En los últimos años, las redes sociales se han inundado de comentarios indignados porque los famosos comparten sus fotos cazando; desde el Rey de España, hasta Lucerito: políticos, actores,  narcotraficantes, hay cazadores de todo tipo y exhibirlo representa un suicidio mediático. Fue precisamente después de la polémica que causó la foto de Lucero (con sus chapitas llenas de sangre, rojos trofeos) que nos pusimos a indagar en el asunto de la cacería, ya con la mente fría, y nos hemos encontrado con cosas sorprendentes.

Primero lo primero

Bueno, no es ningún secreto que la cacería ha estado muy presente en el camino del hombre por la tierra, no sólo como una forma básica de subsistencia en alguna etapa, sino como actividad religiosa y social: para muchas culturas, la cacería no solo acompañaba al adolescente hacia el camino de la hombría, también era el precioso regalo que los dioses le habían hecho a los hombres para sobrevivir (en el Popol Vuh, como los animales no podían cantar el nombre de los dioses -rezarles- fueron condenados a ser comidos por la raza que sí lo logró, el humano), era también una forma de mantener el equilibrio del universo, de ofrecerle la preciosa sangre a los dioses y con ellos compartir la mesa, una momento de unión y cohesión social y extra terrenal.

Pero los años han pasado y el pensamiento mágico ya no permea tanto en el desarrollo de nuestra sociedad, nuestro valores han cambiado y ya no vemos en la caza una señal de trascendencia y de unión con el cosmos. Contrario a esto, la cacería comienza a verse como una práctica, digamos, irrespetuosa hacia la vida. Sin olvidar que es, por lo menos en Estados Unidos, una industria multimillonaria.

Pero claro, las cosas no son tan fáciles: ¿te has preguntado por qué millones de personas defienden y practican la cacería (incluyendo instituciones que se han dedicado por décadas al cuidado del medio ambiente), y por qué otros tantos la atacan y la ven como una afrenta a la vida? El tema es espinoso por donde se le vea y aquí abordaremos muchos datos curiosos que podrían derrumbar nuestra concepción (buena o mala) de la cacería.

La fábula del cazador, el vegetariano y el indigente.

Estamos seguros que todos conocen la forma deportiva de la cacería, acaso la que más indignación provoca entre las personas. Sin embargo, no tantos saben que la cacería ha sido aprobada por muchas asociaciones dedicadas a la conservación de la naturaleza, como es el caso que les presentaremos a continuación y que, además, desató un muy peculiar debate:

En 2003, el centro Audubon, una vieja asociación ambientalista, muy conocida en Estados Unidos, que se dedica a la conservación, permitió que, en uno de sus vastas reservas, se cazaran venados de cola blanca. Ahora bien, podríamos preguntarnos ¿por qué una asociación dedicada a la conservación de especies animales permite que los cacen? La respuesta es sencilla: la sobrepoblación de este venado ponía en peligro el equilibrio del santuario de Greenwich pues consumía más de 60 toneladas de vegetación al año, lo que podía hacer desaparecer varias especies de plantas y aves. Así, los voceros de la asociación aseguraron que todo estaba bien con la decisión y que, además, los que quisieran cazar en la reserva tenían que tomar un curso de doce horas sobre “cacería ética“.

¡Sí, la cacería ética existe, o por lo menos los cursos al respecto! Se trata de aprender a no dañar a los animales, sólo cazarlos, es decir, no dejarles moribundos sino cerciorarse de que han muerto y ser responsable con el cadáver. Me recuerda al argumento del uso legal de la inyección letal , la cual, según el juez, se utiliza en lugar de la silla eléctrica porque causarle daño o dolor a un ser está prohibido, pero eso sí, su muerte es necesaria.

Los directores de la reserva dijeron que la decisión se había tomado con estricto rigor científico y que, además, se le daría un fin “sensible“ a los venados muertos: donarían su carne a un refugio de indigentes, el Food Bank of Lower de Fairfield County.

