Por Guillermo Núñez Jáuregui

¿A poco no hubo de pronto una narrativa periodística que profetizaba el fin de los centros comerciales como los conocemos? Tras la crisis (perenne) se hablaba de malls que clausuraban, se presumían estetizadas galerías de imágenes en las que, en carrete, se seguían paisajes interiores desoladores: escaleras eléctricas paralizadas y desvencijadas, locales comerciales vacíos, carritos de súper varados, grandes estacionamientos desiertos. La idea es que había llegado un nuevo modelo, la compra en línea, y que ya nadie salía de sus casas porque todo lo pedían por Amazon y sólo se entretenían con atascones de Netflix. De pronto se daban noticias de sucesos absurdos: drones que entregaban de manera inmediata un paquete de pañales, camiones llenos de los productos que no habíamos pedido pero por los que, estadísticamente, probablemente pagaríamos (era más barato comenzar a mandarlos antes de que pasara el pedido); o una reciente, este como Oxxo-móvil que recorre, en su fase beta, algunas ciudades, buscando posibles víctimas-clientes. Es un relato seductor, a mí me encanta: en su centro se encuentra una imagen que es el reverso de los excesos del Buen Fin (o del Black Friday, como prefieran); si por un lado tenemos hordas de consumidores arrebatándose televisiones de plasma en descuento, en otro presenciamos el fin apocalíptico de nuestras tiendas favoritas. No entiendo bien cómo pero es fascinante que ambas historias convivan.

Tal vez se trate de otra instancia de un mito predilecto del siglo XXI, la desmaterialización, el comercio sin fricciones. Pero esperen, ¿qué es eso que se retuerce al fondo? Ah, ya veo, es una sospecha: que la historia del consumo es la historia de cierta civilización. Es una intuición poderosa que daría lugar a uno de los libros más enigmáticos que nunca se escribieron, El libro de los pasajes de Walter Benjamin. ¿No podríamos imaginar una obra similar adecuada a nuestros tiempos? Necesariamente, para dar cuenta de las fuerzas tanto culturales como destructivas de nuestra época, tendríamos que prestar atención tanto al auge y el declive del centro comercial (una fábrica de la infelicidad, si prestamos oídos a David Foster Wallace) como a la de las bodegas de distribución regional de Amazon. Me parece que una historia así tendría que darle su lugar a la ficción que puso al mall como marco o escenario para desarrollar historias de horror (El amanecer de los muertos, de 1978), de horror y ciencia ficción (Chopping Mall, 1986); de acción (Security, 2017); de comedia (Mallrats, 1995); de acción y comedia (Paul Blart: Mall Cop 1 y 2, de 2009 y 2015; Observe and Report, de 2009; Blues Brothers, de 1980); de acción y comedia y ¡ciencia ficción! (¿Viaje insólito de 1987?).

La lista de ficciones cinematográficas o televisivas que tienen como trasfondo al centro comercial es potencialmente tan larga que incluso podría incluir a La pícara soñadora (que, durante 1991, contó con ochenta episodios). Acotemos y prestemos atención a otro lado, a la infalible tradición del relato extraño.

Existe un cuento breve, de 1940, de John Collier (1901-1980) titulado Evening Primrose (u Onagra vespertina) que hace del centro comercial -en este caso, la tienda departamental Bracey’s Giant Emporium, en Nueva York- un siniestro edén moderno. La premisa del cuento: un poeta decide dejar atrás a la sociedad pero, en lugar de mudarse a la campiña para explorar las bondades de la naturaleza, opta por refugiarse en la tienda departamental (el relato que leemos está conformado por su supuesto diario). El narrador concluye que allí, en la tienda, encontrará todas sus necesidades satisfechas. Pero pronto descubre que no es el único que ha tenido esa idea: los Otros, también marginales sociales, ya han creado una especie de comunidad en el Bracey’s Giant Emporium. El relato de Collier puede encontrarse en diversas antologías de relatos extraños o de horror (no lo he encontrado en español, sin embargo; la versión que leí proviene de una colección armada por Peter Straub) y no me gustaría arruinar el final (es ese tipo de cuento). Sí me gustaría, con todo, llamar la atención a una de las ideas más siniestras que se encuentran en el texto. Cada vez que alguien rompe con las reglas de esa segunda sociedad, de Los Otros, un agente estabilizador se materializa: los Hombres Oscuros que tienen la capacidad de transformar a los marginales rebeldes en maniquíes.

¿No podemos sacar de esto una lección? Me temo que la imagen de una sociedad que ha optado por darle la espalda al mundo (quiero decir, al mundo real, más allá del comercio), para transformarse en un consumidor pleno -rodeado de productos y fetiches- es demasiado fiel al destino que nos espera (o que ya nos ha alcanzado): reificados hasta el exceso, hemos dejado de ser quienes consumen para convertirnos en esos maniquíes que posibilitan el consumo.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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