Por Marcela Vanegas Díaz, Ana Laura Morales García y Andrea González Márquez

La crisis ambiental, energética y civilizatoria nos afecta de modo diferenciado, de acuerdo a los entramados sociales y culturales que atraviesan nuestros cuerpos. Por esta razón, fenómenos como el cambio climático tienen mayores repercusiones en el caso de las mujeres cis y trans, las infancias, la diversidad sexual y personas afectadas por la pobreza, el racismo, la edad y la nacionalidad.

¿Cómo confluyen la lucha de las mujeres con la defensa del medio ambiente?

A lo largo de la historia, en diversas épocas se ha caracterizado a las mujeres como portadoras de un vínculo estrecho con la naturaleza. La economista india Bina Argawal propone que esta concepción no está asociada a una perspectiva biológica, sino que es originada por la división sexual del trabajo y la forma en que se distribuye el poder por género, clase y raza. Es decir, debido a tareas que culturalmente se asocian a cuerpos feminizados –producción de comida, recolección de leña y agua y cuidado de la agrobiodiversidad, se piensa que las mujeres suelen tener una mayor conciencia ecológica.

La situación se relaciona a su vez con el hecho de que el modelo capitalista invisibiliza tanto nuestra dependencia de los cuidados” –trabajo no remunerado mayoritariamente realizado por mujeres que permite la reproducción social–, como nuestra dependencia de la naturaleza, a pesar de que ambos son absolutamente necesarios para cualquier tipo de trabajo remunerado, como ha señalado la antropóloga española Yayo Herrero.

Hoy son evidentes las similitudes de discurso que durante mucho tiempo han justificado la explotación y el sometimiento de la naturaleza y de lo femenino. Por ello, en las últimas décadas diversos movimientos de mujeres se han dedicado a colocar la vida, y su propia vida, al centro de la discusión. Su objetivo es democratizar el derecho a una vida digna y en armonía con el medio ambiente.

Mujeres contra industrias extractivistas

El extractivismo es un patrón de desarrollo que ocupa y cambia territorios, removiendo de manera violenta, intensiva y a gran escala bienes primarios –petróleo, minerales, agua y recursos forestales, entre otros–. Los impactos del modelo extractivista tienen múltiples caras, pero, en el caso de las mujeres, han cobrado mayor visibilidad gracias al aporte de los feminismos comunitarios latinoamericanos. Defendiendo la autonomía de sus comunidades en los conflictos ambientales, éstos han encontrado un nudo íntimo entre sus propios cuerpos y los territorios que defienden.

Algunos ejemplos son las luchas de las Defensoras del Agua de Famantina –brazo femenino de la Asamblea por la Vida de Chilecito, en la Rioja, Argentina–, quienes se han organizado ante la actividad minera riesgosa y malpagada. También en este país se encuentra el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, quienes marcharon dos mil kilómetros desde el sur para llegar a Buenos Aires y denunciar ante el gobierno lo que han denominado terricidio.

En México existe una larga herencia de mujeres contra el extractivismo, como las pertenecientes al Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa La Parota, en Guerrero. Asimismo, es justo mencionar a las mujeres zapatistas de Chenalhó, Chiapas, quienes salieron a detener la ocupación de sus comunidades por parte del ejército mexicano el 3 de enero de 1998, confrontación derivada de la matanza de Acteal; y las mujeres de Cherán, Michoacán, quienes en 2011 organizaron el levantamiento de sus comunidades, cansadas de las extorsiones, secuestros y asesinatos a manos del crimen organizado y de los talamontes que amenazaban sus recursos forestales.

En la actualidad, movimientos sociales contra la explotación minera en Oaxaca, contra la construcción de la Presa Paso de la Reina, contra el fracking y en torno a los parques eólicos en el Istmo de Tehuantepec involucran también grupos de mujeres que buscan frenar el desarrollo de proyectos extractivistas, los cuales amenazan los bienes comunes y el derecho a una vida digna en sus comunidades.

Mujeres por la soberanía alimentaria

La organización Mujeres por un Desarrollo Alternativo para una Nueva Era (DAWN) describe la soberanía alimentaria como el derecho de los pueblos a definir sus políticas agrarias y alimentarias, así como a proteger su producción y cultura en el ámbito de la alimentación. 