Fue entonces que grupos de protección animal se indignaron por la propuesta y dijeron que estaban dispuestos a donar la cantidad de alimento equivalente a la carne de venado que se proyectaba recolectar pero proponían una alternativa vegetariana que no proviniera de “un acto de crueldad“, es decir, en lugar de carne, donarían vegetales, granos, etc.

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A Kate Lombardo, directora del refugio de indigentes, no le hizo mucha gracia el asunto, preguntó primero en dónde estaban, antes de que se abriera la temporada de caza, todos estos buenos corazones que deseaban alimentar a los pobres  y les reclamó: “no existíamos antes de este asunto y no me puedo negar a recibir una donación para recibir otra“.

La directora del refugio afirmó que no era un insulto que les ofrecieran una alternativa vegetariana a los indigentes pero sí les recordó a los protectores de animales que su caritativa filosofía no era compartida por los indigentes quienes, bueno, preferían comer carne.

 Los vegetarianos quedaron anonadados por la respuesta, los venados comenzaron a morir, a los indigentes se les hacía agua la boca por la carne y los dueños de la reserva se iban a la cama tranquilos por salvar a muchas especies de plantas y aves.

¿Moraleja?

Pues es definitivamente difícil llegar a una conclusión: ¿es justo sacrificar a un ser vivo por el bien de otras especies? ¿El hecho de donar esa carne a los desprotegidos convierte a la caza en un acto bueno? La respuesta, claro, está en la ideología.

 El rey de España cazando

Un arca de Noé de la belleza

Sí, queremos salvar animales, pero no, no a todos.

¿Se han puesto a pensar por qué el logo de la World Wildlife Fundation (WWF) es un panda? La respuesta podría ser más triste de lo que pensamos.

Ernie Small, científico canadiense, publicó un muy entretenido artículo en Biodiversity. En él, nos dice sin tapujos que, como sociedad, tratamos de salvar sólo a las especies que nos parecen bonitas o que nos son útiles, aquellas que podemos poner en un calendario o las que, en caso de desaparecer, afectarían nuestra forma de vivir:

Estamos en peligro de rediseñar la naturaleza, de “embellecerla“ de acuerdo a las nociones humanas de lo que es bonito, salvando a los mamíferos pero dejando que los reptiles y los anfibios peligren (a pesar de que tal vez este grupo sea el que más amenazado esté dentro de toda la fauna mundial).  

Ya no se diga las plantas cuya existencia peligra. Queremos salvar a los animales peluditos, abrazables, a los que pueden ser los logos de nuestras asociaciones, sin olvidar aquellas especies que dejan grandes sumas en ecoturismo.

 Mientras que se asigna presupuestos gigantescos para la protección de los animales espectaculares (el presupuesto para proteger a la grulla americana llegará a 125 millones de dólares en 2035) otras especies más feas, como la serpiente de agua del norte, no entran ni siquiera en el presupuesto de conservación de EE.UU o Canadá.

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Ernie Small, diseñó una lista de características que nos dice por qué salvamos a ciertas especies:

  • -Utilidad, (porque proveen a los humanos de comida, ropa o medicina).
  • -Rasgos parecidos a los del humano: por ejemplo, tener una frente amplia y ojos expresivos, ser un mamífero o por lo menos un vertebrado.
  • -Ser grande y fiero. Por alguna razón nos atraen los animales peligrosos y estamos fascinados por sus armas, como los dientes o cuernos. Esto podría explicar el hecho de que los grandes tigres sean los reyes de los esfuerzos globales de conservación.
  • -Debe vivir sobre la tierra, preferiblemente en familia y que muestre una relación fuerte y cariñosa con la madre (las arañas que se comen a su madre para sobrevivir están condenadas).
  • -No deben oler mal.
  • -Ayuda ser de sangre caliente.
  • -Colores brillantes también ayudan, mientras que estar cubierto de escamas o piel resbalosa y sin pelo, es malo.
  • -Los animales atractivos comen alimentos “limpios“. No nos gustan los carroñeros.
  • -Los rasgos que, en los humanos, denotan enfermedad, deben ser evitados. Tenemos poca urgencia para salvar animales con verrugas, patas chuecas, arrugas (a excepción de los elefantes), dientes irregulares, o que babean.

