Por Mariana Castro Azpíroz

El 22 de abril se conmemora el Día de la Tierra. Todo comenzó con una manifestación ambientalista en 1970, pero, a pesar de que llevamos 51 años conmemorándolo, estamos inmersos en la peor crisis ecológica que hemos enfrentado. 

En los 70 era legal que las fábricas emitieran cualquier cantidad de contaminantes al suelo, aire y agua, porque no existía regulación alguna que lo impidiera o limitara. El senador estadounidense Gaylord Nelson proclamó al 22 de abril como Día de la Tierra y convocó a una manifestación a la que se unieron 20 millones de personas en distintas ciudades de Estados Unidos. Con ello se logró incluir temas ambientales en la agenda política y se crearon las actas del agua y aire limpios y la Agencia de Protección del Ambiente (EPA) de dicho país.

Primera llamada, primera

En realidad, las primeras llamadas de atención a los problemas ambientales vienen desde los años 40. Rachel Carson fue una bióloga marina, escritora y pionera ecologista, preocupada por el impacto de la humanidad en el mundo natural. Comenzó escribiendo acerca de ecología marina, lo cual le dio una voz pública a nivel internacional para hacer conciencia entre la población. En 1964 publicó el libro que comenzó el movimiento ambientalista: Primavera silenciosa, donde habló acerca del mal uso de pesticidas y sus efectos en todos los seres vivos. Carson fomentó una ética ambiental, defendiendo que la Naturaleza está compuesta de sistemas interrelacionados e interdependientes y cuestionando la noción de que el ser humano debía conquistarla y dominarla. 

Segunda llamada, segunda

En 1974, Mario Molina y Sherwood Rowland demostraron que los gases CFC, presentes en aerosoles y refrigerantes, dañan la capa de ozono. Advirtieron sobre el cambio climático y los efectos ambientales a futuro. En 1995 obtuvieron el Premio Nobel de Química por su trabajo. La capa de ozono protege a nuestro planeta de los rayos ultravioleta del sol, que causan cáncer, cataratas y suprimen el sistema inmune. Además, dañan a plantas y plancton, que son la base de la cadena alimenticia. Si estos organismos se ven afectados, las repercusiones llegan a todos los niveles.

En 1987 se firmó el Protocolo de Montreal, donde se prohibió el uso de aerosoles que dañaran la capa de ozono, pero aun así, en 2006 se rompió récord en el agujero más grande de la historia. Para 2012 se habían descontinuado casi por completo 97 sustancias nocivas y en 2019 el agujero tuvo el menor tamaño desde que se descubrió. En 2020, medía 24.8 millones de km2: aproximadamente el triple del área de Estados Unidos. Esto es 2.6 millones de km2 más pequeño de lo que sería si se hubieran mantenido los niveles de cloro y bromo que había en el año 2000. Es un avance, pero aún nos queda un largo camino por recorrer.

día de la tierra

Niveles atmosféricos de ozono y tamaño del agujero en la capa de ozono. Créditos: NASA.
Tercera llamada, tercera: Comenzamos

En septiembre de 2000, se establecieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Los líderes de 189 países se comprometieron a cumplir 8 metas para 2015, de las cuales 6 estaban centradas en el bienestar de los seres humanos y una era “garantizar la sostenibilidad del medio ambiente”. La octava técnicamente abarcaba ambas: “fomentar una alianza global para el desarrollo” (pero todo depende de qué se entienda como “desarrollo” dentro de la agenda política). Se establecieron indicadores para dar seguimiento a los avances, pero los ODM no se cumplieron y en 2015 se aplazaron para convertirse en la famosa Agenda 2030. De los 51 indicadores a los que México se comprometió, se cumplió con 37.

La transición de los ODM a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) implicó mantener la misma línea de las 8 metas originales, pero añadiendo nuevas y concretando puntos clave de las anteriores, de manera que hay 17 ODS. Los 6 ODM centrados en personas se tradujeron a 5 ODS y el único ODM dedicado a medio ambiente se subdividió en 5 ODS. Hay otros 5 relacionados a prosperidad, uno a paz y se mantiene el octavo (ahora 17) relativo a las alianzas globales.

POV: eres parte del ecosistema

Como humanidad, la manera en que concebimos nuestra relación con los demás seres vivos implica una postura de superioridad equivocada, que nos separa del resto de la Naturaleza. Necesitamos entender que formamos parte de un sistema dentro del planeta Tierra y nos beneficiamos de los productos y servicios ambientales. No es correcto ni viable simplemente tomarlos sin retribuir nada.

Culturas amazónicas y mayas llevan a cabo desde sus orígenes y a la fecha prácticas agroforestales sustentables. Los indios lakota reconocen a todos los seres vivos como parientes y a los seres humanos conectados con todos los elementos del mundo natural. La mayoría de los grupos indígenas tienen un fuerte sentido de relación con el lugar donde viven y todos los seres con quienes comparten dicho espacio. Veneran y respetan a la Naturaleza y tienen valores de conservación y equilibrio con ella. Lamentablemente, a muchos grupos indígenas se les considera primitivos y no civilizados, desacreditando sus cosmovisiones.

Tenemos la información y las herramientas necesarias para construir una relación saludable con nuestro entorno: desde prácticas ancestrales hasta los avances científicos más recientes. Lo importante es lo que hacemos con ellas; no podemos quedarnos con una actitud pasiva. El caso de la capa de ozono nos demuestra que es posible hacer modificaciones que nos beneficien a todos los seres vivos y al planeta. En una conferencia que impartió en 2019, Mario Molina mencionó varias propuestas viables para combatir el cambio climático: sistemas de transporte y edificios eficientes, prácticas forestales más óptimas y ecológicas, sustituir el carbón por gas natural y la captura y almacenamiento de la energía eólica y biocombustibles. Tenemos las soluciones y la tecnología disponibles para hacer el cambio que necesitamos. Ya tuvimos 51 años para actuar; no podemos seguir esperando.

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Mariana Castro Azpíroz estudió biología molecular en la UAM Cuajimalpa. Ha realizado investigaciones en colaboración con el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC, UAM-X); además, se ha dedicado al cuidado y conservación de especies acuícolas endémicas. Desde 2019 se dedica a la divulgación científica y actualmente hace educación ambiental a través de redes sociales.

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