Por Ala Izquierda

“Cada día creo menos en las geometrías políticas. Cada día me dicen menos las ideas de izquierdas y de derecha (…). No sé qué sea yo ideológicamente, pero sé que lo que quieren los ciudadanos es que los gobiernen buenos gobernantes”.

Juguemos a adivinar quién es el político que dijo esta frase. Vamos a darnos un minuto. ¿Ya adivinaron? ¿No? Bien, si no pudieron adivinarlo no se preocupen. Ustedes no tienen la culpa.

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La afirmación de que la ideología no importa, sino que importa “gobernar bien”, se ha vuelto uno de los lugares comunes más socorridos por nuestra (desprestigiada) clase política. Algo tiene de razón la frase: en un Estado medianamente democrático, lo primero que deberíamos de esperar de nuestros gobernantes es que respeten las leyes. Lo malo es que un gobernante debe gobernar; es decir, tomar decisiones respecto a políticas públicas, las cuales en su mayoría tienen ganadores y perdedores.

Así, lo segundo que deberíamos exigir a una gobernante son principios. ¿Y adivinen qué? Los principios y sus justificaciones tienen su origen en ideologías. Las ideologías no son postulados doctrinarios o dogmas casi religiosos, sino herramientas útiles a la ciudadanía para exigir a la clase política. Por ejemplo, sabemos que MORENA se dice de izquierda y así podemos criticar a AMLO por su opinión sobre el matrimonio igualitario; o sabemos que el PAN se dice liberal económico y así podemos criticar su asociación con el duopolio de la televisión.

¿Qué tienen en común el Frente Ciudadano, el Bronco, Ferriz de Con, Enrique Alfaro, Kumamoto y Lucía Riojas (candidata de Ahora a la CDMX)? Ninguno se asume de izquierda ni de derecha, sino que “buscan el bien ciudadano”. Para ellos, la cuestión es un dilema: no puedes estar comprometida con el bienestar de tu país y asumir una ideología clara. (Para ser justos, en un ejercicio de contradicción notable, Alfaro y Kuma no se asumen de izquierda, pero ambos se dicen progresistas).

La excusa de muchos para no asumir principios claros es que la izquierda y la derecha son conceptos ya superados. Detrás de esta afirmación hay una estrategia electoral que se ha repetido desde el thatcherismo (incluso desde antes) hasta las elecciones francesas en las que Macron y Le Pen lo decían para atraer los votos de los trabajadores. Hoy, el supuesto presidente centrista Macron quiere aprobar un recorte de impuestos a los más ricos que, curiosamente, fueron sus grandes donantes durante su campaña. Al final, ése es uno de los grandes problemas de los gobernantes que se dicen ideológicamente neutrales: que la mayoría de las veces no lo son y acaban favoreciendo a una élite minoritaria. Se comprometen con todo y con nada. Es fácil decirse neutral y afirmar que se recuperará la política para la ciudadanía y aprobar leyes de participación ciudadana; sin embargo, por ejemplo, crear una política fiscal socialmente justa que empodere realmente a la mayoría resulta de un discurso mucho más complejo y que implica asumir compromisos.

Sospechamos que, en México, esta estrategia de parecer neutral proviene del hastío mismo de todo lo que suena a política. La izquierda y la derecha son conceptos problemáticos. No es que esta dimensión se encuentre superada, sino que existen muchas izquierdas y muchas derechas. La definición de una posición clara respecto a estos principios requiere de una discusión ideológica que no atrae votantes y que, por lo tanto, los candidatos no están dispuestos a hacer. La solución fácil es darle la vuelta a la cuestión y decir que no se es ni de derechas ni de izquierdas, o decir que se consultará a la ciudadanía (ese cuerpo amorfo que antes representaba “el pueblo”) para definir qué principios defender.

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En el momento político actual en el que se trivializan los principios, en el que los partidos se alían en frentes contradictorios, la discusión de ideas es más necesaria que nunca. Decirse ideológicamente neutro no es aportar ideas frescas a la política, es un lugar común y es ser condescendiente con las personas y los votantes. Desde la década de 1990, en México nos han vendido la idea de que la política pública y la toma de decisiones debe ser eficiente y neutra, un credo más del neoliberalismo. Los resultados los vemos hoy: la política pública ni ha sido eficiente, ni ha sido neutra, sino que ha favorecido la desigualdad y el encumbramiento de una élite política y económica, dejando de lado a las personas que están en mayores condiciones de vulnerabilidad.

En el contexto de las elecciones de 2018, hay que decir a los políticos independientes y partidistas: no huyan del debate, no menosprecien a sus votantes, discutamos y asumamos principios claros.

PD: la cita del inicio es de Enrique Alfaro en entrevista con El País.

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