las reformas provocaron que huelgas y altercados violentos se extendiesen por todo el territorio, endureciendo aún más las drásticas medidas del régimen.

En 1997 perdió el apoyo del Gobierno británico y la decadencia entró así en una espiral de la que jamás ha salido. En 2000, convocó un referéndum para reformar la Constitución. En 2002 con la puesta en marcha de la reforma agraria acelerada y la enmienda a la Ley de Ciudadanía, a través de las cuales se decretó la confiscación de las explotaciones de tierra de la minoría blanca y la suspensión de los derechos naturales de los ciudadanos con doble nacionalidad: más de trescientos mil granjeros fueron expropiados y cerca de un millón de ex zimbabueses carecen ahora de ciudadanía y Estado .

Desde que restringiese la libertad de los medios de comunicación con el fin de censurar las críticas al gobierno (como Don Porfirio), el régimen de Mugabe ha sido condenado al aislamiento internacional. Primero, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional suspendieron las cuantiosas ayudas destinadas a mitigar la crisis humanitaria que asfixiaba el país. Posteriormente, la UE congeló sus bienes y los de su Gobierno depositados en Europa, le tachó de persona non grata y le ha prohibido el ingreso en territorio comunitario.

Tiene los primeros puestos en el ránking de los peores tiranos. El primer ministro de Reino Unido y el secretario general de las Naciones Unidas intentan presionarle para que respete los derechos humanos. Nada de esto parece intimidar al líder africano, quien ha declarado:

“¡Puede usted irse al infierno!”

Por un lado, ofrece fiestas espectaculares que entretienen a los ciudadanos con conciertos, torneos de fútbol y certámenes de belleza, con un costo de medio millón de dólares. Por otro, expulsa a 29 ONGs “incómodas” por tener, según él, “agendas que impulsan el cambio de régimen”, además, el desvío de ingentes cantidades de dinero provenientes de las minas de diamantes hacia paraísos fiscales.

Clasista y altivo, al servicio de su avaricia, con la que ha aplacado cualquier atisbo de disidencia. Pero no se cansa de repetir que debe completar su revolución. La que, por cierto, ha intentado llevar a cabo sin quitarse los zapatos ni los calcetines.

Nota aclaratoria: La mayoría de ustedes se preguntan ¿por qué la comparación con mi amado Don Porfirio Díaz?  No es únicamente por la permanencia de Mugabe en el poder, sino por el liberalismo pragmático que usaron ambos mandatarios, la intención modernizadora del país y la intención megalómana de ambos paersonajes para perepetuarse en el poder.

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