Por Ricardo Quintana Vallejo

Moonlight [Luz de luna] muestra tres episodios de la vida de Chiron, un muchacho afroamericano que crece en el inner city de Miami. En lugar de ver la totalidad de su vida, o de mostrarla como una sola narrativa ininterrumpida, el primer episodio, titulado Little, va desde el encuentro con una figura paterna hasta la pérdida de la inocencia. El segundo, Chiron, empieza con la paralizante pasividad de un adolescente abrumado por el abuso escolar y de su madre adicta al crack y termina en donde terminan, desafortunadamente, muchas historias de adolescentes afroamericanos en Estados Unidos: en una patrulla, esposado, defraudado por un sistema judicial que no lo protegió, pero que sí lo envileció. El tercero, Black, muestra el estereotipo de la masculinidad afroamericana, un cuerpo monumental y dentadura de oro, invulnerable en apariencia, que se quiebra en los brazos del único hombre que tocó jamás.

La película es, sobre todo, una historia de aprendizaje y, por lo tanto, nos muestra el proceso de formación de la identidad no sólo del protagonista, sino también del mundo que le rodea. Es una historia de la opresión sistémica, de adicción, pero también es de amor, de la posibilidad de des(re)entender la masculinidad hegemónica y optar por la vulnerabilidad.

Las historias de formación

Toda historia de formación o aprendizaje sirve como espejo del mundo que representa. Crean una representación del mundo, desenmarañándolo.

Así, por ejemplo, la primera novela mexicana (y de América, por cierto), El Periquillo Sarniento (1816) de Fernández de Lizardi habla sobre el nuevo —en ese entonces— sujeto independentista. Un hombre que crece forjando su moral, que navega una sociedad en la que se resquebraja el sistema de castas (que caracterizó la colonia española) y que se enfrenta a nuevas expectativas sobre la identidad nacional. Si aún hoy en día cuesta trabajo definir lo “mexicano,” en 1816 era una tarea ardua. Pero la “novela de formación”, como género literario, resultó útil para desentrañar nuestros primeros pasos independentistas.

A la vez que se forma el personaje, se crea el mundo. Si la novela de formación pudo describir el emergente folklor mexicano y la picardía del sujeto que busca su emancipación, ¿qué nos puede decir Moonlight sobre las inner cities de las metrópolis estadunidenses, sobre las intersecciones de opresión racial y sexual, sobre la paternidad, la maternidad y sobre la identidad del mundo en que se forja?

Little

El pequeño Chiron se esconde en un departamento abandonado porque otros niños lo persiguen. Juan, un dealer de crack, lo encuentra y lo lleva a casa, le da de comer y lo deja pasar la noche. Juan se convierte en un padre fortuito, paciente y amoroso, un mentor. Juan representa uno de los posibles caminos a seguir, una de las oportunidades que el mundo de Chiron ofrece a niños como él. Pero no es el dealer de los programas policiacos; por el contrario, es un hombre amable, con sentido del humor, con una vida de pareja estable. Juan lleva a Chiron al mar y lo carga, en un rito que, por el agua y la solemnidad, se asemeja a un bautizo. El mar se convierte en el lugar al que Chiron siempre regresa. Para el filósofo francés, Michel Foucault, es una heterotopía; es decir, un lugar que permite una función no-hegemónica donde Chiron puede escapar y hacer lo ininteligible.

(Foucault da el ejemplo de verse en el espejo, ir al cementerio o a la cárcel, pues son lugares en los que las reglas sociales son distintas y que facilitan la inteligibilidad de la muerte, el sexo o cualquier tabú)

En una escena fundamental, vemos a la madre de Chiron, drogada y enardecida, gritar una de las palabras que define la experiencia del protagonista: faggot, joto, maricón, puto.

En la última escena de su infancia, Chiron le pregunta a Juan el significado de la palabra. Juan le explica que se usa cuando se quiere herir a una persona gay. Chiron pregunta si su madre es adicta y si su dealer es Juan. Cuando Juan responde que sí, la infancia se acaba.

Chiron

Comienza la problemática del amor y la hostilidad del mundo. Su amigo de la infancia, Kevin, de ascendencia afro-latina, se torna en su objeto de deseo. Sabemos que Juan ha muerto, pero ignoramos el efecto que su muerte pudo haber tenido en el protagonista. Su madre, perdida en la adicción, se prostituye por la piedra y le quita a Chiron el poco dinero que tiene. Su madre le repite que ella es lo único que tiene, robándole la posibilidad de amar a otros.

Chiron regresa al mar, donde encuentra a Kevin. Ahí, pasa lo indecible: un beso y un orgasmo. Acto seguido, por la presión de los compañeros en la escuela, Kevin se ve forzado a darle una golpiza. Los maestros que lo atienden no pueden protegerlo.

Cuando Chiron finalmente se defiende, acaba en la cárcel.

No hay lugar para el amor en este mundo, pues toda relación es lastimosa. La expresión queer se castiga. La miseria y la identidad sexual se confabulan para arrojar a Chiron en otra heteropía: la cárcel.

Black

Chiron acaba donde empezó su mentor: se ha convertido en un dealer. Su madre, en un centro de rehabilitación, se disculpa desde donde puede y con los recursos que tiene. No puede decirle: ámate. Pero, cuando menos, sí puede decirle: te amo, aunque tú no puedas amarme.

Después de una llamada, Chiron maneja desde Atlanta hasta Miami para ver a Kevin otra vez. Como toda historia de formación, hay formaciones paralelas a las del protagonista. Kevin también estuvo en la cárcel, pero se ha convertido en cocinero y en padre (aunque no está casado). La sexualidad de Kevin es turbia. Chiron finalmente le dice por qué está ahí: porque nunca tocó a nadie más. El episodio de Black termina no en un encuentro sexual, sino en un abrazo, en la posibilidad del amor y la compañía, después de todo lo que ha pasado.

En la última escena, el pequeño Chiron está frente al mar, a la luz de la luna, en silencio parece decir que todo pudo haber sido distinto, que su historia podría haber sido otra… pero el mundo es como es. El sistema judicial castiga a los niños pobres, raros. La adicción, las drogas, la pobreza y la ignorancia participan en la falta de camino.

Y, aunque el mundo es hostil, los hombres afroamericanos, representados casi siempre como estereotipos de fuerza descomunal y agresión descontrolada, son compasivos. Juan puede ser el padre de un niño que no conoce. Kevin puede abrazar a su amigo. Chiron puede ser un mar de lágrimas. La belleza de la película radica en la posibilidad del cariño.

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Ricardo Quintana Vallejo es crítico cultural y traductor. Actualmente estudia el doctorado en literatura comparada de la Universidad de Purdue.

Twitter: @realquir

Sobre Alocado y dislocado: Nuestras identidades (condición socioeconómica, género, sexualidad, nacionalidad, raza), tanto individuales como colectivas, están en constante cambio. Los mexicanos somos versátiles; replanteamos el valor de nuestra historia, cultura y literatura constantemente. Nuestras identidades nos dan mucho de qué hablar. En Alocado y Dislocado ofrezco el análisis de temas actuales y de nuestros símbolos, de nuestras posibilidades identitarias en este momento, desde la dis-locada perspectiva de un mexicano queer en el Midwest estadounidense.

Fotos: YouTube

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