Los ecologistas le llaman “megafauna carismática“ a aquellas especies que son más propensas a ser salvadas por el hombre y que no incluyen especies que por, ejemplo, no pueden ser vistas continuamente porque viven o muy profundo en el mar o son nocturnos. Nuestra ética llega hasta donde nuestros ojos ven. Si no lo vemos, no hay por qué salvarlos.

Ahora, no hay que decir que los esfuerzos de conservación son malos, de hecho, los grandes mamíferos ocupan grandes extensiones de tierra y proteger su hábitat significa proteger (por consecuencia) a muchos otras especies. La práctica de proteger a la “megafauna carismática“ no es mala, pero revela mucho de nuestras percepciones sobre los animales y explica nuestro comportamiento frente a las especies en peligro.

Una vez más, nos ganó lo ideológico, la relación que tenemos con ciertos animales: por ejemplo, mientras que en Estados Unidos la carne de res y puerco se consume a mares (lo que causa el asco de ciertas culturas), está prohibido -literalmente por ley- comer carne de caballo, la misma carne que se come sin tapujos en Europa.

La cacería es apenas la punta del iceberg

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El objeto de exponer estos casos no busca desacreditar ningún tipo de altruismo, sino darnos cuenta de que, si a la hora de que tratamos de censurar las prácticas como la caza o la ingesta de carne, nuestro discurso se tambalea, entonces la solución debe estar en otro nivel de discusión, el problema debe estar en otra parte.

Al final, Lucerito ve la cacería como un deporte y nosotros nos indignamos y ambos fenómenos se explican por la misma razón:  la relación que hemos establecido con los animales (con la vida del otro). Y por más que tratemos de esgrimir argumentos biológicos o ecológicos para justificar la caza, hay algo de ético e ideológico que no se puede desligar de la conversación y de hecho, eso podría ser algo bueno.

Probablemente, durante la polémica causada por Lucerito, leyeron un comentario que decía más o menos así: “Me quejo de que matan venados desde mi iPhone que mató chinos“. Ahí precisamente está el meollo del asunto. Esta frase nace de una falacia, que postula de una forma u otra que sólo los inmaculados éticamente pueden levantar la voz para denunciar una injusticia. La cosa es que, sí, consumimos carne, consumimos ropa de piel, compramos iPhones y el problema no está en comprarlos, sino en tolerar la forma en la que se producen, que vulnera la vida de otros seres.

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Precisamente, la precaria situación económica y social del mundo (la forma en que viven muchos seres humanos y el hecho de que muchas especies estén desapareciendo) radica en nuestra forma de producir, que es consecuencia inmediata de nuestra percepción de la vida y la naturaleza. La idea de que la naturaleza es nuestra y somos nosotros, los seres humanos, quienes debemos explotarla (es decir dominarla), generó el sistema de ideas y de producción en el que vivimos: nuestra forma de ver el mundo y habitarlo. Cambiar esa percepción es necesario para cambiar la forma en que producimos.

La enseñanza última de todas estas consideraciones no está en pensar si vale más un hombre o un animal (aunque siempre debemos cuestionarnos este tipo de postulados), sino más bien, en pensar que nuestras culturas producen e interactúan sin respetar la vida. La percepción que tiene Lucero de la vida le enseñó que estaba bien cazar pero creo que no hay respeto a la vida cuando cazamos, no hay respeto a la vida cuando hacemos trabajar sin descanso a alguien para que produzca un teléfono, y no hay respeto a la vida cuando permitimos una desigualdad en el mundo tan obscena. Cuidar nuestro cuerpo y cuidar nuestro entorno significa cuidar a los otros, respetar la vida del otro es garantizar que respeten nuestra vida. No hay fallas en ese discurso, la tarea sin contradicciones a la que está llamada nuestra generación es cuidarnos a nosotros mismos y a los demás seres.

 Por: Luis Miguel Albarrán @Perturbator

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