Esta es una historia que involucra a dos personas, pero que de repente, se convierte en una antología en la que reconocemos a uno de los directores más aclamados en la actualidad y una de las películas más esperadas del año, The French Dispatch. Pero primero los personajes principales y el año en que se desarrolla: Wes Anderson y Pauline Kael en 1998.

Wes Anderson tenía menos de 30 años cuando estrenó su segundo largometraje titulado Rushmore, protagonizada por Jason Schwartzman y escrita junto a su mejor amigo Owen Wilson. Pauline Kael estaba a punto de cumplir 80 años y ya se había retirado. Anderson todavía no era el icónico cineasta mientras Kael era considerada una de las mejores críticas de cine por sus publicaciones en el New Yorker.

Anderson buscó a Pauline para que viera su película. Le marcó por teléfono, se presentó y le dijo que Bill Murray formaba parte del elenco. Entre preguntas sobre la duración y la posibilidad de enviarle la cinta a su casa, Anderson la convenció de ir al cine más cercano para verla en una pantalla grande. 

Wes Anderson en 1998
Wes Anderson en Londres en 1998 / Foto: Getty Images

La obsesión de Wes Anderson por Kael

Fue por ella, le compró galletas y se estacionó en doble fila para bajarla frente a la entrada (Kael tenía Parkinson). Pauline Kael, su ídola, estaba viendo Rushmore. Al terminar, la crítica de cine le dijo que de plano no había cachado la idea. “¿Las personas que pagaron por esta película leyeron el guion?, le preguntó.

Él contestó que sí y se sintió decepcionado por su reacción. Y es comprensible. Cuando llegas a conocer a la persona que más admiras, lo que más quieres es que ese primer encuentro sea memorable. Kael no se sintió ni remotamente sorprendida con el trabajo de Anderson; pero para él, a pesar de la experiencia, fue memorable en el buen sentido de la palabra.

La proyección de Rushmore representó su primer encuentro con la mujer que le regaló una guía para amar y aprender de cine.Sus libros fueron mi guía para encontrar y ver las películas correctas y aprender todo sobre directores“. El cineasta tejano, desde su adolescencia, leía The New Yorker y prestaba especial atención al trabajo de Kael.

Pauline Kael en Cannes
Director y jurado del Festival de Cannes en 1977 con Pauline Kael / Foto: Getty Images

Una espectadora más

Cuando regresaron a casa de Pauline, le ofreció algunas copias de sus libros y él le pidió que firmara uno. Pauline contestó que sí, pero que tendría que esperar porque el Parkinson le dificultaba escribir (razón por la cual había renunciado al New Yorker, pues decía que escribía más con la mano que con el cerebro). Platicaron largo y tendido de cine, le firmó el libro y él se fue.

Cuando abrió el libro en su hotel, se leíaPara Wes Anderson, con mucho cariño y algunas dudas. Pauline Kael“. Esa fue una victoria para el director. Aquella mujer de casi 80 años a quien había leído con rigor casi la mitad de su vida, no había rechazado su película, simplemente no la había comprendido. Kael tenía la capacidad de desmenuzar una película como nadie, pero para eso tenía que ser espectadora como el resto de los mortales.

Y cualquier espectador forja sus gustos entre las películas que ve y no ve. Rushmore no le gustó a Pauline Kael, y para suerte del director (en un mal chiste que hizo), Kael no podría escribir una reseña negativa para publicarse en su revista favorita.

La anécdota de Wes Anderson con Pauline Kael (escrita en un breve espacio del New York Times en 1999), es el reflejo de que toda persona que no escriba la historia ni haga la película (o cualquier obra de arte), tiene la libertad de no comprenderla. Pero esa libertad, irónicamente, viene con una condición: no la puedes rechazar.

Puedes interpretarla de mil formas o sólo de una, pero estas lecturas nunca serán correctas o incorrectas. Y de ninguna manera, la o el espectador puede entrar en la mente de la o el creador.

Pauline Kael y Wes Anderson
Captura de la anécdota con Pauline Kael escrita por Wes Anderson en el 99. / Foto: The New York Times

Wes Anderson y el periodismo solitario

Wes Anderson, desde su adolescencia, ha coleccionado cada edición del New Yorker a partir de sus publicaciones en la década de los 40. Esa revista, sus escritores, los artículos y el proceso de edición, representan una de sus mayores obsesiones que se ven reflejadas en The French Dispatch.

Pero antes de que piensen que se trata de una “carta de amor” al periodismo o a la revista, The French Dispatch es un homenaje a las irreverencias propias de la profesión reconociendo lo solitario que puede llegar a ser. Y también lo abrumador que resulta, pues, contar una sola historia entre miles que valen la pena.