Las mujeres que viven en áreas rurales son clave para las economías de territorios en desarrollo. Aunque producen del 60 al 80% de los alimentos, su trabajo ha sido precarizado, generando brechas de inequidad en el acceso a la propiedad de la tierra, insumos agrícolas y educación. Ante este panorama, existen múltiples ejemplos de mujeres organizadas para construir nuevas formas de defensa del territorio, cuidar la biodiversidad y sensibilizar a la población sobre la importancia de la alimentación.

Uno de estos esfuerzos colectivos es la Red Tsiri, que desde 2009 tiene por objetivo rescatar la riqueza cultural y agronómica de las variedades locales de maíz orgánico en la zona lacustre de Michoacán, México. Las mujeres de la red buscan preservar la agricultura sostenible campesina y ayudar a valorizar los maíces criollos a través de productos artesanales, para hacerlos sustentables de la tierra a la mesa”.

En Santa Fe, Argentina, el colectivo de mujeres La Verdecita fundó una granja agroecológica que defiende el derecho de las comunidades a alimentarse saludablemente y sin agroquímicos. Buscan también tanto decidir sobre sus propios cuerpos como producir y consumir lo que deseen.

Otro ejemplo son las Asambleas de Mujeres de La Vía Campesina, quienes defienden la agroecología como sistema de producción ancestral para garantizar la soberanía alimentaria. Han nombrado a la agroecología lucha del movimiento campesino” a nivel mundial, y ésta es ahora una de las principales demandas del Feminismo Campesino y Popular. La colectiva trabaja codo a codo y en solidaridad con los hombres de la asociación, ofreciendo análisis político, experiencia y energía para el objetivo compartido de crear un futuro que sea más justo, igualitario, pacífico, ecológico y vivificante”.

Mujeres contra el cambio climático

La ONU Mujeres preparó una web interactiva para saber cómo afecta el cambio climático a las mujeres. Entre las consecuencias, resaltan un aumento de mortalidad materna, violencia contra la mujer y feminización de la pobreza, así como un descenso en el acceso a seguridad, servicios de salud y saneamiento.

Para atender este problema, la Red de Mujeres en Acción por la Tierra y por el Clima (WECAN) se ha dedicado a involucrar a mujeres de todo el mundo en la promoción de políticas, discusiones y proyectos que aporten a la justicia climática global.

Por otro lado, nace en Bilbao, España, la Red de Mujeres por una Transición Energética Ecofeminista (RMx1TEE). Conformada por mujeres activistas y profesionales del sector de la energía, la red forma parte de la Alianza por la Emergencia Climática. Desde un enfoque ecofeminista, trabaja en la promoción y difusión del acceso universal a energía limpia y sostenible que considere los límites del planeta.

La salida es colectiva

En México y el mundo, la lucha de las mujeres en defensa del medio ambiente se ha vuelto indispensable en la construcción de una transición ecológica justa y ordenada. El análisis de las dimensiones de opresión y explotación ha permitido integrar, a esquemas de economía crítica, feminista y ecológica, tareas y elementos fundamentales para conservar la vida. La salida, sin embargo, es colectiva. En esta época, nos corresponde a todxs cuestionar los entramados sociales y culturales de género para alcanzar la justicia y la equidad, así como para conseguir que más hombres se involucren en labores de cuidado” a todos los niveles, en lo cotidiano y desde la horizontalidad. En relación con la crisis de los cuidados y la sostenibilidad de la vida, Yayo Herrero ha mencionado que, además de iniciativas que surjan desde la autoorganización, será necesaria la participación de Estados, comunidades y empresas. Debemos seguir sumando voces para situar la vida al centro de la discusión.

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Marcela Vanegas Díaz es becaria doctoral en Estudios de Género en el Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio (IIDyPCA) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina.

Ana Laura Morales García es egresada de la maestría en Ciencias de la Sostenibilidad. Forma parte de la Unidad de Ecotecnologías y del Grupo de Innovación en Ecotecnología y Bioenergía, en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas de la UNAM, Campus Morelia.

Andrea González Márquez es maestra en Estudios Culturales. Se especializa en divulgación científica y difusión cultural. Colabora con el Programa Nacional Estratégico de Energía y Cambio Climático del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

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