Por Un fantasma que recorre los cerros y los ríos

La información y las discusiones sobre el “daño que hacemos al planeta” son cada vez más serias. Se estima que los cambios en los sistemas naturales de la Tierra se llevarán la nobleza y abundancia que vivieron lxs abuelxs humanxs los últimos diez mil años. Por eso las juventudes del mundo nos hemos concentrado en una misión: cambiar el orden de las cosas para poner en primer lugar el cuidado de nuestro planeta.

Una de las consignas que más ha compartido esta generación de lucha ecologista es que no hay planeta B. El mensaje es de urgencia, porque al ser el único hogar para ésta y las generaciones venideras, la salud de la Tierra debe ser la primera prioridad de las sociedades humanas. 

Esto quiere decir que si queremos agua para todxs, hay que reverdecer los cerros y los bosques. Si queremos alimento para todxs, hay que sembrar variado y con composta, así como repartirlo de manera justa y equitativa. Si queremos aire limpio, hay que dejar los fósiles en el suelo. Son indicaciones muy generales, pero son el camino para resguardar nuestra herencia colectiva.

El planeta es de todxs y de todo —el proceso evolutivo da derecho sobre este planeta tanto a los primates como a los insectos, plantas y peces. Pero en los hechos el planeta no es de todxs. Las decisiones sobre el agua, los materiales fósiles, el territorio que contiene diversos ecosistemas, e incluso las decisiones sobre lxs seres vivxs, las toman muy poquitxs humanxs.

Vivimos en dictadura

No nos preguntan si queremos granjas, si queremos un tren, o si queremos privatizar el agua. Pero tampoco nos preguntan si queremos aerogeneradores, si queremos reservas naturales o si queremos minar el litio. No lo hacen porque el resto de la humanidad somos solamente potenciales trabajadorxs, consumidorxs o criminales; mientras que el resto de lxs seres vivxs son recursos o estorbos; y el agua y las rocas, un botín.

En esta visión del mundo, a la naturaleza y a la humanidad nos representan con gráficas, porcentajes, indicadores —dejamos de ser actorxs de la evolución, para convertirnos en factores de la economía. Se pensó que la vida es riqueza intercambiable y acumulable, con efectos sociales y ecológicos que provocan una fuerte tensión en el mundo. ¿Ustedes también sienten esa tensión de que la gente, lxs animales, los bosques, los ríos y los montes ya no pueden más?

Las juventudes en lucha ecologista sí la sentimos, y razonamos que no puede haber un sistema de crecimiento y acumulación infinita en un planeta finito. Mediante nuestra experiencia en el territorio, los foros, las escuelas, las asambleas y las manifestaciones, y gracias a la enseñanza de lxs muchxs otrxs que luchan, hemos aprendido que si la casa es común, nuestro adversario también lo es.

Proponer que la acción sea que cambiemos el sistema y no el clima es resultado de nuestra conciencia y de nuestra memoria. La tensión actual que expresamos como el colapso climático es producto de la visión de la acumulación, del sometimiento y del despojo, que se ha expandido y refinado en el mundo a partir del periodo colonialista. Explotar un territorio ajeno como mina y granja, empobreciéndolo mientras el territorio propio se enriquece, es la base del sistema que vamos a cambiar porque da poder a unxs sobre todo lo demás. 

Vale recordar que éste es el origen del racismo y el sexismo que se mantienen en el presente —se suprimieron un sinnúmero de ‘mundos’ mediante la conversión o el aniquilamiento, construyendo un mundo donde el hombre blanco propietario era el legítimo dueño del mundo terrenal. Recordando un poco de nuestra historia vemos que si queremos un hogar con igualdad y libertad, ¡cambiemos el sistema!

Vivamos en democracia

El cambio climático no es una cosa que se prende o se apaga —es un proceso ya comenzado cuyas duras consecuencias no alcanzamos a ver con claridad. Pero hay algunas certezas entre tanta neblina como que las personas sin acceso a agua y a alimentos, las mujeres campesinas, la población costera y lxs infantes con problemas respiratorios en las ciudades, serán afectadxs con más severidad por este proceso de cambios en el planeta.

En el sistema actual, éstos son daños colaterales: inconvenientes que hay que soportar para seguir con el negocio. Por eso se habla de “soluciones” al cambio climático tipo máquinas que capturan el carbono, carros eléctricos, grandes granjas solares o áreas protegidas de la interferencia humana. Se proponen cambios que nada cambian para mantener la estructura de poder igual —la explotación de la humanidad y la naturaleza para acumular riqueza. ¿Acaso creen que no notamos su verde hipocresía?

Por eso esta lucha no es técnica, sino política, pues cuestiona de manera profunda quién tiene derecho a la vida, quién tiene derecho sobre su territorio, quién tiene derecho a gestionar y organizar… en resumen, es una lucha que disputa quién tiene el poder. Porque el sistema capitalista es uno solo, el poder lo ejercen gobiernos y privados para alimentar la misma lógica cortoplacista, de despojo y acumulación… ¡Todxs buscan el crecimiento!

Esto es inaceptable para la juventud ecologista alzada: 

¡Nunca más mujeres campesinas despojadas de sus tierras y sus aguas! 

¡Nunca más cerros desaparecidos por la minería! 

¡Nunca más ríos y aires envenenados por la actividad industrial! 

¡Nunca más comunidades sobornadas para la extracción de recursos energéticos! 

¡Ni un grado más, ni una especie menos! 

La multitud se ha convertido en un bloque histórico para emancipar a los pueblos y a la Tierra de la explotación del capital.

A esta fuerza social le asiste la razón, la justicia, la perspectiva histórica y sistémica cuando se manifiesta contra esta inercia fósil de 150 años, cuando rechaza la presunta separación de la naturaleza y cuando denuncia las estructuras racistas y patriarcales del orden colonial impuesto en el mundo. Estos motores de destrucción planetaria serán sustituidos por el ímpetu regenerador que ya vemos surgir en cada rincón del planeta. 

Dicen que para lograr algo hay que visualizarlo, así que para ganar nuestro planeta —el plan A—, yo les propongo que piensen en todos los mundos que caben aquí. Piensen en personas organizadas cuidando nuestra casa común; en comunidades que deciden en libertad cómo y cuánta energía se produce; cuánta agua se consume y para qué fines; qué y con qué se siembra; de qué formas se gobierna, y qué hacen con su tiempo de vida en una Tierra libre y sana.

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Contaminantes Anónimus hacen comunidad para hacer frente a la crisis eco-social.
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