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El elenco de ‘The French Dispatch’. / Foto: Searchlight

Justamente por eso, Wes Anderson creó una antología de cuatro historias cortas que retoman pasajes de artículos publicados en The New Yorker por parte de sus escritores(as) favoritos como Mavis Gallant, James Baldwin, Brendan Gill, James Thurber,  Ben Yagoda, entre otros.

Actualmente, Anderson está trabajando en un libro que recopila los mejores artículos del New Yorker. Lo que nos lleva a la explicación de la anécdota entre el cineasta y la crítica de cine, así como las historias que Anderson decide contar en sus producciones. En pocas palabras, lo que vemos en The French Dispatch, nos guste o no, es el valor personal del director frente a la historias que formaron parte desde su adolescencia. 

Con eso en mente, entre las reseñas/críticas que dicen que es su mejor película y aquellas que revelan un desencanto entre lo mucho que sucede, The French Dispatch es perfecta. 

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Bill Murray como el editor Arthur Howitzer Jr. /Foto: Searchlight

The French Dispatch

The French Dispatch nos muestra a Arthur Howitzer Jr., editor de The French Dispatch of the Liberty, Kansas Evening Sun cuya base se encuentra en la ficticia ciudad francesa Ennui-sur-Blase. La revista se fundó en 1925, y para 1975, año de la muerte de Arthur, se dejaría de publicar. 

Por lo que la película nos muestra el trabajo entre Arthur y su plantilla de escritores (una suerte de periodistas bien pagados y consentidos). Conocemos a Herbsaint Sazerac (Owen Wilson), quien hace un recorrido en bicicleta en las calles más problemáticas de la ciudad francesa entre niños y niñas, prostitutas y vendedores.

Foto: Searchlight

También conocemos a J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), quien nos cuenta la fascinante historia del pintor (y asesino) Moses Rosenthaler y cómo su guardia se convierte en la musa de sus mejores obras, las cuales son objeto de deseo del arte dealer Julian Cadazio. Estos últimos tres personajes interpretados por Benicio del Toro, Lea Seydoux y Adrien Brody.

Luego nos presentan a Lucinda Krementz (Frances McDormand) en una crónica sobre las protestas estudiantiles de 1968 en Francia. Y para cerrar, tenemos a Roebuck Wright (Jeffrey Wright), quien siempre termina escribiendo de comida como un refugio entre la soledad.

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Jeffrey Wright en ‘The French Dispatch’ / Foto: Searchlight

¿Quién es quién?

Entre editores y escritores, los personajes de Wes Anderson están basados en personas reales que fascinaron al director desde su adolescencia. El personaje de Arthur Howitzer Jr. en voz de Bill Murray, está inspirado en los primeros dos editores del New Yorker: Harold Ross y William Shawn. 

Lucinda Krementz hace referencia a la escritora canadiense Mavis Gallant, pero también tiene algo de Lillian Ross. AQUÍ les dejamos el artículo de Gallant que inspiró el relato protaonizado por McDormand.

Foto: Searchlight

En cuanto a J.K.L. Berensen, se basó completamente en Rosamund Bernier, crítica de arte y amiga de figuras como Pablo Picasso y Henri Matisse. Herbsaint Sazerac encuentra referencias en Joseph Mitchell, quien recibía su paga en el New Yorker sin escribir un solo artículo en casi 3 décadas.

Roebuck Wright es James Baldwin, pero como no se trata de una referencia biográfica ni nada por el estilo, también toma algunos de sus aspectos del crítico gastronómico AJ Liebling y Tennessee Williams. Y por último, está el personaje de Julian Cadazio, un art dealer que se basó en el controvertido Lord Duveen (un sujeto que reclamó que un Da Vinci era falso y vendió varias obras que eran réplicas, no originales).

De lo que se sabe, no hay un personaje específico que haga referencia a Pauline Kael en The French Dispatch. Sin embargo, está en toda la película, dentro y fuera de la historia: en la técnica de Wes, en su amor por el New Yorker, en el desarrollo de sus personajes, en los colores, las ironías. Kael le contagió a Wes su amor por el cine.

PD: Si nos preguntan, Rushmore es la mejor película de Wes Anderson. 

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Adrien Brody como Julian Cadazio/ Foto: Searchlight

Qué maravilla: Wes Anderson narra el storyboard animado de ‘The Grand Budapest Hotel’

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En 2017 entré a Sopitas.com donde soy Coordinadora de SopitasFM. Escribo de música y me toca ir a conciertos y festivales. Pero lo que más me gusta es hablar y recomendar series y películas de todos...

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