Hablar de cine mexicano es complicado. La mayor parte del quehacer fílmico contemporáneo, ha servido como una forma de denuncia que navega entre el neo-noir de la Época de Oro, el “mal gusto” de los años 70, la revelación de la sexulidad de principios de milenio, y el crimen como centro de partida en la actualidad ¿o acaso esta última ha permeado cada época?). 

El cine mexicano ha evolucionado en sus formas narrativas, el desarrollo de sus personajes y hasta en calidad, pero su objetivo permanece intacto: la denuncia. Estas películas que van desde Los olvidados de Luis Buñuel, El rebozo de Soledad de Roberto Gavaldón, la infame trilogía de Felipe Cazals, Amores perros de Iñárritu, hasta Cómprame un revólver de Julio Hernández Cordón, definen el séptimo arte de México y su lugar en el mundo, pero no por eso debemos olvidar aquel cine cuya intención, quizá, no es tan revolucionaria, sino simplemente humana. 

Pedro en ‘Los olvidados’ de Luis Buñuel de 1950. / Getty Images

Y es aquí donde encontramos propuestas como Margarita, un documental de Bruno Santamaría que se estrenó hace tres años, en 2016, y fue reconocido en diversos festivales de México como el Festival de Guadalajara y el Riviera Maya Film Festival, entre otros. Este 5 de julio de 2019, Margarita se estrena de forma oficial en salas mexicanas de recintos como la Cineteca Nacional y el Cine Tonalá. 

Margarita tiene como protagonista a la exactriz Vania Véjar, una indigente que vive en las calles de la Ciudad de México desde hace 40 años. Bruno la conoció cuando apenas era un niño, cuando no comprendía la imagen de una señora que coleccionaba muñecas y que deambulaba intentando pasar desapercibida. 

‘Margarita’, el documental sobre una indigente que navega entre la locura y la genialidad

Vania, su nombre artístico en los 70, se pinta los labios mal, el labial se sale del contorno de su boca mientras las cejas son un lío: son rectas y están muy pegadas, lo que le da una expresión de infinita tristeza. Su cabello cambia de color, pero siempre va entre el rojo, un tono más rubio y las canas que demuestran que el tiempo ha pasado sobre ella, y no siempre de buena forma. 

Lo poco o mucho que se sabe, es que Margarita pertenecía a una familia de dinero y que vivía en Polanco. De hecho, su tío es Sergio Véjar, un cineasta y director de fotografía que colaboró en varias producciones del cine cubano a principios de la década de los 60, pero también realizó algunos trabajos en México como Eva y Darío, protagonizada por una Vania joven que ya no se reconoce en Margarita. 

Póster de ‘Eva y Dario’ de 1973 bajo la dirección de Sergio Véjar

En poco más de una hora, Bruno Santamaría aparece como el coprotagonista de este filme documental. El joven director no sale a cuadro siempre, pero está presente con su voz, sus manos, la mitad de su rostro, siempre cuidando de no molestar ni dañar la relación con Margarita.  Pero, ¿cuál es la intención del director de manejar la historia de Margarita de esta manera? 

Sí, Bruno es el director, pero él no es el que dirige, sino aquella mujer de temperamento fuerte. Y ese es el punto destacado de Margarita. Ella decide de forma inconsciente, la duración de cada toma y la fuerza emocional de las mismas. Margarita pasa de una conversación a otra sin previo aviso, de muñecas y dibujos, a la belleza y la vejez, ambas experimentadas por ella. Luego, cierra con reflexiones que el director no puede dejar pasar con tomas extendidas de casi 10 minutos, por el simple hecho que esconden una sabiduría que nadie experimenta por fuera. 

Vania Véjar y Bruno Santamaría

Ninguna persona puede ver y comprender en otros lo que ella misma no ha vivido”, decía Herman Hesse y Margarita es el mejor ejemplo. En la parte más importante del documental, Bruno le revela a la exactriz que cuando está triste, se corta el cabello. Tomándose muy en serio la afirmación de Bruno, la mujer le pregunta los motivos de su tristeza. “No sé”, responde él. 

Margarita llega a un conclusión muy simple, pero demasiado honesta para enfrentarla: tienes una casa, tienes a tu mamá, no deberías estar triste, hay cosas peores en la vida como no tener casa… que al final es la única cosa que entristece a Margarita.Cuando platico contigo, me siento muy tonto”, le dice Bruno antes de romper en llanto. 

Vania Véjar

No hay una introducción como tal que nos permita descubrir a la protagonista antes de convertirse en un personaje de las calles. Bruno deja que Margarita revele los detalles de su pasado que recuerde y que, por ende, crea convenientes. No hay preguntas, no hay necesidad de saber cómo es que una actriz cuyo apellido era importante, terminó en las calles de la colonia del Valle. Margarita acelera su ritmo en la segunda mitad del documental después de una larga entrada. Cuando creemos haber descifrado la personalidad de Margarita, una mujer que alucina, llegan los momentos más emocionales del documental.

Margarita no es una denuncia de las formas tan crueles de vida de los indigentes en una ciudad tan caótica como lo es la capital de México. Margarita es un retrato de una mujer fascinante, de una mujer que baila de forma tentadora entre la lucidez y la locura, entre las visiones/alucinaciones y el encuentro entre dos personajes que, además del cine, nada tienen en común. 

El trabajo de Bruno Santamaría también navega entre la experimentación de una narrativa que se define en cada momento y de acuerdo a Margarita (su estado de ánimo, maquillaje o dónde se encuentre), y una proyección un tanto metafísica que no revela absolutamente nada de su personaje porque, esta vez, no es necesario. El valor de Margarita se encuentra en miradas y silencios capturados por una cámara improvisada. Por ende, Bruno es un mero espectador que como todos, al final, sienten un apego hacia la protagonista difícil de describir. 

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En 2017 entré a Sopitas.com donde soy Coordinadora de SopitasFM. Escribo de música y me toca ir a conciertos y festivales. Pero lo que más me gusta es hablar y recomendar series y películas de todos...

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